Dossier / Artículos y Ensayos e000383

Cosmopolíticas urbanas: ecologías políticas de la Revolución y cosmohistorias sobre los árboles en La Habana, Cuba1

Urban Cosmopolitics: Political Ecologies of the Revolution and Cosmohistories of Trees in Havana, Cuba

Fecha de recepción: 31/08/2024

Fecha de aceptación: 17/01/2025

Fecha de publicación: 10/03/2025

https://doi.org/10.48102/if.2025.v5.n1.383

Adrian Fundora García*

fundoragarcia91@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0009-0001-3890-1491

Doctorante en Antropología Social

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

México

Resumen

Este texto explora las posibilidades de la cosmopolítica urbana como una perspectiva analítica sobre las relaciones culturales con los ecosistemas urbanos, configuradas por las ecologías políticas y redefinidas por intersticios de negociaciones. La discusión gira en torno a una descripción y reflexión sobre las relaciones de los cubanos residentes en barrios céntricos de La Habana con los árboles, las cuales conectan con la infraestructura urbana de mantenimiento y con historias alternativas sobre las ecologías políticas del socialismo y del Estado revolucionario. La interrogante principal es hasta qué punto pueden convivir árboles y personas en un ecosistema urbano sin afectarse mutuamente y cómo se articularían intersticios cosmopolíticos con formas de convivencia más simétricas que permitan restablecer las relaciones rotas de interdependencia.

Palabras clave

La Habana, megaproyectos de la Revolución, ecologías políticas del socialismo, cosmohistorias, cosmopolíticas urbanas

Abstract

This essay explores the possibilities of urban cosmopolitics as an analytical perspective on cultural relations with urban ecosystems, which are shaped by political ecologies and redefined by interstices of negotiations. The discussion provides a description and reflection on the relations of Cubans with trees in central Havana neighborhoods, which connect with the urban infrastructure of maintenance and with alternative histories about the political ecologies of socialism and the revolutionary state. The main question is whether trees and people can coexist in an urban ecosystem without affecting each other and how cosmopolitical interstices can be articulated with forms of coexistence, allowing for the reestablishment of broken relationships of interdependence.

Keywords

Havana, megaprojects of the Revolution, political ecologies of socialism, cosmohistories, urban cosmopolitics

Introducción

Una postura más o menos sostenida antes de la caída de los sistemas políticos del “socialismo real” en Europa del Este y la Unión Soviética, ocurrida entre 1989 y 1991, es que el deterioro ambiental no tendría cabida bajo las relaciones económicas anticapitalistas. Los llamados “recursos” naturales estarían supuestamente fuera de las dinámicas de mercantilización, asumidas como exclusivas del capitalismo extractivista, debido a su sujeción a relaciones humanas más sostenibles (Díaz Briquets y Pérez, 2000). Después del colapso quedó demostrado que los modelos desarrollistas de los grandes proyectos económicos socialistas habían generado problemas ambientales, con impactos regionalmente localizados (Feshbach y Friendly, 1992; Turnock y Carter, 1993; Bowers, 1993; Weiner, 1999; Shapiro, 2001; Nelson, 2005; Schmalzer, 2016; Wallis, 2018). Como muestra Elena Kochetkova (2024), las relaciones ambientales constituidas bajo el socialismo son un área de estudio que amerita esfuerzos de reconceptualización y análisis diacrónico para comprender las transformaciones antropogénicas de los ecosistemas y los orígenes de los problemas ambientales del presente.

Al igual que la construcción de una “sociedad socialista” y un “hombre nuevo”, la Revolución cubana también se planteó lo que en sus propios términos fue nombrado abiertamente como una transformación de la naturaleza (Núñez, 2018; Díaz-Briquets y Pérez, 2000; Coyula, 1997; Funes, 2019). Una transformación ejercida mediante la intervención humana sobre las condiciones asumidas como naturales del medioambiente insular. En este tenor, el Estado revolucionario implementó, entre las décadas de 1960 y 1970, un conjunto de megaproyectos económicos que buscaban mejorar la calidad de vida de la población. Sin embargo, el impacto local de esas transformaciones no ha sido estudiado a profundidad (Funes, 2019), sobre todo lo relacionado con el tipo de relaciones antropogénicas —económicas, políticas y tecnológicas— que pudieron haber contribuido a una reconfiguración ecológica, cultural y política en localidades específicas dentro de poblaciones urbanas, rurales y periféricas de Cuba.

A tono con lo anterior, este texto tiene como objetivo describir y brindar una reflexión etnográfica sobre las relaciones mantenidas con los árboles por un grupo de residentes de barrios de La Habana. La interrogante que encauza estas indagaciones es hasta qué punto pueden convivir árboles y personas en un ecosistema urbano sin afectarse mutuamente y cómo pueden articularse formas de convivencia más simétricas y restablecer las relaciones de interdependencia. ¿Qué pasa con otras formas de vida no-humanas en los ecosistemas urbanos de una ciudad como La Habana? Al respecto, la ausencia o daño parcial de los árboles fueron identificados originalmente como una problemática local en un barrio de Santos Suárez, del municipio de Diez de Octubre; ésta se replica en diferente medida en otras barriadas habaneras de los municipios Plaza de la Revolución, Playa y Cerro.

Las indagaciones expuestas a continuación surgieron durante el desarrollo de una etnografía en las estaciones de verano de 2022, primavera de 2023 y otoño de 2024 en La Habana. Al igual que otras etnografías, ésta se compone de la integración de observaciones, convivencias, entrevistas, acompañamiento y participación en labores de vida cotidiana y conversaciones con los interlocutores. En su mayoría, estas personas son adultos mayores de entre 60 y 85 años, entre quienes se encuentran residentes y nativos de los barrios mencionados. Las interacciones con este grupo poblacional datan originalmente de una investigación centrada en las relaciones generacionales de los cubanos con las políticas de alimentación bajo la Revolución (Fundora, 2021). Al adentrarme en sus dinámicas de vida cotidiana registré una tendencia a la mutilación y pérdida de árboles en los barrios aludidos, lo cual producía un efecto visible en el desdibujamiento verde del paisaje urbano, la erosión de la tierra en los jardines por falta de humedad y el impacto directo del sol en la superficie de asfalto. Esta tendencia iba acompañada por un incremento del vertimiento de desechos sólidos sobre las raíces de los árboles, sobre todo en los cercanos a contenedores de basura, los cuales permanecían, por lo regular, cada vez más desbordados. Aunque la acumulación de basura fue señalada por la mayoría de los pobladores como una de las problemáticas que afectan la vida en el entorno urbano más inmediato, cuando se contrasta con el resto de los municipios habaneros, se observa que cada caso funge más bien como el reflejo local de una problemática ambiental de toda la ciudad.

En adición, las reflexiones de un interlocutor de ochenta y dos años, enunciadas a partir de su historia de vida, vinculada con el trabajo en uno de los megaproyectos de la Revolución, apuntan al establecimiento de una relación directa entre el deterioro actual de la cobertura forestal habanera con las tecnologías, proyecciones economicistas e intervenciones sobre el medioambiente. A pesar de que este nexo no es el único factor causante de la degradación, en este texto sugiero que el eje etnográfico articulador son las conexiones parciales entre el conjunto de prácticas y acciones antropocéntricas de mantenimiento actual de las infraestructuras citadinas de La Habana con las historias alternativas sobre los orígenes de la ruptura de las relaciones de interdependencia socioambientales con los árboles de la ciudad. Estas últimas aparecen enunciadas por los relatos sobre la transformación ecológica de la “naturaleza” de los megaproyectos de la Revolución, impulsados bajo el influjo de las ideas de los ecosocialismos industriales (Kochetkova, 2024), así como por las tecnologías y proyectos económicos de la geotransformación (Núñez, 2018), entre otros conceptos que delinean las ecologías políticas del socialismo en Cuba.

