Artículos e000151
De peones a campesinos. Un caso de resistencia política y territorial en
el Chile central del siglo XX1
From Laborers
to Peasants. A case of Political and Territorial Resistance in Central Chile in
the 20th Century
Fecha de recepción:
26/10/2020
Fecha de aceptación:
12/01/2021
Fecha de publicación:
05/05/2021
https://doi.org/10.48102/if.2021.v1.n1.151
María Isabel Vera Muñoz*
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3934-9405
Licenciada en
Sociología
Universidad Alberto
Hurtado (UAH)
Chile
Resumen
En este artículo
examino las prácticas de resistencia que performan los sujetos
en un escenario histórico de pérdida y desposesión. Para ello, analizo las
narrativas biográficas de campesinos y campesinas del asentamiento Los
Choapinos (ubicado a 106 kilómetros al sur de Santiago), quienes han vivido una
relación de posesión y desposesión de tierras producto de fenómenos ecológicos,
reformas y contrarreformas de economía política durante los últimos cincuenta
años. Mediante entrevistas semiestructuradas y el análisis narrativo
temático-estructural, indago en los fundamentos, hitos, sentidos y propósitos
que las y los sujetos le otorgan a su historia: frente a un escenario
neoliberal donde las agroindustrias se yerguen como estructura laboral
hegemónica en el espacio rural, este grupo logra sostenerse como campesinos y
campesinas en virtud de su repertorio de acción política, evitando así devenir
en proletarios y proletarias o reconfigurarse como personas agropolitanas.
Palabras clave
Campesinado,
performatividad, desposesión, resistencia.
Abstract
In this article I examine the resistance practices
that perform the subjects in a historical scene of loss and dispossession.
For it, I analyze the biographical narratives of peasants
women and men of the settlement. Los Choapinos (located
to 106 kilometers to south of Santiago), who have lived a relation on
possession and dispossession of land as a result of ecological phenomena, reforms
and counter-reforms of political economy during last fifty years. Through semi-structured
interviews and the thematic-structural narrative analysis, I inquire into the
fundamentals, milestones, meanings and purposes that the subjects give to him
to their story: in front of a neoliberal scene where agribusiness stands like a
hegemonic labor structure in the rural space, this group manages to maintain
like peasants by virtue of its repertoire of political action, thus avoiding to
in becoming proletarians or reconfiguring themselves as agropolitan
subjects.
Keywords
Peasantry, performativity, dispossession,
resistance.
Introducción
En 1965, en el marco
de la reforma agraria, la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) del gobierno
de Chile comenzó a realizar las primeras expropiaciones de tierras no
productivas en la zona norte del país. Como consecuencia, entre 1965 y 1970,
fueron movilizadas 20 811 familias hacia la zona centro de Chile (Bujes y
Espinosa, 2015). La localidad de Los Choapinos en la comuna de Rengo, Región de
O’Higgins, a 106 kilómetros de Santiago, fue poblada debido a este
desplazamiento. Treinta familias originarias de las localidades de El Tambo,
Camisas y Cuncumén fueron reubicadas allí gracias a un acuerdo entre el
sindicato agrícola de Salamanca y la CORA. En 1969, una vez asentados, los
pobladores construyeron paulatinamente una junta de vecinos, un club deportivo,
un comité de agua potable rural, una confederación de trabajadores agrícolas,
una lechería, un complejo cunícola y una escuela.
Cuatro
años después de la relocalización, con la instauración del régimen
civil-militar (1973), sobrevino la contrarreforma agraria (1973-1974): un
proceso de devolución de tierras a sus antiguos dueños o de ventas de los
terrenos a empresas agroindustriales. Muchas organizaciones campesinas
beneficiadas con entrega de títulos de propiedad se vieron obligadas a vender
sus predios por falta de créditos y tecnología para mantener su producción en
el nuevo contexto económico (Villela, 2019).
En
este escenario de pérdida, que vuelca al campesino hacia la proletarización, y
donde las agroindustrias se yerguen como la estructura laboral hegemónica en el
espacio rural que erigió la contrarreforma agraria, este artículo ofrece una
narrativa analítica que explora las diversas prácticas de vulnerabilidad y
resistencia que performan —siguiendo a Butler (2002)— los y
las habitantes de Los Choapinos en tiempos y espacios específicos (Harvey,
2012). Sujetos que experimentan una trayectoria inusual al lograr sostenerse
como campesinos y campesinas —manteniendo su posesión sobre las tierras— en vez
de devenir proletarios y proletarias, y reconfigurarse como sujetos
agropolitanos (Canales y Hernández, 2011). Sostengo que en ello existe un
sustento social específico en los modos de gestar la resistencia a lo largo de
la trayectoria de la comunidad: un repertorio de acción colectiva
fundamentalmente político que sobrevino de la experiencia militante de
izquierda de la generación precedente que se manifiesta en toda la comunidad
—independientemente de la posición política de los sujetos—, lo que construye
una subjetividad de lo común basada en la capacidad organizativa, el bien de la
comunidad y el país, la reivindicación del campesinado; todo desde una
comprensión de la tierra como un espacio disputado y propio en relación a la
cual devienen sujetos autónomos y “dignos”.
Campesinado, reforma agraria y
contrarreforma en Chile:
un balance historiográfico
El gran debate
intelectual en los años sesenta, con el auge de los centros de investigación
latinoamericanos, influyó directamente en la producción de conocimiento sobre
la tenencia de la tierra, la organización de los campesinos y los procesos de
modernización del agro en Chile. Bajo las “nuevas teorías del desarrollo y la
modernización” (Larraín, 2001) y de los estudios sobre la marginalidad (Vekemans
y Silva, 1969), se abordó la situación del campesinado que, como lo señalan
varios autores,2 había
sido sacrificado desde el inicio de la conquista española mediante el mecanismo
de la hacienda, el latifundio, establecido para privarlos del control de la
tierra, obligándolos a vender su fuerza de trabajo a un costo lo
suficientemente bajo como para vedarles el acceso a la educación y la
organización social (Chonchol, 1994). Para Medina Echavarría (1969), toda la
historia económica, social y política de América Latina es, en parte, la
historia de la consolidación de esa unidad económico-social: la hacienda.
Según
Jacques Chonchol (1994), el sistema de concentración de la tierra “en pocas
manos” generaba una forma social particular que estaba dada por la
característica fundamental de la economía campesina, una simbiosis entre la
explotación y el hogar: la empresa agrícola y la economía doméstica. Para este
autor, existe un estrecho vínculo de colectivismo entre la familia y su
comunidad, donde se mantiene la comunidad aldeana de vecinos, producto de una
agricultura sedentaria tradicional. Esta concepción estaría en la base de la
comprensión del campesinado y ganaría importancia para la puesta en marcha de
la reforma agraria durante el gobierno de la democracia cristiana, cuya acción tendió
a desplazar la agricultura latifundista —que se mantenía en un severo
estancamiento—, permitiendo el acceso a la tierra y el mejoramiento social de
la “unidad económica familiar campesina” (Faiguenbaum, 2017).