A propósito, el desarrollo reciente de la antropología ambiental como una disciplina más delineada epistemológicamente (Haenn et al., 2006; Kopnina y Shoreman-Ouimet, 2011) discute, entre otras cosas, las formas en las que el antropocentrismo ha incidido en las múltiples dimensiones de la crisis ambiental, empezando por la inestabilidad de la propia noción convencional de naturaleza (Latour, 2017). Los trabajos más recientes se vuelcan, entre otras cosas, a reflejar las múltiples formas culturales de respuesta en que los conocimientos, tecnologías y políticas nativas incorporan diversas formas de relación, se enfrentan y cuestionan las ideas de crisis y fin del mundo (Bold, 2019; Questa, 2023; Kuyakanon et al., 2023). A menudo, estos esfuerzos implican que la modificación de la noción convencional de lo político conlleva a una dimensión cosmopolítica (Latour, 2004, 2011) por incluir a entes y agentes no-humanos, adentrándose en lo que originalmente Isabelle Stengers (2014) llamó “la cosmopolítica”; un concepto-perspectiva de mirar, pensar y acercarse a las relaciones pluripolíticas de humanos, entes y agentes no-humanos; concepto que carece de una definición concreta (Ulloa, 2024), establecida o aceptada por todos (Martínez y Neurath, 2021). Más bien, se sitúa sobre la paradoja de que, a pesar de que el proyecto de la “modernidad” está incompleto (Strathern, 2023) o se considera falazmente acabado (Latour, 2012), la cosmopolítica tampoco ofrece un enfoque más acabado, o siquiera es deseable que lo haga (Martínez y Neurath, 2021); de manera que estará siempre en proceso de creación, sin alcanzar una “edición terminada” (Farías, 2011, p. 369). Así, el objetivo principal de la cosmopolítica radica en “promover diálogos que aborden desacuerdos y los conviertan en oportunidades para alcanzar entendimientos comunes” (Ulloa, 2024, p. 40).

Sin llegar a ser concluyente, este texto busca localizar algunas de las posibles formas en que estos ensamblajes vitales, humanos y no-humanos (personas y árboles) pueden articularse cosmopolíticamente en un espacio urbano compartido, a partir de la convivencia, negociaciones y relaciones más simétricas, alejadas de las “incomposibilidades” o incompatibilidades ontológicas (Metzeger, 2024, p. 356). Así, los árboles pueden verse como agentes de negociación política en vez de como “recursos” naturales2 para la explotación humana.

Al discutir la emergencia de los problemas ambientales globales y sus efectos latentes desde las localidades, tomo como punto de discusión otras perspectivas vinculadas a la cosmopolítica, como la cosmopolítica urbana (Blok y Farías, 2016) y la cosmohistoria (Navarrete, 2021). La primera apunta a observar las negociaciones cosmopolíticas que se producen específicamente en el ámbito de los ecosistemas urbanos; la segunda señala la posibilidad de “simetrizar” todas esas historias alternativas (Martínez, 2024). Esto implica incluir, en igualdad de veracidad y a partir del reconocimiento de las diferencias, aquellos otros relatos relegados o no legitimados por las historias oficiales en un ciclo lineal y universalmente aceptado.

En este tenor, lo que Federico Navarrete (2021) conceptualiza como la cosmohistoria conduce al reconocimiento de los diversos regímenes de historicidades, con sus “verdades históricas parciales y negociadas”, que pujan ante la concepción moderna de la historia y sus relatos “monohistóricos”, basados en una sola “verdad histórica” (p. 29) y que, en última instancia, disputan la definición única del pasado y la realidad (Martínez, 2024). En este texto, las historias alternativas —o cosmohistorias— que pretenden explicar las rupturas socioambientales entre árboles y personas en los barrios indicados de La Habana podrían verse, en palabras de Donna Haraway (2019), como parte de esas “urgencias que necesitan historias” (p. 68). Por lo tanto, las discusiones que siguen a continuación pretenden brindar un sustrato etnográfico a las cosmohistorias sobre los árboles en La Habana, como respuesta a las ecologías políticas del socialismo bajo el Estado revolucionario, para explorar las posibilidades de una cosmopolítica urbana que ofrezca —parafraseando otra vez a Haraway— una salida para dejar de seguir con el problema, ante la urgencia planetaria por construir relaciones más simétricas.

Una cosmopolítica de los ecosistemas urbanos

Las ciudades están conformadas por todo tipo de cosas materiales y vidas que van más allá de los seres humanos y perfilan auténticos ecosistemas urbanos (Hinchliffe et al., 2005). En el cosmos de las ciudades, la vida se ensambla, tanto como la política, a través de diversas maquinarias “más que humanas” (Lancione y McFarlane, 2016, p. 46). Para Anders Blok e Ignacio Farías (2016), las ciudades constituyen lugares privilegiados para observar la composición de mundos comunes en convivencia, disputa, negociación, transformación e incertidumbre. Cada ciudad posee un particular metabolismo urbano, vinculado a un modelo de planeación históricamente diseñado, bajo las formas dominantes de la política para urbanizar la naturaleza y producir segundas u otras naturalezas (Heynen et al., 2006, p. 1).

De acuerdo con David Harvey (2018), la actividad humana y material no puede considerarse ajena a los llamados ecosistemas naturales, de modo que no habría nada antinatural en los ecosistemas urbanos. A propósito, la perspectiva de Lefebvre (1976) sobre lo que llamó “una segunda naturaleza de las ciudades” proporciona una plataforma desde la cual discutir las transformaciones de los entornos urbanos mediante una reconstrucción de la naturaleza inicial, como demuestra William Cronon (1991) en el caso de la “metrópoli natural” de Chicago en el siglo XX. Por ende, la amplia composición de la vida urbana obliga a reformular la perspectiva que se tiene sobre la urbanidad (Blok y Farías, 2016) y prestar atención a los ensamblajes de los actores múltiples que la habitan (Farías, 2011). Éstos configuran mundos plurales, no siempre visibles dentro de los grandes relatos de la historia y la política (Navarrete, 2021). De esta manera, cualquier ciudad existe de maneras múltiples y superpuestas (Blok y Farías, 2016).

Si bien la ecología política urbana exhibe las intrincadas interconexiones entre procesos económicos, políticos, sociales y ecológicos de los paisajes urbanos contemporáneos (Heynen et al., 2006), la cosmopolítica urbana, según Blok y Farías (2016), asume estas interconexiones desde un punto de vista posthumanista, en busca de zonas intermedias o intersticios para negociar esos mundos “múltiples divergentes” (Stengers, 2014, p. 21). Al igual que otras visiones sobre la cosmopolítica (Stengers, 2014; Latour, 2004; Martínez y Neurath, 2021; Ulloa, 2024), la cosmopolítica urbana interpela la ciudad como un cosmos organizado por homogenización, en beneficio de uno compuesto por diferencias ontológicas y formas de vida que componen ensamblajes urbanos.

A criterio de Blok y Farías (2016), en las ideas prevalecientes de la modernidad impulsada por la Ilustración, lo natural aparece como una externalidad de las ciudades, mientras que la acumulación capitalista y las dinámicas extractivistas son las acciones que mantienen esas separaciones artificiales entre las formas de vida y conllevan a rupturas en los ecosistemas. Si bien esta crítica está presente en otras perspectivas sobre los orígenes de la crisis ambiental actual —como el Capitaloceno (Moore, 2016)— y en otras críticas a la acumulación del capitalismo (Tsing, 2021) y al excepcionalismo e individualismo humano (Haraway, 2019), en este texto exploraremos otras cosmohistorias y dinámicas que generaron sus propios problemas ambientales en otras escalas, más allá de las economías de mercado y el extractivismo capitalista.

Sin azúcar no hay país: la urgencia
de los bosques en La Habana

La Habana es la capital de la República de Cuba y la ciudad con mayor extensión territorial y densidad poblacional del país, con 2 137 millones de habitantes en 2021 (Oficina Nacional de Estadísticas e Información [ONEI], 2022). De acuerdo con su división político-administrativa, es una provincia compuesta de dieciocho municipios y sesenta y siete consejos populares. La ciudad fue fundada en 1519 en el territorio del actual municipio Habana Vieja. Su urbanización se extendió entre los siglos XVI y XIX hacia el oeste y sur, sobre los barrios de los actuales municipios Centro Habana y Diez de Octubre, en donde está ubicado el barrio de Santos Suárez. El trazado urbanístico de la época colonial se caracterizó por la ausencia de jardines y árboles, debido a la amplia cobertura forestal que rodeaba la ciudad. Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, cuando fueron parcelados los barrios del Vedado (municipio Plaza de la Revolución), Miramar (Playa) y otros, se colocaron parques de entre 100 y 200 m2 y jardines rectangulares externos a lo largo de la cuadra,3 entre las banquetas y la calle, en donde se sembraron árboles alineados a razón aproximada de uno enfrente de cada casa.

Imagen 1. Árbol talado cerca de un contenedor
de basura, en Santos Suárez, La Habana

Fuente: Fotografía tomada por el autor, mayo de 2023

Al transitar por las calles del barrio de Santos Suárez, advertí la ausencia de árboles en algunas cuadras debido a su muerte provocada mediante la tala o el vertimiento de hidrocarburos sobre sus raíces. A medida que el acompañamiento a mis interlocutores en sus tareas cotidianas aumentó en esta zona a partir de 2022, los efectos de la ausencia de los árboles se volvieron evidentes. En algunas cuadras, se podía caminar hasta unos cuatrocientos metros bajo el sol sin encontrar sombra. Uno de mis interlocutores de sesenta y nueve años —de los pocos nativos de la zona que no han emigrado— me explicó que la disminución de los árboles no es un hecho nuevo, sino que ha sido gradual en los últimos años, ya que, al morir los árboles viejos, no se plantaron otros nuevos.

Imagen 2. Árbol talado e intoxicado con hidrocarburos
en el barrio de Santos Suárez

Fuente: Fotografía tomada por el autor, mayo de 2023

A pesar de los esfuerzos de reforestación iniciados tras el triunfo de la Revolución en 1959, La Habana sigue siendo considerada una de las ciudades “más desprovistas” de árboles (Funes, 2019, p. 371); asimismo, la ausencia de bosques ha alterado los regímenes hídricos (Rey, 2014, p. 31). Más que a la expansión urbanística de la ciudad, la desaparición de los bosques habaneros originales estuvo más vinculada a la industria naviera y a la expansión de la industria azucarera; un proceso cíclico desde el siglo XVII colonial, caracterizado por el trueque de “azúcar por bosques” (Funes, 2004, p. 14). Los árboles quedaron apresados en una relación extractivista o “economía de la deforestación” (Funes, 2004, p. 418) que los transformó en mercancías como navíos, maderas preciosas, carbón vegetal y leña para hacer funcionar las calderas de los ingenios azucareros. El sistema de roza, tumba y quema de los troncos servía para el aprovechamiento de las tierras fértiles, convertidas en plantaciones de caña. Los gobiernos republicanos del siglo XX quedaron atados a la agroindustria azucarera como una de las formas estructurales de dependencia económica de Estados Unidos de América, lo que reafirma la frase de que sin azúcar no habría nación independiente ni soberanía económica (Santamaría, 2001). Como resultado, para 1959 la superficie boscosa se había reducido a un 14 % (Díaz-Briquets y Pérez, 2000, p. 144).4

La etapa iniciada con el triunfo de la Revolución merece ser examinada de acuerdo con sus “luces y sombras” (Rey, 2011, p. 145). En las décadas de los sesenta y setenta, mientras se reforestaban unas áreas, como la ribera de los ríos Toa y Cauto en el oriente del país, se talaban los árboles de la periferia habanera porque estorbaban el paso de tractores, buldócer, cosechadoras y otras maquinarias pesadas sobre la tierra, utilizadas en los modelos de agricultura intensiva y mecanizada, e importadas por los megaproyectos de industrialización. Un modelo tecnológico y de proyección económica importado del “socialismo real”.

Los ecosocialismos industriales
de Europa del Este y la URSS

Aunque las políticas ambientales de la Revolución cubana no llegaron a legislarse hasta las décadas de 1980 y 1990, en un contexto internacional de mayor debate sobre el deterioro de los ecosistemas, las ecologías políticas del socialismo que influyeron sobre las relaciones con el medioambiente adquirieron la forma de megaproyectos revolucionarios. Los paralelismos de éstos con la llamada “ecología industrial” o “ecosocialismo industrial” (Kochetkova, 2024, p. 1) de Europa del Este y la Unión Soviética revelan la transferencia tecnológica y económica cubana del campo socialista. El modelo desarrollista soviético, basado en el gigantismo, fue asimilado también en materia de política ambiental (Weiner, 1988; Wallis, 2018), incluyendo la transferencia de las nociones antropocéntricas de transformación de la naturaleza que habían caracterizado la relación del “socialismo real” con el medioambiente.

Esta última adquirió la forma explícita de “conquista de la naturaleza” (Díaz-Briquets y Pérez, 2000; Kochetkova, 2018; Funes, 2019), dispuesta a modo de dispositivo ideológico dentro del modelo económico de planificación centralizada, cuyo poder estaba basado en los logros del conocimiento científico y tecnológico para la domesticación, adaptación e inclusión del medioambiente como un indicador económico. La transformación “racional de la naturaleza y de la sociedad en beneficio del hombre” (Pisarshevsky, 1962, p. 178), acompañado por la idea de que “el hombre sea dueño del planeta” y deba “poner a su entero servicio las fuerzas y los recursos naturales”, se convirtió en una de las proclamas soviéticas de amplia difusión en Cuba a inicios de los años sesenta (Vasiliev y Gouschev, 1967, citado en Funes, 2019, p. 270). A pesar de que tecnologías de la agricultura intensiva, bautizadas como tecnologías de bulldozer (Rome, 2001), fueron puestas en práctica en otros sistemas socioeconómicos —como muestra Cronon (1991) con la transformación industrial de Chicago—, en el caso soviético la modificación del espacio se distinguió por elevarse a un asunto político y nacionalista, al depender el régimen de bienestar del cumplimiento de las metas del plan centralizado.