Para
Salazar y Pinto (1999), la tesis de la marginalidad —el fundamento ideológico
del programa de promoción popular demócrata cristiano— sustentó una visión
pasiva de los sujetos populares: los intelectuales ligados al mundo político
asociaron la pasividad de los pobladores con su origen rural y a conductas
“conservadoras y tradicionales” (p. 100). Los autores han denunciado que tanto
demócratas como fracciones de la izquierda le habían restado protagonismo a la
base social, sobre todo “campesina y pobladora” (Salazar y Pinto, 1999, p.
101); “el camino” era guiado por la cúpula de los partidos.
Al
no beneficiarse toda la población rural por las políticas de expropiación
(Garretón, 2009), se creó una frustración creciente, la cual “explotó” durante
el gobierno de la Unidad Popular (UP) (1970-1973) (Chonchol, 1994, p. 295). En
palabras de Bengoa (2016), el gobierno de Frei buscó controlar esta “revuelta
campesina”, que para las autoridades representaba un extremismo político
peligroso para la estabilidad del país; más que “campesinos organizados”, la
imagen que representaban estos actores para la clase política era de “bárbaros”
(Acevedo, 2016, p. 26).
María
Angélica Illanes y Flor Recabal (2014) consideran que la “puesta en marcha” del
proceso de reforma agraria fue una preparación del Estado que tenía como fin
entregarle herramientas institucionales al gobierno de la UP para acometer la
tarea histórica del campesinado chileno. Es durante el proceso de “culminación”
de la reforma agraria cuando el campesinado comienza a ser visualizado como
sujeto autónomo, capaz de diseñar sus propias políticas y de decidir sus formas
de relacionarse (p. 50).
Para
Faiguenbaum (2017), lo fundamental de la acción del Estado en este periodo
consistió en promover la organización campesina en torno a sus intereses y
demandas mediante cooperativas y sindicatos que comenzaron a desplegarse con el
proyecto de Ley de Sindicalización Campesina, decretado en 1965. Por ello, en
este tiempo se avanzó hacia un pacto “Estado-campesinado”, que suponía el
reconocimiento del campesino como sujeto con plena soberanía (Illanes y
Recabal, 2014). En efecto, el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario
(Indap) desarrolló una labor activa al organizar a los campesinos en los
niveles locales, provinciales y nacionales. Como consecuencia, la organización
campesina aumentó, llegando a 253 532 campesinos sindicalizados hacia 1971
(Armijo y Caviedes, 1997).
Para
el antropólogo e historiador José Bengoa (2016), la “industrialización de los
campos” supone la creación de una nueva clase social en Chile: la clase media
rural; “una clase de propietarios”, dignos y sin obligaciones de patrones, que
incluso podían comprar refrigeradores y cocina a gas, y cuyos hijos irían a las
escuelas y universidades (p. 65).
A
diferencia de las lecturas de Bengoa (2016), Villela (2019) y otros, quienes
plantean que la reforma agraria supone un cambio socioproductivo, institucional
y de relaciones de poder innegable y agudo, Bellisario (2013) propone
comprender los procesos de reforma como un “todo” que logró la transformación
de la vieja estructura agraria del sistema hacendal hacia un desarrollo de
corte capitalista. Bellisario se acoge a la tesis que apunta que: 1) el golpe
civil-militar no significó un punto de ruptura entre dos periodos históricos,
sino que forma parte de un largo proceso de transformación capitalista de la
agricultura chilena; 2) lo realizado por los militares [y civiles] fue una
contrarreforma “parcial”, ya que “no afectó un importante contingente de
beneficiarios, devolviendo sólo una parte de la tierra expropiada a sus
antiguos dueños” (p. 160).
Por
el contrario, el sociólogo Hugo Villela (2019) postula que las modificaciones
violentas introducidas por el régimen civil-militar respecto a la tenencia del
recurso de la tierra constituyen una modernización que buscaba homogeneizar el
espacio agrario por medio de nuevos mecanismos de control de la población
campesina. Villela argumenta que este ordenamiento despolitiza al campesinado
mediante una nueva imposición autoritaria que desarticula el movimiento
multiclasista de “unidad nacional campesina” (p. 241). En efecto, para Canales
y Canales (2013), esta desarticulación que Villela identifica es generadora de
una reconfiguración social en el espacio rural, una “agrópolis”: configuración
territorial sostenida en la actividad agroindustrial (pp. 31-56).
Este
recorrido historiográfico permite comprender que, si bien durante los últimos años
se han abordado importantes vacíos de información, hay grandes diferencias
respecto a las perspectivas desde donde se han construido las categorías de los
y las campesinas, así como las perspectivas frente a los procesos de reforma y
contrarreforma. Por ello, esta investigación se nutre de los estudios previos
para buscar las fracturas y continuidades en términos identitarios y materiales
para este caso, y examinar en qué medida la relación de posesión que sostienen
los y las campesinas con la tierra, de acuerdo con la noción de proletarización
que aporta Bengoa (2016), afecta la afirmación de los sujetos como campesinos
(pequeños propietarios) o sujetos rurales proletarizados (agropolitanos).
Performar un individuo:
la construcción de un campesino
en un proceso sociohistórico de posesión y desposesión
Para analizar la
conformación del sujeto campesino propongo seguir el enfoque performativo de
Judith Butler (2002, 2017) para examinar a los sujetos como efecto de procesos
y, en particular, de los procesos de economía política de la reforma y
contrarreforma agraria: la posesión y desposesión de tierras.
Siguiendo
la propuesta de la filosofía y pragmática del lenguaje (Austin y Urmson, 1990;
Searle, 2000), Austin realiza una distinción entre lo constatativo del lenguaje
y lo realizativo o performativo, que dota al habla
de un carácter creativo y que, por ende, hace “surgir” realidades bajo
circunstancias determinadas.
De
este modo, desde una estrategia de análisis sociológico, la performatividad en
Butler (2017) comprende el análisis de las prácticas mediante las cuales los
sujetos se “ponen en acto” (p. 39), por lo que las diversas prácticas y
actuaciones —como la resistencia política en sus diversas aristas— tienen
efectos ontológicos en la materialidad y vida de los sujetos. En este sentido,
los cuerpos se configuran de acuerdo con los requerimientos que pueda tener la
sociedad en un determinado contexto (productivo, cultural, político), creando
categorías culturales que configuran sujetos por medio de la construcción de
identidad. Esta construcción de identidad no es estática, por lo que las
estrategias de resistencia, en un escenario de vulnerabilidad e
interdependencia, posibilitan los ejercicios de subversión. De esta manera, es
posible pensar la construcción del sujeto campesino en relación con sus
capacidades de resistir los procesos históricos de despojo en torno a la
tierra. Para Butler (2006), la dependencia y la vulnerabilidad son rasgos
constituyentes de los procesos de sujeción y creadoras de posibilidades de
transformación.