A menudo, la bibliografía científica que ha evaluado estas políticas delinea una perspectiva centrada en el “ecocidio” (Flesbach y Friendly, 1991; Rezun, 1996; Weiner, 1999; Josephson, 2004). Según Elena Kochetkova (2024), esta perspectiva tiende a generalizar las experiencias locales de impacto ambiental derivadas de ciertos megaproyectos, sin considerar otras prácticas positivas del Estado soviético, como la reforestación. Aunque estas prácticas fueron impulsadas en los regímenes tecnocráticos del socialismo, respondían a una cosmovisión estatal que veía los bosques como reservas de madera y recursos nacionales, en la misma línea que el gas, el petróleo y el carbón. Según esta concepción, el mantenimiento de los bosques respondía a un objetivo estratégico dentro de la Guerra Fría porque eran un reservorio de recursos (Brain, 2011, p. 115) que podrían ser eventualmente racionados en caso de guerra y para asegurar la disponibilidad de materias primas en el futuro (Brain, 2011; Kochetkova, 2024).

La cosmovisión estatal soviética sobre el medioambiente consideraba los problemas ambientales como ajenos al socialismo y exclusivos del capitalismo (Bowers, 1993). Esta creencia se funda en el argumento de que, bajo los regímenes socialistas, no tenían cabida las contradicciones antagónicas entre la economía y los ecosistemas porque éstos anteponían los intereses colectivos ante los privados (Funes, 2019). De acuerdo con esta concepción, sólo en la medida en que el sistema político avanzara, serían corregidas las distorsiones en materia de focos de contaminación ambiental (Ziegler, 1985). Las ecologías políticas del “socialismo real” o ecosocialismos industriales no adoptaron dinámicas extractivistas con fines capitalistas, sino nacionalistas, para el desarrollo del proyecto socialista, en donde los árboles eran considerados recursos indispensables para el mantenimiento del sistema político.

Las ecologías políticas de
la geotransformación en Cuba

A criterio de Coyula (1997), durante las décadas de 1960 y 1980, las obras económicas de la Revolución estuvieron regidas por un modelo de híper desarrollo que violentó las relaciones humanas con la naturaleza y redujo el medioambiente a un recurso. En esta época, la agenda ambiental de la Revolución colocó al ser humano como un ente activo para la transformación (Funes, 2019). En sintonía con la gran aceleración de la segunda mitad del siglo XX (McNeill y Engelke, 2014) y los ecosocialismos industriales, la industrialización en Cuba asumió también una mentalidad “gigantista” (Coyula, 1997, p. 59), determinada por las proyecciones ideológicas (Díaz-Briquets y Pérez, 2000) para la construcción de una sociedad socialista moderna (Kochetkova, 2024), como vía local para salir del subdesarrollo.

La adaptación tecnológica al modelo de desarrollo soviético (Rosset y Benjamin, 1994, p. 22) trajo consigo la implementación de megaproyectos dirigidos mayormente al sector agropecuario. Algunos ejemplos son el Plan Cuenca Lechera, la Central Nuclear Jaraguá, el Cordón de La Habana y otros que no se completaron, como la desecación de la Ciénaga de Zapata, o que ni siquiera llegaron a iniciarse, como la conversión de la bahía de Nipe en un embalse de agua dulce o el cultivo del fondo de la plataforma insular para el desarrollo de la agricultura submarina. La postura oficial ante la suspensión era que éstos podían esperar hasta que resultaran factibles en una etapa superior del desarrollo social (Funes, 2019). Con un alto grado de militarización del trabajo —organizado por contingentes, entre cuyos nombres figura la Brigada Invasora Agrícola Che Guevara—, la relación con los árboles fraguada por estos megaproyectos se caracteriza por consignas políticas y metáforas de guerra: “la lucha del hombre y la máquina contra la maleza” (Funes, 2019, p. 199), “cada árbol que cae es una victoria para celebrar” (Funes, 2019, p. 201) o “ya nosotros le ganamos una batalla a la naturaleza en la Sierra Maestra” (Funes, 2019, p. 287).

La transformación de la naturaleza fue llevada más lejos por Fidel Castro, entonces Primer Ministro y líder de la Revolución cubana. Al igual que la creencia de los ecosocialismos industriales en la ciencia y la tecnología como directrices del camino a la modernidad, la premisa de Fidel Castro era que, “a menos que conquistemos la naturaleza, la naturaleza nos conquistará a nosotros” (Díaz-Briquets y Pérez, 2000,
p. 17). Su postura era que la Revolución cubana se había hecho para hacer otras revoluciones, es decir, “la revolución técnica y la revolución de la naturaleza” (Funes, 2019, p. 217). No obstante, fue Antonio Núñez Jiménez, presidente-fundador de la Academia de Ciencias de Cuba y combatiente de la Revolución, quien creó el concepto de geotransformación para distinguir la transformación socialista de la naturaleza cubana y criticar el determinismo colonialista, impreso en las teorías del fatalismo geográfico insular (Núñez, 2018). Este concepto explica cómo, exclusivamente bajo una sociedad socialista, el hombre moderno podría hablarle a la naturaleza y ésta obedecerle por el imperativo de su inteligencia social (Núñez, 1972, 2018).

No obstante, el problema mayor al cual se enfrentaba esta transformación, según Fidel Castro, era la existencia de “espíritus” que no comprendían “el poder del hombre y de una revolución”, por lo cual era necesario también “transformar al hombre” (Funes, 2019, p. 275). El llamado “hombre nuevo” del socialismo, conceptualizado por el Che Guevara (2016), tendría también que ser capaz de “dominar la naturaleza” (Díaz-Briquets y Pérez, 2000, p. 14). En este caso, el ámbito de construcción de la persona fue puesto en práctica a través de su participación en las tareas agroindustriales, movilizadas por los centros de trabajo y las organizaciones políticas y de masas (Eckstein, 1978; Coyula, 1997).

Si bien los megaproyectos no causaron efectos ambientales visibles a escala nacional, algunos especialistas se refieren a “bruscas alteraciones” y modificaciones de “corte negativo” (Rey, 2014, p. 31). Desde mediados de la década de 1980 y a partir de 1990 puede notarse un esfuerzo por revertir esta tendencia. Hasta la actualidad, los efectos culturales y el impacto ambiental de las ecologías políticas de la geotransformación no figuran en los relatos oficiales ni han sido sistematizados o estudiados en profundidad por sus repercusiones regionales y locales (Funes, 2019).

Hacia una cultura de la naturaleza

El arribo de la crisis económica del llamado Periodo Especial tras la caída del bloque socialista impuso un freno al modelo industrialista de desarrollo (Ponce de León, 1997). La pregunta surgida desde entonces es si esta ralentización —vigente en el presente— estaría produciendo un cambio real de modelo, a partir de lo que Santiago (2017) nombra como un reverdecimiento forzoso y estructural de la Revolución en materia ambiental o si las alternativas endógenas para el desarrollo local son coyunturales ante la emergencia de la crisis y sus efectos prolongados durante las tres décadas siguientes (Díaz, 1997; Coyula, 1997; Díaz-Briquets y Pérez, 2000, Santiago, 2017). Si bien esto último no queda muy claro todavía, las alternativas locales apostaron por un “socialismo sustentable”, que aspira a una racionalidad ecológica (Coyula, 1997, p. 61) a través de la participación de la comunidad y el barrio en la producción agrícola y la reforestación (Fernández, 1997; Levins, 2008).