A
nivel metodológico, propongo que ésta es una articulación transdisciplinar
que incorpora los estudios históricos al análisis sociológico biográfico, con
el fin de generar una genealogía. En un sentido foucaultiano, la genealogía
refiere al análisis del origen histórico o la procedencia de lo actual
(Bernasconi y Ruiz, 2018), dando cuenta de las rupturas y continuidades a nivel
de la historia local e individual en el marco de los estudios de la ruralidad
chilena. Según Bernasconi y Ruiz (2018), existe un sustento social a lo largo
del tiempo que persiste en las prácticas intencionadas y no intencionadas de
actores y cosas, y que figura a los sujetos como un efecto de tales procesos y
disputas.
De
esta manera, comprendo la construcción de la subjetividad en los sujetos como
un proceso, una trayectoria temporal y no un evento. Siguiendo a Charles Tilly
(2002), la subjetividad es el resultado del repertorio social de acción que se
habilita en los sujetos y que refiere a un conjunto de rutinas y prácticas
aprendidas surgidas de las dinámicas de lucha de la comunidad. Estos patrones
son aprendidos por medio de la actuación o de la observación y, en
consecuencia, los sujetos actúan frente a situaciones conocidas en respuesta a
eventos enfrentados, lo que a la vez es una expresión de la historia particular
del grupo. Como lo enuncia Mario Garcés (2002), rescato el “saber local” como
un “saber identitario” que se construye a partir de la memoria que el sujeto
guarda y recrea de su propia experiencia histórica como sujeto colectivo. Por
ello, este repertorio se construye históricamente y se desarrolla culturalmente
a partir de la capacidad organizativa de los sujetos. Esto se deriva de un
diálogo intergeneracional permanente en torno a los procesos de resistencia
colectiva frente a la dominación, particularmente sobre los procesos de
desposesión de la tierra.
A
este respecto, resulta útil comprender el fenómeno de desposesión a
partir de los fenómenos de expansión de las industrias agrícolas en los
territorios rurales tras el golpe de Estado en Chile, las cuales “valiéndose de
medios extraeconómicos, liberan recursos —incluyendo la fuerza de trabajo— para
incorporarlos a la producción capitalista, privando a las poblaciones locales
de la relación que históricamente han establecido con su medio” (Guerra y
Skewes, 2010, p. 451). Esto es lo que David Harvey (2004) atribuye a los
procesos de “acumulación por desposesión”, una reificación del concepto de
acumulación originaria de Marx y que, como tal, caracteriza al capitalismo
neoliberal en razón de las nuevas formas y mecanismos que instala para la
generación y acumulación de la riqueza (García, 2018), abriéndose paso en
nuevos espacios que aún no habían sido acaparados por el capital.
Para
Harvey (2007), el capitalismo va eliminando las barreras espaciales y
temporales, introduciendo un “paisaje geográfico” de relaciones, de
organización territorial y laboral adecuado a sus propias dinámicas de
acumulación (p. 77).
En
este sentido, el capitalismo se expande en tanto genera cambios en la construcción
social de los sujetos. Esto es lo que Harvey (2004) llama “desposesiones
integrales” (p. 118): modificaciones identitarias y culturales como efecto de
la vulneración de las condiciones materiales de existencia; en este caso, las
formas en que se presenta el espacio rural, en condiciones en las que la
producción agrícola es intensiva y no permite —o frena— formas tradicionales
del trabajo agropecuario: se modifican las relaciones con la tierra así como
las relaciones interpersonales introduciendo a nuevos actores en este contexto.
En
términos de García (2018), y a modo de síntesis, la acumulación por desposesión
caracteriza a los procesos y formas modernas de despojo en cuanto se
mercantilizan más ámbitos de la vida humana.
Por
ello, siguiendo el enfoque de Harvey (2004), el despojo de la relación con la
tierra es la “gran desposesión” para estos sujetos. En clave de Butler y
Athanasiou (2013), existiría una proletarización en masa debido a la pérdida de
sus medios históricos de producción, en la que los sujetos deben venderse como
mano de obra. Así, esto afecta negativamente los patrones culturales que norman
la asociatividad y las relaciones sociales de los individuos (Harvey, 2003),
generando a su vez una construcción de identidad con respecto a la otredad, el
despojo y la amenaza. Los sujetos, entonces, se construirían sobre su relación
con la tenencia de la tierra, pero también sobre su relación con otros:
campesinos/agropolitanos (sujetos rururbanos esencialmente dedicados al trabajo
temporero e inestable en packings).
Asimismo,
Harvey (2003) concibe los espacios como relacionales y en constante
actualización por quienes los habitan. Desarrollando la idea de “producción del
espacio” de Lefebvre, Harvey plantea que, en los espacios donde se puede gestar
la resistencia, producto de “estrategias alternativas y emancipadoras” (p. 11),
se posibilita la construcción de un proyecto de los subalternos, orientado a
subvertir la reproducción del statu quo mediante la “expansión
de su autonomía, la profundización de las prácticas sociales emancipatorias, la
construcción de nuevos imaginarios e ideas así como la transformación radical
de las relaciones de poder” (p. 11). Los subalternos, recurriendo a Gramsci y
Spivak, son sujetos subordinados, oprimidos e instrumentalizados, al mismo
tiempo que son dueños de una conciencia política (Gramsci, 2011): clases
trabajadoras, campesinos o grupos étnicos. Spivak (1999), desde los
estudios feministas, postcoloniales y del postestructuralismo historiográfico,
complejiza el concepto acuñado por Gramsci y le asigna una consciencia unitaria
al sujeto; éste deja de ser una categoría estática y homogénea,
agregando que las mujeres ocupan un doble rol de subalternidad, bajo una
estructura colonial y patriarcal. En definitiva, para Harvey (2003), es en los
subalternos sobre quienes se deposita la responsabilidad de crear formas
materiales para la gestión de nuevas utopías, un sujeto que, bajo la “figura
del arquitecto” (p. 320), es capaz de crear espacios físicos y simbólicos
insurgentes frente al capital.
Metodología
Un enfoque
cualitativo interpretativo postestructuralista guio la investigación base de
este artículo. La técnica de producción de datos fue la entrevista biográfica
semiestructurada, la cual, según Anderson y Kirkpatrick (2016), se basa en una
“guía temática” (p. 634) que indica áreas de interés identificadas a
partir de la literatura o de entrevistas realizadas anteriormente; sin embargo,
la entrevistadora puede introducir preguntas adicionales para precisar
conceptos u obtener más información sobre los temas deseados (Hernández,
Fernández y Baptista, 2010).
La
entrevista transcurrió como una conversación guiada orientada a fomentar la
reflexión sobre sus propias experiencias e historias de vida ligadas a los
hitos de la comunidad y su autopercepción e identidad como campesinos y
campesinas. Solicité a los y las entrevistadas que describieran los distintos
eventos significativos de su trayectoria, los evaluaran y refirieran al efecto
de cada uno a nivel personal y comunitario.
Las
cinco personas entrevistadas fueron contactadas mediante nueve visitas a la
localidad, donde consulté por referencias a mujeres y hombres que trabajan o
hayan trabajado directamente sus tierras (campesinos), cuya historia comience
en el valle del Choapa y que hayan estado viviendo hasta la fecha en el
asentamiento. Uno de los entrevistados, a quien conocía previamente, actuó como
portero acercándome a otras personas y, tras comentar los objetivos de mi
investigación, mi grupo de personas entrevistadas se fue conformando con
mujeres y hombres de entre 62 y 93 años. Asumí que en los relatos cada quien
realizaría un recorrido histórico vinculándose a los procesos de desposesión de
su vida y de la comunidad a lo largo de la narrativa, distinguidos también por
sus posiciones dadas según su sexo, actividad principal y vinculación política.
Es importante destacar que se complementó con un análisis documental.
Las
entrevistas no superaron los 90 minutos, fueron respaldadas por un
consentimiento informado aprobado por el Comité de Ética de la
Universidad Alberto Hurtado, se registraron en una grabadora y posteriormente
fueron transcritas por la investigadora responsable. Las entrevistas fueron
realizadas antes de la revuelta del 18 de octubre de 2019, que mantuvo al país
en una aguda crisis social y política, por lo cual no continué mi búsqueda de
nuevos entrevistados. Las cinco personas entrevistadas son:
Óscar C.
Agricultor, 67 años. Su historia versa sobre trabajo colectivo y los anhelos
frustrados de un exmilitante socialista que, tras el retorno de la
“democracia”, o “dictadura camuflada”, ha sentido una profunda traición por los
gobiernos de centro-izquierda, quienes no lo reconocieron como víctima de un
periodo en el que se entregó por la historia que otros construyeron, y donde él siempre
fue un personaje secundario. Considera que el Estado ha sido ingrato con los
pequeños agricultores, pese a la ayuda de Indap, que los créditos son elevados
y las condiciones para trabajar la tierra son muy duras.
Quielo
R. Dirigente sindical agrícola, 69 años. Fue concejal socialista. Heredó su
militancia de su padre, quien fue el primer gobernador campesino socialista de
Salamanca. Participó activamente en Rengo y Santiago en la lucha por la
democracia durante la dictadura. Cree que el sistema político y económico está
hecho para dejar morir a los pequeños agricultores y que es necesario luchar
por un nuevo sistema que los incluya, porque aún son muchos quienes creen que
es la forma más sana de vivir.
Gladys
P. Agricultora orgánica, 62 años. Se dedicó a ser modista y trabajadora de casa
particular la mayor parte de su vida, pero sus orígenes la han llevado a
dedicarse a la agroecología para rescatar las raíces campesinas de sus
antepasados. Es hija de un padre socialista y hermana de un exonerado político.
Por esto, septiembre es un mes triste; ver los videos del bombardeo a la Moneda
le recuerda lo crudo del periodo; sin embargo, cree ser más de izquierda cuando
lo recuerda y también que es necesario (re)construir desde el cariño y la
verdad.
Aquiles
A. Extrabajador agrícola, 68 años. Apasionado del futbol, inauguró en Los
Choapinos lo que hoy es el Club Deportivo Norte Verde. Aunque le gustaría
seguir jugando, sus años no se lo permiten. A pesar de no seguir trabajando
directamente la tierra, hoy pertenece al Sindicato de Agricultores del sector.
Cree que se necesita apoyo para llevar a cabo la dirigencia de las demandas del
mundo campesino. De una familia de comunistas, él sólo era
simpatizante, pero creía en los valores que le habían entregado su padre y su
abuelo.
Margarita
P. Actualmente dueña de casa, 93 años. Llegó a los 43 años a Rengo junto con
sus hijas y su esposo, agricultor, quien fue beneficiado por la reforma agraria
en Salamanca. Aquí instalaron una lechería y Margarita se dedicó principalmente
a tareas del hogar —por ejemplo, cocinar para los trabajadores del sector—. No
tuvo militancia política pese a haber participado en la cooperativa y no tiene
recuerdos de la represión de la dictadura más allá de algunos allanamientos.
Cree que había ciertas cosas en las que ella “no podía meterse”.
Es
importante destacar que estos casos no buscan representatividad dentro del
territorio, puesto que existen voces distintas a estos cinco casos. En efecto,
son las distintas experiencias que dotan de una cierta heterogeneidad a la
trayectoria de esta comunidad por medio de disputas y competencias. Justamente,
por ello conviven, en el mismo territorio, agropolitanos y pequeños
agricultores.
Las
entrevistas fueron sometidas a análisis narrativo, definido como una forma de
indagación en torno a la práctica narrativa y los relatos que “personas, grupos
e instituciones componen en y sobre la vida social” (Bernasconi, 2011, pp.
13-14). En este sentido, entiendo la acción de contar historias como la forma
en la que los sujetos otorgan sentido a sus experiencias y las comunican. Como
señala Catherine Riessman (2008), el análisis narrativo pregunta no sólo por el
contenido, sino también por las intenciones y el lenguaje, y en su vertiente
temático-estructural incluye la pregunta por la organización del relato y los
componentes de la narrativa.
Esta
técnica de análisis me permitió leer, interrogar y analizar las prácticas de
vulnerabilidad y resistencia que van performando a cada sujeto
en un escenario que tiende drásticamente a la desposesión del campesinado
chileno. Para componer el análisis busqué relacionar las historias biográficas
y los eventos que estructuran la historia de la comunidad: 1. El
fortalecimiento de gobiernos zonales socialistas en el valle del Choapa, la
sequía de los años sesenta y el beneficio de tierras por la reforma agraria
durante el gobierno de Frei Montalva; 2. El asentamiento y la cooperativa en
Rengo, la reforma agraria durante el gobierno de Salvador Allende y el golpe de
Estado; 3. La dictadura militar, los allanamientos, la pérdida de tierras y la
resistencia a la contrarreforma, la lucha por la democracia.