El precepto ideológico de esta nueva etapa de la ecología política estatal fue establecido por Fidel Castro en términos de oposición binaria entre sistemas políticos; por ejemplo, las guerras y las economías capitalistas son la “barbarie”, mientras que el socialismo y las prácticas de conservación del llamado patrimonio forestal y de menor intervención sobre el medioambiente son “civilizatorias” (Castro, 2007). Esto asentó las bases de las legislaciones, ministerios, organismos, empresas y programas ambientales con una perspectiva nacional, sectorial y comunitaria, comenzando por una ley nacional de medioambiente, con resoluciones y tareas permanentes que buscan atenuar los efectos insulares del cambio climático, como la elevación del nivel del mar. Las bases de esta nueva ecología política de la Revolución se explican a través del derecho ambiental y del concepto de cultura de la naturaleza,5 definido por Núñez (1998) como la conservación de la naturaleza o el medioambiente, para un uso menos destructivo de sus factores naturales. No obstante, siguiendo los lineamientos de este concepto, la preservación tendría sus límites en aquellos lugares en donde el desarrollo económico lo permita y en donde la agricultura esté puesta al servicio de los planes agrícolas y de sustitución de importaciones.

Un ejemplo de estas ecologías es la agricultura urbana, basada en el aprovechamiento de parcelas de tierra para el cultivo de hortalizas, vegetales y plantas ornamentales, tanto en la periferia de la ciudad como en los jardines o en el espacio de los edificios derrumbados en los municipios con escasez de terrenos, como Habana Vieja y Centro Habana. Sin embargo, este modelo se enfoca más en la emergencia estatal de la agricultura para atenuar la escasez y el encarecimiento de los alimentos que en la urgencia de la reforestación, de la cual se encargan en La Habana, principalmente, el Ministerio de la Agricultura, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente, la Empresa Agroforestal Habana y la Dirección Provincial de Áreas Verdes. A pesar de la siembra eventual realizada por estos organismos, el cuidado de la vida de los árboles depende más de la voluntad de los ciudadanos, lo cual fue el motivo de la indagación etnográfica que sigue a continuación.

Cosmohistorias sobre los árboles habaneros

Según Díaz-Briquets y Pérez (2000) y Funes (2019), la Cuba urbana fue históricamente más descuidada por la Revolución que la Cuba rural. Durante el capitalismo republicano, La Habana ejercía un predominio “desmedido” sobre el resto del país (Coyula, 1997, p. 54) al concentrar la mayoría de las industrias, empresas de servicios y el principal puerto comercial, lo cual justificó que las metas del socialismo pretendieran revertir esta tendencia y apostaran por la abolición de la antítesis entre la ciudad desarrollada y el campo atrasado. La Habana llegó, incluso, a ser señalada como una ciudad generadora de desigualdades y fue elevada a los términos de metrópoli. La aspiración tácita era lograr la igualdad entre el habitante del campo y el de la ciudad (Mateo, 1995). La meta era que la capital dejara de ser la “ciudad parásito, la ciudad burocrática, la ciudad pasiva” (Funes, 2019, p. 386) en un sentido economicista y redujera así su importancia como área metropolitana (Barkin, 1978), incluyendo los límites interpuestos al crecimiento en la política estatal de planificación urbanística, sobre todo en los años sesenta (Segre, 1970).

Idalberto Álvarez, de ochenta y dos años, trabajó en uno de los megaproyectos agropecuarios que pretendió revertir dicha tendencia: el Cordón de La Habana. Nativo del asentamiento rural concentrado de El Mariel, al oeste de la capital, pasó sus primeros años de trabajo en una empresa estatal de construcciones vinculado a los suministros de materiales y personal técnico especializado en la infraestructura de las obras, incluyendo los proyectos hidráulicos que se extendieron hasta la década de 1980. El interés en su testimonio y reflexiones es la conexión que establece entre su experiencia de trabajo, desde la visión panorámica que le permitió su puesto como director de logística y abastecimientos, y la ausencia de árboles en la ciudad y la disminución de bosques frutales en sus áreas verdes aledañas.

El Cordón de La Habana inició en 1965 como uno de los megaproyectos agropecuarios, dirigido con el estilo personalista de Fidel Castro (Díaz-Briquets y Pérez, 2000). Su objetivo era repoblar con árboles frutales, cultivos agrícolas y ganado las tierras de los alrededores de la capital. El modelo adoptó la forma de círculos forestales, complementado por obras de infraestructura hidrológica, similar al Plan Stalin para la transformación de la naturaleza de 1948 y al modelo Thünen, basado en los llamados cinturones verdes de intensidad productiva decreciente (Barkin, 1978; Funes, 2019). La división por anillos de sembrado incluyó la siembra intercalada de café, legumbres y hierba para pastura. La infraestructura tecnológica complementaria incluyó la construcción de presas, sistemas de riego, viveros, cochiqueras, establos, gallineros, almacenes, comedores, albergues y vías de acceso como carreteras y autopistas, además de canales de concreto para transportar agua; un ejemplo de ello es el Primer Anillo de la Habana, nombrado así hasta la actualidad porque demarca el primero de los círculos concéntricos.

Si bien el objetivo del Cordón era lograr el autoabastecimiento de la capital, cumplía un rol político expreso, tras haber sido bautizado por Fidel Castro como un movimiento de liberación nacional para descolonizar la capital, al volverla autosuficiente en los cultivos de especialización regional. En sintonía con las retóricas nacionalistas, fue considerado como análogo a otra guerra de liberación; esta vez, contra el “colonialismo interno” de las ciudades capitales (Funes, 2019, p. 373).

Al ser nativo del campo y disponer de conocimientos sobre la siembra, Idalberto tiene opiniones críticas sobre el impacto del Cordón en los ecosistemas, que es el motivo subrayado para acentuar su “fracaso”, medido en términos de incumplimiento de las metas originales. La razón principal es que “todo se hizo sobre la marcha, improvisando […], y se echó a perder porque no respetaron a la naturaleza. Nunca se cumplieron las metas que se dijeron” (Idalberto Álvarez, comunicación personal, La Habana, agosto de 2022). En sus palabras, el conocimiento de la naturaleza fue lo que faltó allí: “se sembró hasta en las lomas y sacrificaron muchos árboles de sombra para sembrar frutales, que se secaron” en su mayoría. Por ejemplo, el café sembrado de la variedad caturra se secó por las altas temperaturas y la falta de árboles, pues este tipo de cultivo es oriundo de zonas montañosas y húmedas, con alta vegetación.6 Por añadidura, el frijol gandul intercalado consumió los nutrientes y el oxígeno de la tierra, afectando los cultivos principales.7

En otro momento, Idalberto reflexionó sobre la dimensión política de aquel megaproyecto, basada en la participación masiva de la población en la parte agrícola. Esta labor, según él, obró en contra de la calidad y el conocimiento requerido para la siembra: “la gente trabajaba como le daba la gana; nada más para que lo vieran allí los dirigentes” (Idalberto Álvarez, comunicación personal, La Habana, abril de 2023). Aunque lo “peor” para Idalberto fue el derribo de los árboles que entorpecían la nivelación de los terrenos agrícolas para abrir paso a la maquinaria de riego. Un hecho que recalca es el uso de explosivos —específicamente dinamita— para volar los árboles con tronco grueso, así como el uso de maquinarias buldóceres para triturar los restos. De acuerdo con sus reflexiones, aquella experiencia marcó la perspectiva de los miles o millones de habaneros que allí laboraron, pues se perdió el “respeto” por los árboles. De ahí en adelante, identifica que “cualquiera ya tumba un árbol y a nadie le importa nada”.

Las reflexiones anteriores no tendrían por qué trasladarse o generalizarse a otras experiencias. Sin embargo, el potencial especulativo de la historia particular de Idalberto, tendiente a la metáfora de un cosmos paralelo, que sugiere una idea sobre el final del respeto por los árboles —como suerte de “fin del mundo”— cobra importancia por sus conexiones parcialmente establecidas con una temporalidad escasamente visibilizada en la historia ambiental de Cuba. Una temporalidad en donde se produjo uno
de los episodios dentro de un ciclo histórico largo de roturas de los lazos de interdependencia socioambiental urbana.

Rupturas e intersticios cosmopolíticos

Durante la convivencia en la primavera de 2023 con Orlando Fernández, de sesenta y nueve años y nativo del barrio de Santos Suárez (Diez de Octubre), salieron a relucir algunas de las causas de la muerte de los árboles en un rango aproximado de los cuatrocientos metros cuadrados. En este barrio capitalino, cuya urbanización data de las décadas de 1920 y 1930, los árboles crecieron en abundancia en los jardines rectangulares externos que recorren cada cuadra, entre la calle y la acera. Al evocar su infancia, Orlando recuerda que la mayoría estaban ahí desde que él nació, en 1955, y “se podía caminar cuadras enteras bajo la sombra” (Orlando Fernández, comunicación personal, La Habana, mayo de 2023). Desde que desaparecieron los encargados (vigilantes de las casas y edificios de renta) con la estatalización de la propiedad privada en 1960, el cuidado de los árboles en las zonas públicas recae en los vecinos y la toma de agua depende del régimen estacional de lluvias.

Al señalar un almendro (Prunus dulcis) cortado desde la base, Orlando indicó que en días recientes había acudido la Empresa Eléctrica de La Habana, siguiendo la solicitud de una vecina, quien, ante la preocupación compartida en el barrio de que las ramas continuaran enredando los cables de la electricidad, indicó a los trabajadores que lo cortaran de raíz. El temor de que se produjera un corto circuito y una eventual rotura del transformador es una razón suficiente para decidir que esta opción es la “mejor” y evitar “complicaciones” en el futuro. Cuando se produce una rotura de este tipo, la espera por el arreglo de parte de la misma empresa puede tardar entre días y semanas, y mientras tanto los vecinos no tienen corriente. Aunque la postura de mi interlocutor es ambivalente, pues es evidente la pena que siente por el árbol cortado, le gana su preocupación ante una posible rotura del cableado. A pesar de que Orlando y otros vecinos no fueron consultados, tampoco exigió cuentas por el hecho. Una rotura del cableado es lo “peor” que les podría suceder: “¡ya con los apagones es suficiente; imagínate una rotura!”.8

En la misma cuadra, un par de meses antes, fue cortado un flamboyán (Delonix regia) porque sus raíces habían abierto la pared del garaje de uno de los vecinos y “amenazaban” con derribar el muro de la casa colindante. Al mostrarme los daños, la vecina de cincuenta y siete años enfatizó con orgullo que había tomado la decisión correcta: me señaló los restos de las raíces infiltradas en las tuberías de barro rojo de los desagües pluviales en los jardines. Sus razones eran que no podía permitirse una rotura, debido al estado de su vivienda, construida en 1923, cuya reparación total ya había sido pospuesta desde hace años por la escasez y el encarecimiento de los materiales de construcción.

En la siguiente cuadra, las manchas negras de hidrocarburos vertidos sobre el tronco y las raíces de los restos de un árbol talado son la muestra de una muerte lenta e infringida por intoxicación. Al indagar las razones que habían motivado esa acción, la respuesta de la pareja de vecinos que vivían más próximos al árbol fue que así no tendrían que pagar a alguien para que lo podara. Según ellos, las empresas estatales de comunales, telecomunicaciones y electricidad —que son las autorizadas para efectuar las podas— ya no realizan las podas estacionales. De acuerdo con otra vecina de treinta y cinco años, cuando se presentan para llevar a cabo el servicio, prefieren cortar en demasía o derribar el árbol desde la base para así no tener que regresar; esta mujer también sugirió que las empresas de comunicaciones y electricidad priorizan siempre el cableado porque es su especialidad, mientras que a la de comunales lo que le interesa es recoger la basura.

En otras cuadras de Santos Suárez y en barrios capitalinos del municipio Cerro, los árboles situados en los jardines externos y cercanos a los contenedores de basura son “objetificados” hasta convertirse en postes para colgar o depositar sobre sus raíces las bolsas de basura. En última instancia, esto conlleva a la muerte de dichos árboles por un proceso que comienza con la transformación de su ciclo biológico en uno social, en donde su uso cotidiano como receptáculo de basura implica gradualmente una transformación relacional: de árbol —entidad no-humana y con vida— a tronco material —utilizado como mástil para colgar o depositar a sus alrededores las bolsas de basura—. Cuando la basura empieza a acumularse y a desbordar los contenedores por la demora del camión estatal de recogida —el cual puede retrasarse durante días o hasta una semana en estos barrios—, se legitima socialmente el basurero y los árboles pasan a figurar como su extensión. En este ecosistema de basurero, proliferan formas de vida indeseadas para el ser humano, como bacterias anaeróbicas, virus, larvas, gusanos, moscas, mosquitos y roedores. Además, dado que la basura es recogida con camiones, vehículos de carga y de tipo buldócer, los árboles suelen ser dañados por la maquinaria. En los casos en los que éstos se enferman o resultan severamente dañados, terminan cortados de tajo.

Imagen 3. Árbol utilizado como basurero por su cercanía
a un contenedor en el municipio Cerro, La Habana

Fuente: Fotografía tomada por el autor, abril de 2023

Imagen 4. Basurero alrededor de un árbol cercano a los contenedores
de basura en el municipio Cerro

Fuente: Fotografía tomada por el autor, abril de 2023

Sin embargo, durante la primavera de 2023, en el barrio de Miramar del municipio Playa, ocurrió un hecho que permitió identificar una zona intermedia o intersticio de negociación cosmopolítica. Osvaldo Valdés, de ochenta y seis años y residente en esta zona, impidió la tala de un cedro (Cedrus), sembrado a la mitad de su cuadra. Los vecinos que pretendían cortar el árbol alegaron razones de prevención para el cableado, pero Osvaldo tenía la sospecha de que el motivo podría ser el aprovechamiento de la “madera preciosa”. Al ser respetado en este barrio por ser miembro del Partido Comunista de Cuba (PCC) y combatiente de la Revolución, Osvaldo detuvo la acción durante unos días y propuso discutirla en la reunión del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), una institución sociopolítica y de masas, creada en 1961 para la vigilancia revolucionaria entre vecinos. Su argumento de defensa era que aquel cedro estaba allí “mucho antes que todos nosotros”, por lo cual era una especie de “patrimonio”, y su presencia “adornaba” la ciudad.