Lo
importante fue comprender los matices que los sujetos evocan en sus relatos
pese a referirse a un mismo episodio. Cada entrevistado tuvo una forma distinta
de describir, valorar y reflexionar sobre sus vivencias. Así, ya sea debido a
las posiciones de los sujetos en la comunidad, a sus identidades laborales,
trayectorias, a sus propios proyectos o comprensiones del mundo social, la
composición de la historia de una misma comunidad es heterogénea y compleja: lo
que para unos pudo haber sido valorado como una oportunidad, para el otro pudo
haber significado una pérdida.
Para
abordar los significados que los eventos tienen para los y las entrevistadas,
analicé los recursos que movilizó cada sujeto, el modo en que se organizó y con
quién se asoció, contra quién tuvo que pugnar y qué sentidos evocan —en este
ejercicio— los eventos suscitados.
Para
realizar el análisis trabajé en tres etapas: i) El análisis por caso, donde
generé cinco relatos resumidos en primera persona a partir de la transcripción
de la entrevista, produciendo una narrativa fluida sobre el relato del sujeto;
ii) Interrogación activa de los relatos para responder a las preguntas: ¿qué me
quiso contar esta persona?, ¿cómo lo quiso contar?, ¿con qué
propósitos?, ¿a qué posiciones de habla apela?, ¿qué habrá
querido omitir?, ¿a qué tipo de sujeto corresponde esta narrativa?, ¿quérelaciones
de poder pueden ser analizadas dentro de este relato?, ¿cuáles son
los ejes articuladores del relato?; iii) Generación de categorías sobre lo
dicho en estos relatos, realizando comparaciones entre casos por medio de un
proceso de codificación. Dichas categorías representan nodos de significado en
torno a los hitos o periodos previamente mencionados, por lo cual realicé un
análisis narrativo temático y un análisis estructural atendiendo a los
componentes de los relatos que participan de cada uno de estos periodos.
Presentación y discusión de
resultados
La vida en Salamanca, la reforma
agraria y la migración:
de inquilinos a campesinos
Hacia 1960, Salamanca
era un aislado pueblo del valle del Choapa, al sur de la provincia de Coquimbo,
dedicado casi exclusivamente a la agricultura; la población rural de la
provincia, según el censo de 1960, alcanzaba un 48.17 % (Instituto Nacional de
Estadísticas, 1960, Cuadro 2). Este gran valle se caracterizaba por sus tierras
fértiles y su clima, que variaba de altas temperaturas en el verano a muy bajas
en el invierno, presentándose entre otoño e invierno los llamados “terrales”,
vientos calientes que crean microclimas óptimos para la producción
hortícola en las tierras acaparadas por los complejos latifundistas. De una
larga trayectoria patronal, una importante cantidad de los habitantes del
Choapa trabajaban como inquilinos, medieros o peones en los doce fundos del
valle.
Una vida miserable
En el recuerdo de
Quielo, hacia 1965 la vida de los trabajadores de los fundos “era una vida
terrible, humillante, de trabajo forzado, de mucho sufrimiento” (Quielo R.,
comunicación personal, septiembre de 2019). Quielo es hijo de una familia de
“obligados” —nombre coloquial para los trabajadores asalariados que, para
mejorar su calidad de vida, se veían en la “obligación” de arrendar su fuerza
de trabajo a la hacienda—:
Nosotros éramos personas,
si es que nos consideraban personas, pero éramos entes de segunda
clase, al mismo nivel del animal […] Nosotros los campesinos vimos experiencias
muy terribles. En los fundos, antes de expropiarlos por la reforma agraria, en
los años sesenta, los dueños tenían mejor a los caballos y a las vacas, mejor
que a los inquilinos, que vivían en un rancho: mejor vida tenían los animalitos
que estaban para la producción, daban leche, daban carne [...] mejor que los
seres humanos que estaban ahí. (Quielo R., comunicación personal, septiembre de
2019)
Según
el relato de Quielo, en la estructura latifundista la legibilidad de los
sujetos estaba dada por su clase y, en consecuencia, su propiedad sobre la
tierra. Existían dos tipos de sujeto en este sistema campesino colonial: el
dominante, el patrón o latifundista, gran propietario de fundos y tierras; y el
subalterno —en términos de Gramsci y Spivak—, el peón, gañán o inquilino.
Correspondía al primero definir el tipo de vida que tendrían los “seres” que
habitaban al interior de su propiedad, como extensiones de ésta. Por ello,
los animales, que brindaban leche y carne para la producción, “merecían” vivir
en mejores condiciones que los humanos: los inquilinos eran seres de segunda
clase en esta visión mercantilizada de los sujetos.
Siguiendo
a Spivak, las mujeres sufrían una doble subalternidad al interior de este
sistema hacendal. Debido al sistema sexo/género,3 las
inquilinas son delegadas a realizar labores domésticas, proveyendo de cuidados
básicos y esenciales a los trabajadores, y a realizar tareas consideradas
productivas pero feminizadas, como el cuidado de pequeños animales. Además, son
constantemente humilladas, maltratadas y abusadas, tanto por sus esposos como
por los latifundistas: “Eso se sabía, pero no había cómo pararlo, era lo que le
tocaba a las mujeres” (Margarita P., comunicación personal, octubre de 2019).
En este sentido, las mujeres hacendadas estaban subordinadas a sus esposos en
función del pequeño —pero suficiente— capital económico que respaldaba la
autoridad de los hombres al interior de la familia, quienes al mismo tiempo
eran oprimidos por los latifundistas: las mujeres eran sujetas de tercera
clase, mercantilizadas y sexualizadas.