Aunque aquella negociación no se escapa de los marcos normativos y convencionales de la política, el caso de la ceiba (Ceiba pentandra), situada al final de la cuadra de Osvaldo, denota otras posibilidades. Cuando le
pregunté si ésta ocasionaría la misma disputa, Osvaldo no compartió la misma preocupación, pues alegó que aquel árbol “se salva solo, por la brujería”. Con esta certeza, Osvaldo legitima la pertenencia de las ceibas a otro mundo u otro horizonte especular de vidas paralelas a la humana. De acuerdo con las religiones cubanas de origen africano, la ceiba es un santo llamado Iroko; es sagrada y no puede ser cortada ni quemada; además, es el hábitat de espíritus y deidades (orishas) —como Changó, a quien se le depositan ofrendas como plátanos y manzanas rojas sobre las raíces— y es en donde los paleros preparan sus prendas, calderos o nganga (Cabrera, 2009). “¡Tú estás loco! Aquí nadie se va a atrever a cortar esa ceiba. ¡Ni yo que no soy creyente!” fue la sentencia de Osvaldo al respecto (Osvaldo Valdés, comunicación personal, La Habana, junio de 2023). De este modo, el ensamblaje de la ceiba con las religiosidades populares le confiere al árbol una capacidad de agencia, validada lo suficiente por la religión como para negociar su derecho a existir en el espacio urbano y sin caer en las categorías de recurso natural o ser considerado un estorbo para el cableado.

Imagen 5. Árbol que sustituye una columna de madera y recobra un espacio negado por la segunda naturaleza creada durante la Colonia
en el municipio Habana Vieja

Fuente: Fotografía tomada por el autor, noviembre de 2024

Un año después, en el otoño de 2024, advertí en uno de los recorridos por Santos Suárez que uno de los basureros había sido limpiado. El contenedor de basura ya no estaba y, en su lugar, fue sembrado un árbol. Al indagar sobre lo sucedido con Alberto Guerra, un adulto nativo de aquella cuadra, de setenta y tres años, a quien conocí aquella tarde mientras se mecía en el sillón del portal de su casa, supe que un grupo de vecinos se había puesto de acuerdo para tomar acciones, desmotivados ante el cansancio de esperar a que las empresas estatales eliminaran el basurero. Las quejas por la proliferación del hedor, las moscas y roedores habían sido frecuentes a través de los medios formales del CDR; sin embargo, no obtuvieron una respuesta concisa de las autoridades. Las acciones autónomas emprendidas consistieron en el desplazamiento del contenedor de basura hasta bloquear la calle siguiente. Cuando el camión recolector asistió en días posteriores, se llevó aquel contenedor; Alberto expresó que su negativa, en nombre del resto de los vecinos, impidió que los trabajadores lo regresaran a su sitio original: “les dije que aquí preferíamos caminar hasta el latón de la otra cuadra para botar la basura” (Alberto Guerra, comunicación personal, La Habana, noviembre de 2024). A la semana siguiente, la empresa de comunales asistió junto con otro vecino a la transformación del espacio: el terreno se demarcó con una cerca de madera para restaurar el jardín externo y se sembraron plantas ornamentales. En el espacio ocupado por el latón, en la esquina de la cuadra, Alberto sembró un árbol. Su conclusión fue que, “si no se hacía así, nadie iba a venir a resolvernos el problema”. A pesar de que esta solución no es definitiva, denota la voluntad de transformar el espacio, en este caso, invirtiendo el proceso que en otras cuadras lleva a la muerte de los árboles como extensiones de los basureros. Ahora es un árbol recién sembrado el que temporalmente garantiza un espacio mínimo de vida libre de basura.

Conclusiones: cosmopolítica urbana y segunda naturaleza

Una perspectiva cosmopolítica sobre las ciudades que tome en serio los ensamblajes de otras formas de vida, multiespecie y posthumanistas, facilita la identificación de los modos socioambientales en que podrían articularse relaciones más simétricas con el ecosistema urbano. Como cada ciudad, La Habana marca también los ritmos propios de un metabolismo citadino, en este caso, afectado por el deterioro de las infraestructuras materiales de la vida cotidiana, como la recogida sistemática de la basura, el mantenimiento constructivo de las viviendas o las podas de los árboles. Cuando estos últimos se enredan con el cableado eléctrico y telefónico, se funden con muros de concreto o forman parte de los ecosistemas de basureros, se producen rupturas en las relaciones de convivencia y cohabitación del espacio. Las respuestas observadas en estos casos apuestan por el antropocentrismo, traducido en prácticas y acciones de daño, ante el funcionamiento precario de dicha infraestructura, articulándose a través de una suerte de competencia entre árboles, cables, casas y basureros. En este orden de competitividad, se produce un quiebre en las relaciones de interdependencia socioambiental, las cuales, en la actualidad, se alejan de las relaciones históricas de “irreconciliación” entre los árboles y la caña de azúcar, para competir con la infraestructura material, dañada por los efectos prolongados de la crisis económica. Esto último podría verse como uno de los reflejos a microescala de la reproducción local de los efectos de la crisis global del medioambiente, a partir del deterioro de los ecosistemas terrestres.

En el caso de los relatos alternativos sobre el Cordón de La Habana, descrito como uno de los megaproyectos del Estado revolucionario, con un impacto regional en la capital, se contribuye a esbozar una cosmohistoria que empuja a otra manera de reflexionar sobre un cosmos temporalmente compartido. Una manera que ha sido escasamente representada en los relatos lineales de la historia ambiental. En los términos antropológicos de este texto, esta cosmohistoria exhibe un potencial inventivo, activado en su capacidad especulativa por crear conexiones sobre los orígenes de estas rupturas ecosistémicas. Aunque las relaciones de mercantilización no han sido predominantes bajo las ecologías políticas del “socialismo real”, los intereses nacionalistas por los bosques en tanto reservas de madera y la “objetificación” de los árboles en Cuba, como estorbos a la agricultura en los tiempos de la geotransformación y como extensiones de los basureros en la actualidad, producen otras formas de muerte, diferentes a las de las economías extractivistas del capitalismo. Al figurar como ornamentos citadinos y estar fuera de las proyecciones económicas, los árboles parecen habitar en una suerte de apoliticismo. Sobre esto, concluyo que las relaciones actuales que producen daños al arbolado urbano no son el resultado exclusivo o directo del contexto histórico ambiental, sino de la combinación de éste con la relación de competencia entre los árboles y una infraestructura urbana deteriorada por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento.

El prisma de la cosmopolítica urbana permite identificar aquellos intersticios en donde pudieran estarse configurando otras ecologías, menos antropocéntricas y tendientes al posthumanismo, las cuales pudieran perfilar otros futuros urbanísticos. Un ejemplo posthumanista es el ensamblaje de las ceibas con las religiones cubanas de matriz africano y su variación ontológica: de árbol “objetificado” según su forma material, a un ser espiritual cuyo cuerpo es la ceiba. Este ensamblaje facilita una capacidad de agencia política y de negociación de la ceiba en su espacio vital, lo suficiente como para salvarla de ser cortada. Mientras que el caso de la eliminación del basurero por los vecinos de Santos Suárez y el reemplazo del contenedor por un árbol refleja la inversión del proceso de objetificación que afecta la vida de los árboles; éste es un evento que sucedió en otras cuadras del mismo barrio. La siembra de un árbol en aquel preciso lugar le otorga a éste una capacidad innata de agencia política: impedir temporalmente la colocación de otro latón como indicador de un espacio que dejó de ser un basurero. Aunque esta respuesta local no se centra en la restauración directa de los árboles, presenta una alternativa de negociación cosmopolítica que se aleja de las vías oficiales del Estado y apuesta por la vida ante la muerte de los viejos árboles, que no han sido reemplazados por nuevos. En efecto, la restauración del espacio del jardín externo, cuya función socioambiental fue anulada por el basurero, se puede interpretar también como una de las formas más simétricas de recuperación de los lazos rotos de interdependencia.

Las formas dominantes de la política para urbanizar la naturaleza, adheridas a los modelos de planeación, están históricamente diseñadas para producir segundas naturalezas (Heynen et al., 2006). Pudiera plantearse que, al igual que la ausencia de árboles en la planificación urbana de la Habana Vieja durante la Colonia produjo una segunda naturaleza, la ecología política del socialismo cubano, en la época de la geotransformación, intentó hacer lo mismo. Los megaproyectos como el Cordón de La Habana implicaron no sólo un experimento ambiental, sino también uno político, social y antropológico, desde el momento en el que plantearon una transformación de las relaciones entre el campo, la ciudad y los seres humanos —mediante su participación masiva en el trabajo—. La naturaleza funge aquí como una metáfora de la transformación estatal del medioambiente, regida por ideales economicistas de aspiración a la modernidad, en donde se naturaliza una clasificación de los bosques como reservas de
recursos o patrimonio. Con esta intención, las cosmohistorias como las del Cordón reflejan las interacciones naturalizadas entre sistemas ambientales y procesos políticos, en donde las estructuras de poder establecen, conceptualizan y redefinen contextualmente los límites normalizables de la transformación antropogénica y ecosistémica del medioambiente.

Para finalizar, esta segunda naturaleza, ya sea creada o intencionada, es una muestra de los fallos en los Estados que han aspirado a la modernidad. De acuerdo con Blok y Farías (2016), una vez separadas la naturaleza y la sociedad —entendidas a modo de convenciones—, éstas mueren en un letargo conceptual recíproco, a la vez que la concepción de una naturaleza externa y menos afectiva racionaliza y justifica su mercantilización en el capitalismo. Asimismo, contribuye a racionalizar la objetificación bajo el socialismo, con fines nacionalistas, conservacionistas o, en su defecto, como rupturas de las relaciones socioambientales, según los casos etnográficos examinados. En este punto, si se depositara toda la carga de la crisis ambiental en el conflicto binario entre capitalismo y socialismo, reflejaría sólo una parte del problema, al examinar únicamente el antropocentrismo de las sociedades que, más allá de las etiquetas socioeconómicas y políticas, han aspirado a la modernidad. De acuerdo con la crítica de Latour (2012, 2017) y en los términos de Santiago (2017), uno de los dilemas actuales de la crisis ambiental radica en cómo cuestionar ese patrón civilizatorio llamado modernidad y sopesar hasta qué punto ofrece un modelo viable o sostenible y para qué grupos humanos éste refleja, realmente, una alternativa de futuro. Para ello, la interrogante en común para todos los sistemas y sociedades es: “¿existe alguna posibilidad de humanidad, más allá del antropocentrismo, cuando este ha sido asumido como una condición universal?” (Questa, 2023, p. 17).

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  1. 1 Agradezco a Alessandro Questa y Oscar Ulloa por su aliento en prestar atención a las relaciones ambientales como una de las múltiples aristas de las preocupaciones socioeconómicas y políticas; a los revisores anónimos, por sus comentarios al borrador inicial de este texto.

  2. 2 A pesar de los sendos avances en materia de derecho ambiental en Cuba (Rey, 2011), los árboles todavía aparecen definidos —de acuerdo con los preceptos de las constituciones modernas— como recursos naturales —divididos en vivos y no vivos—, los cuales deben ser preservados y cuya explotación debe ser regulada; en cambio, la naturaleza aparece como sinónimo de medioambiente, que se divide en elementos bióticos y abióticos. Cualquier tratamiento posthumanista sobre los árboles, en tanto agentes con capacidad de negociación política sobre su espacio, está ausente y resultaría extraña en la cultura de los Estados occidentales. En este sentido, la aspiración nacional a la modernidad en Cuba quedó establecida en la primera constitución socialista de la Nación, en donde la atención, protección y mejora del medioambiente fue asumida como una necesidad de toda sociedad moderna (Cuba, 1976).

  3. 3 Una cuadra es la demarcación espacial de la ciudad en donde se ubican las viviendas y mide por lo regular unos cien metros cuadrados.

  4. 4 La cifra actual de la cobertura forestal es del 31.8 % de la superficie total del país, entre bosques y plantaciones (Suárez Rivas, 2021).

  5. 5 Este concepto, equiparado a la cultura ambiental, suele asumir un tipo de relación positiva con el medioambiente e igualarse a una educación ambiental. En ocasiones, algunos autores asumen que existe cuando prevalece la “sensibilidad y compresión” sobre los problemas ambientales “y eso es cultura” (Rey, 2014, p. 36). Cuando esa armonía no existe, esta cultura tampoco está presente o es “insuficiente” (Coyula, 1997, p. 58). Otros autores afirman que dicha cultura está predeterminada por rasgos como la “racionalidad” y la “ética ambiental” (Mateo, 1995, p. 78). Otras acepciones abren más el diapasón para incluir los modos de vida que pueden configurar también relaciones de explotación o destrucción, bajo la premisa de que “el problema del medioambiente es esencialmente cultural” (Fernández, 1995, p. 80) y gira en torno a sistemas de valores (Couceiro, 2014, p. 75).

  6. 6 El caturra es una variedad de café arábica de origen brasileño; es una mutación natural de la variedad bourbon.

  7. 7 El gandul (Cajanus cajan) es una leguminosa con alto valor proteico, similar al frijol, originaria de Asia y los trópicos africanos.

  8. 8 Por apagones se refiere a los cortes programados de electricidad ante el déficit de generación, los cuales se habían incrementado en el país desde 2023 y cuando llegaron a la capital fueron bautizados por los habaneros como “apagones solidarios”. En el otoño de 2024, la empresa estatal eléctrica estableció un calendario de entre cuatro y seis horas sin luz por día en cada zona, por lo regular, correspondiente a diferentes barrios dentro de los municipios, alternándose los apagones entre horarios matutino, vespertino y nocturno.

* Doctorante en Antropología Social por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en Antropología Social por la UIA. Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad Agraria de la Habana (UNAH). Investigador en el proyecto Historia y epistemologías comparadas de las disciplinas antropológicas en Haití y Cuba (IRD, URMIS, UEH, UP8, LAVUE, ICIC). Colaborador del proyecto Polifonía íntima del desastre y adaptación: Una mirada transdisciplinar a los efectos “invisibles” del Cambio Global en hogares rurales de población indígena en México (UIA). Sus líneas actuales de investigación son la antropología de los artefactos etnográficos y la cultura material; (pos)socialismos; antropología política y del Estado; y epistemología e historiografía comparada de las antropologías nacionales. Los fenómenos que le interesan son la recepción de las políticas públicas; relaciones con el Estado; crisis alimentaria; y epistemologías e historiografías comparadas de las antropologías nacionales en América Latina y el Caribe.