El valle rojo
En paralelo, los
gobiernos zonales (como se les denominaba a los municipios) se fortalecían
gracias a la “herencia” de izquierda que se levantaba en la zona desde 1930,
llegando a instalar un “valle rojo” que, como Quielo recuerda, “no sabía si le
decían valle rojo al Choapa porque en sus cerros se secaba el ají rojo o porque
la gente en su mayoría tenía posición política de izquierda”. Así, cuenta que
la experiencia del sindicalismo obrero fue esencial para la construcción de
este bloque político, cuyos formadores eran “viejos campesinos” que se habían
ido a trabajar a las salitreras y, una vez que se jubilaban, regresaban al
campo. Su papá había sido uno de ellos:
Había un dictador
como Pinochet, el paco Ibáñez le decían […] perseguía gente, la hacían
desaparecer, torturaban, la misma historia. Entonces ellos tenían que ir a
caballo donde estaban casi todos los predios […] Se formaban cuatro dirigentes
campesinos y partían, escondidos en el río, en el monte: en la noche
organizaban un sindicato, lo echaban a andar, iban a otro predio y lo echaban a
andar. Después lo legalizaban con el inspector del trabajo, con lo que correspondía,
y de la noche a la mañana salía la sorpresa: el fuero sindical, así que no los
podían tocar los poderosos. (Quielo R., comunicación personal, septiembre de
2019)
Con
todo y las represalias y apremios, los núcleos se fueron formando: “Había que hacerlo
porque los trabajadores no teníamos dignidad” (Quielo R., comunicación
personal, septiembre de 2019). En este sentido, las condiciones materiales
mínimas para la subsistencia constituían el centro de sus demandas y, gracias
al repertorio de acción político gestado a raíz del trabajo minucioso de los
formadores sindicales, se fue armando un poder zonal que no tenía precedentes
en Chile:
Fue tanta la mística,
la fuerza política que se logró en el valle del Choapa, que en esos años mi
padre llegó a ser el primer alcalde socialista de Chile: campesino y
socialista. Antes eran los puros patrones, los poderosos, el alcalde jamás iba
a ser un campesino patipelao’, ese no podía llegar a ser alcalde [ríe]. Él lo
logró, él gracias a todo ese trabajo […] El valle de Choapa se
compone de tres ciudades: Los Vilos, la costa, orilla del mar; Illapel, treinta
kilómetros para acá [al centro]; Salamanca, treinta kilómetros para acá [hacia
la cordillera] [ver Fig. 1]. Aquí ganó mi papá […] después ganó un socialista
aquí en Illapel […] y después ganó otro acá en Los Vilos, así que el poder
comunal lo tenía la izquierda. El Partido Socialista y el Partido Comunista
dominaban el valle, porque los patrones eran pocos y los lacayos que siempre
hay, entendieron que ese no era el lado de ellos. (Quielo R., comunicación
personal, septiembre de 2019)
Figura
1. Mapa “valle rojo”: Los Vilos – Illapel – Salamanca
Fuente:
Elaboración propia
La reforma agraria
Hacia 1965 se había
logrado popularizar el poder central: se habían comenzado a implementar las
primeras expropiaciones a fundos en Chile. Quielo asegura que la reforma
agraria partió por el valle del Choapa, extendiéndose a todo el país. Los
sindicatos lograron “rescatar” la humanidad del partido político en el poder,
la democracia cristiana, porque, más allá de exigir “mejores tratos, pagos en
las fechas establecidas o mejores escuelas”, demandaban la propiedad sobre las
tierras: la tenencia de la tierra —ser un campesino— les entregaría libertad
para generar su propio sistema de vida, sin tener que someterse a las
humillaciones del patronaje.
Esto
pasó con el fundo Chillepín: Quielo recuerda una portada del semanario Vea,
donde aparece el dueño del fundo, de apellido Labbé, siendo deportado en
camilla “como un cobarde [luego de ser] pillado con gente desnutrida en su
fundo, muriéndose de hambre, y él con montones de hectáreas [20 300]”
(Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019).
En
una situación donde Chile sufría una escasez de alimentos y se debían importar
desde el extranjero, el proyecto de la “estrategia agraria” establecía
expropiar terrenos que tuvieran sobre 80 hectáreas de riego básico y que se
encontraran en abandono o mala explotación. Así, muchas familias se desplazaron
hacia los espacios que habían sido ocupados por el fundo, destinando las
antiguas parcelas de cultivo de secano al cuidado de ganado.
Óscar, proveniente
del Tambo, trabajó desde temprana edad en las llamadas “sociedades”; espacios
de trabajo común, similares al de una cooperativa, y viajaba a Salamanca para
vender sus hortalizas, porotos, maíz y papas, dos a tres veces por semana. A
pesar de ser un trabajo sacrificado, porque “el campesino era eso, era un
animal de trabajo”, cree que la gente no vivía mal, ya que “el valle era muy
generoso hace cuarenta o cincuenta años atrás”: vivían en casas pequeñas y de
forma modesta, pero aún había agua para la pequeña agricultura y, por ende,
había alimento para la subsistencia. Para Óscar, los indicadores de
una vida satisfactoria estaban dados por las condiciones materiales del día a
día: comida, techo y agua (Óscar C., comunicación personal, septiembre de
2019).
La sequía del Choapa
Sin embargo, la
sequía de los años sesenta fue muy destructiva: duró ocho años y les quitó toda
posibilidad de trabajar. Gladys, quien era una niña de siete años en ese
tiempo, recuerda que tenían que viajar kilómetros desde su hogar con su familia
para lavar las diferentes hortalizas que producían, puesto que en su pueblo no
había agua suficiente. Margarita cuenta que, como su esposo, muchos tenían
animales (vacas y caballos en su mayoría) y que estos estaban en una hambruna
permanente. Tenían que desplazarse porque quedarse significaba perder a todos
sus animales y, con ello, su única fuente de trabajo.
Por
ello, “los viejos”, como Óscar nombra a la generación de sus padres,
pensaron que el proyecto de reubicación que les ofrecía la reforma agraria
sería favorable, más aún cuando para la parcelación les tocaría “poca tierra”.
Como recuerda Quielo, “si nos quedábamos ahí era 2,5 hectáreas para cada uno,
si nos veníamos para acá teníamos la posibilidad de 10 […] y éramos familias
de 9 u 8 hijos” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). “Fueron
visionarios”, evalúa Óscar. El sindicato agrícola de Salamanca generó
una comisión encargada de visitar los lugares ofrecidos por la CORA, entre
ellos, Pan de Azúcar, Buin y Arica, pero como vieron que estaba el río
Cachapoal y el río Claro, sumado a que “las extensiones eran inmensas”,
decidieron moverse a Rengo, aunque, en palabras de Óscar, “estaba
totalmente botado, no había nada, pura zarzamora y harta maleza” (Óscar C.,
comunicación personal, septiembre de 2019).
Finalmente,
estas seiscientas hectáreas de extensiones de tierra que habían sido un fundo
de unas hermanas francesas resultaron ser la ubicación definitiva del
asentamiento de Los Choapinos, en junio de 1969. Primero llegaron los “dueños
de casa” y posteriormente, entre septiembre y diciembre, el resto de las
familias (véase la Figura 2).
A
pesar de haberse movido más de 470 kilómetros “en camiones, en bus, en unas
micros chatarra”, como recuerda Aquiles, existe un consenso en evaluar la
reubicación como una oportunidad. Por ejemplo, para él, haberse trasladado
permitió que los jóvenes tuvieran estudios, “más allá de quinto o sexto básico”
y “la posibilidad de elegir” (Aquiles A., comunicación personal, Rengo, octubre
de 2019).
El
traslado marca un antes y un después en el modo en que se constituye el sujeto.
Quien antes fue inquilino o peón, un “obligado”, tras la reforma agraria de
1965 se volvió propietario de la tierra que trabajaba, por lo que social y
materialmente se convierte en un campesino: sostiene su identidad como pequeño
propietario agricultor que se desliga de las obligaciones patronales. En
efecto, su capacidad de acción cambia como resultado de un cruce entre un
sujeto reflexivo, con conciencia de clase (en sí y para sí) y una estructura
que favorece este cambio de condición del sujeto: los cambios agroproductivos
de la reforma agraria, por un lado, y por otro, la sequía. De este modo existe
un paso de un individuo que se autopercibe como un explotado, que carece de
derechos y de “dignidad” y que, al mismo tiempo, vislumbra cómo alterar su
devenir, por lo que, de hecho, implementa diversas estrategias de manera
organizada (como las prácticas sindicales) para liberarse colectivamente de las
formas de vida hacendal.
Figura
2. Mapa del desplazamiento Salamanca-Rengo (470 km, aprox.) (1969)
Fuente:
Elaboración propia
El asentamiento y la cooperativa, la
reforma agraria bajo el gobierno de Salvador Allende y el golpe de Estado: el
ser campesino y la resistencia
Pese a comprender la
migración como una circunstancia beneficiosa, había que sortear cuestiones
cotidianas como “separarse de los amigos, los compañeros de la escuela”, aunque
para Aquiles, era una “responsabilidad” de la que había que hacerse cargo.
Según Gladys, “no podíamos decirle a los papás ‘para qué nos trajeron para
acá’, si ya estaba hecho” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de
2019). Margarita llegó en 1969 a vivir con su esposo a una lechería, un pequeño
terreno “lleno de barro”. Algunos, como Aquiles, se instalaron en un galpón;
otros, en algunas mediaguas “bien humildes” entregadas por la CORA.
En
efecto, la desposesión no está dada solamente por cuestiones estructurales como
las políticas en torno a la tenencia de la tierra, sino también asuntos
personales que marcan profundamente la identidad de los sujetos, como la
calidad de la vivienda, dejar amistades, la diferencia climática y enfrentarse
a un nuevo modo de vivir, opuesto al del “norte”. “Éramos así como bichitos
raros, todo el mundo nos miraba y les llamaba la atención nuestros sistemas de
vida, porque todos como ‘aclanados’4 y
aquí la gente no era así”. Por ejemplo, la diferencia en términos de autonomía
entre mujeres era significativa. “Las señoras acá no trabajaban, porque todavía
no estaba desarrollada la fruticultura, pero nuestras mamás sí. Eso aquí era
novedoso” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019).
Los primeros meses
Pese a considerarse
una “comunidad unida”, hubo pugnas entre quienes escogieron primero este lugar
para vivir, como el caso de Óscar, y otros quienes “no estaban
contemplados”. Sin embargo, lo más complejo en términos de sostenimiento se dio
cuando, al llegar a Rengo, tuvieron que enfrentarse a un déficit de materiales
básicos para emprender un proyecto de vida. Gladys (comunicación personal,
septiembre de 2019) relata que “sacábamos el pie fuera [de la mediagua] y
estábamos en el barro”. Ella no veía a esas casas como un “hogar”, sino para
cumplir con tareas puntuales, como el descanso. Como venían del norte “y aquí
en esos años llovía mucho”, sus ropas no estaban preparadas para soportar el
clima. Muchos niños y niñas se enfermaron debido a la exposición prolongada al
frío, desde resfriados comunes hasta neumonías. Asimismo, el agua era un
problema urgente:
Una vez que se
instaló la gente, nos encontramos que aquí el sector no tenía agua para beber,
que fue un problema terrible, entonces, pucha, nos empezamos a enfermar, porque
si bien es cierto, nosotros en el sector nuestro [en el norte] no teníamos agua
potable, teníamos un agua de vertiente de muy buena calidad. Llegamos acá y
teníamos que hacer lo mismo, tratamos de hacer un pozo, una noria ¡y qué!
si el agua está como a sesenta metros acá... Ahora el agua del Cachapoal es
limpia, pero en ese tiempo era como del color del Milo, era imbebible: la gente
empezó a hacer unos inventos, a echarle a unos tambores arena y les ponían agua
de esta sucia y ahí se filtraba, y esa era el agua que bebíamos. Entonces la
gente que no estaba acostumbrada, se enfermaron varios. (Óscar C.,
comunicación personal, septiembre de 2019)
En
el nuevo asentamiento se revelan nuevos hitos de desposesión: de tener “buenas”
casas y un trabajo estable, además de agua limpia y bebible, pasaron a tener
mediaguas y agua sucia que los enfermaba. “Se siguió” porque se organizaron
“los de arriba y los de abajo” y exigieron agua potable para su sector.
“Llamaron a varias autoridades”, recuerda Gladys (comunicación personal,
septiembre de 2019), “entre ellos a la compañera María Elena Carrera, senadora,
que le dijo a mi papá: ‘cómo vas a tener a tus hijos y tu gente tomando esa agua’
y mi papá fue con ella en su auto a la Municipalidad, hablaron con el alcalde ¡y altiro llegó
el camión!”.
No
obstante que el beneficio del agua sólo estaba contemplado para “beber”, fueron
cultivando tierras para sembrar; ahí fue cuando la reforma agraria les entregó
maquinarias, pasando a ser este asentamiento una cooperativa que “era legal,
iba con escritura”. Así, comenzaron a plantar manzanos y cerezos. Óscar, en
cuyo relato el trabajo es fundamental, cuenta que se movió “a hacer patria acá,
a trabajar”, aun así, era una visión distinta del trabajo a la que se tenía
siendo inquilino; para él, la reforma agraria venía a cambiar todas
esas concepciones del hombre como un “animal de trabajo”, sobre todo “cuando
ganó la Unidad Popular”.
Una vida digna
En 1970 celebraron el
triunfo de la Unidad Popular. “Nos dio un reimpulso el presidente Allende […]
fue para nosotros una revolución, dado que ya los primeros meses de su gobierno
empezaron a construir las viviendas definitivas para nosotros los campesinos”,
“no eran de lujo, pero eran de muy buena calidad” (Quielo R., comunicación
personal, septiembre de 2019). Así, el periodo, comprendido entre 1970 y 1973,
fue para Margarita el “renacer de la comunidad”: fortalecieron la junta de
vecinos y lograron construir una escuela. Además, como el deporte era visto
como algo de “jóvenes sanos, de buenas costumbres”, en 1970, Aquiles, Quielo y
otros jóvenes choapinos fundaron el Club Deportivo Norte Verde (Figura 3). Óscar fue
el presidente del club en dos periodos.
Figura
3. Fotografía del Club Deportivo Norte Verde (1970)
Fuente:
Propiedad de Aquiles A.
En
el contexto de una época de aspiración utópica y convicción política,
los jóvenes comenzaron a participar en organizaciones sindicales: en 1970
establecieron una confederación de trabajadores agrícolas, la Confederación
Nehuén. Según el juicio de Óscar, los sindicatos permitieron un
trabajo más “unificado”, gracias a “el pensamiento político” que heredaban de
sus padres. Esto “trajo oportunidades de mejor calidad de vida para los
habitantes del sector”:
La mayoría de nuestra
gente era toda gente de izquierda, eran todos los chicos inquietos, y tomamos
contacto con unos muchachos que andaban con un proyecto para criar conejos. Ese
proyecto era del SAG [Servicio Agrícola Ganadero], entonces nos dijeron a
nosotros y nosotros le dijimos a los viejos. Ellos se reunieron con estos chiquillos
que andaban con este proyecto ¿y qué ofrecían? ¡necesitaban treinta
hectáreas para montar el proyecto! Era crianza, una curtiembre, un matadero y
un sector para cultivar el alimento. Entonces, a cambio de eso, de esas treinta
hectáreas, ellos se comprometían a poner agua potable, con pozo de captación.
Entonces los viejos, digamos, visionarios, dijeron “ya está”, y ahí salió el
agua. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)
En
cuanto se instaló el Complejo Nacional Cunícola, la mayoría de los jóvenes
comenzaron a trabajar allí. El Servicio Agrícola Ganadero (SAG) le entregó a la
cooperativa “jaulas, animales y alimento” para que ellos los criasen y pudiesen
proveer de “carne y abrigo” a “la gente del campo, la más desabastecida”,
cuenta Óscar. “Para esos años el campesino veía la carne tarde, mal y
nunca, estaban desnutridos”, detalla Quielo (comunicación personal, septiembre
de 2019).
En
esa época se había firmado un convenio del gobierno de la UP con el
gobierno alemán, que tenía como objetivo fomentar la industrialización en
Chile. “Vino a beneficiar a Rengo, se creó el embalse de Los Cristales en la
alta cordillera del río Claro y, con eso, la construcción de pozos de captación
de agua en Los Choapinos”. “Esa fue la primera APR [agua potable rural] de
Chile”, recapitula, y gracias a ello, “a los tres o cuatro años de llegar”
finalmente lograron cultivar en tierra fértil, después de haber encontrado un
terreno “todo erosionado”. “Fuimos pioneros en plantar frutales, los primeros
manzanales, viñas, almendros, duraznos; como cooperativa estábamos proyectados,
teníamos sueños, podíamos soñar” (Quielo R., comunicación personal, septiembre
de 2019).
El
trabajo con animales era un asunto muy importante para los choapinos. “[A los
conejos] les teníamos comida de primera calidad, había que peinarlos”, relata
Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019). Al igual que a las vacas de
la lechería, que fueron el resultado de un convenio entre el gobierno chileno y
el argentino. “Llegaron treinta terneras preñadas desde Argentina” que, como
estaban fecundadas de forma artificial no “sabían” parir. En abril de 1973 a
las 11 de la noche partieron a buscar un veterinario: “Pérez de Arce era el
apellido, se alojaba en el Hotel de Rengo, nos había venido a visitar por los
conejos”. “No nos quería recibir al principio, pero si no lo llevábamos, las
vaquitas se iban a morir: ‘abre la puerta por la buena o te la abrimos por las
malas’, le dije [ríe], esa fue mi acción más subversiva en ese tiempo” (Quielo
R., comunicación personal, septiembre de 2019). Al final, las vacas “se
salvaron” y empezó a funcionar la lechería de la cooperativa:
[La lechería] era,
pero top, top, top. Había una maternidad. Era súper top eso. Y toda la gente
trabajaba y era bien rentable, porque nadie estaba tan individualista como
ahora. Todos trabajábamos juntos porque si íbamos a salir adelante, íbamos a
salir todos juntos. Yo ayudaba a leer algunas cosas porque no todos sabían
leer, eran muy pocos los que leían. Pero yo a los viejitos los ayudaba para que
entendieran las cosas: los estatutos, por ejemplo. Yo ahí les leía. (Gladys P.,
comunicación personal, septiembre de 2019)
Gladys
realizaba labores de lectura con quienes no sabían leer en esa época, que
de hecho eran la mayoría. Cree que pudo haber sido un factor que influyó en la
firma de contratos abusivos en la contrarreforma. Por eso, para los padres era
de vital importancia que los niños y las niñas fueran a los colegios —y a las
universidades—. “Todos los papás querían que nosotros estudiáramos, y eso
generó hartos recursos y podíamos ir a estudiar. Se suponía”. Existía una idea,
ligada a la “dignidad” que era la de “surgir”, “salir adelante”. Los campesinos
habían sido tan humillados y sometidos que buscaban “alcanzar el sueño” de ser
profesionales, no sólo para “tener plata”, sino para “demostrar” que no sólo
eran “mano de obra”, que podían hacer “cosas importantes por el país”. “Es que
de hecho venían ingenieros, arquitectos, agrónomos; una quería ser así, ayudar,
hacer cosas importantes” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019).
“Venían
unos trabajadores brasileños al complejo”, rememora Margarita (comunicación
personal, octubre de 2019), “yo les cocinaba, tenía como una pensión acá en la
casa”. Ésa fue una época en la que califican como “muy unida”,
“de comunidad” y “participación”. La cooperativa funcionaba como un núcleo no
sólo para unir trabajadores y con ello ampliar la producción, sino que también,
en este contexto sociopolítico de “expectativas revolucionarias”, el trabajo
mancomunado les permitía “soñar” con un mejor porvenir para “Chile y la
comunidad”. Esto, en definitiva, era asegurar las condiciones materiales
básicas para un “vivir digno” de los campesinos y obreros: tener comida, agua,
y ahora incluso educación, que los campesinos alcanzaran la “cultura”.
También
—y pese a la militancia socialista de los líderes— se relacionaron con la
Iglesia Luterana. “Nos donaron la industria de telares”, recuerda Quielo
(comunicación personal, septiembre de 2019), “siete containers con
maquinaria para que nosotros tomáramos la lana del conejo angora y la
transformáramos en artículos de vestuario”. Buscaban exportar sus creaciones,
“como chombas e hilo”. Hacia 1973, estaban esperando la llegada de unos
ingenieros alemanes que les ayudarían en el ámbito técnico de la
producción. “En septiembre llegaban, desgraciadamente llegó el golpe, que nos
quitó todo” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019).
El golpe de Estado
El golpe de Estado
civil-militar de 1973 generó un quiebre político a nivel nacional y, con ello,
un antes y un después en la comunidad. “Se sabía que éramos de
izquierda”, cuenta Óscar. Presentían que serían duramente castigados.
“Mi papá estaba escuchando la radio Magallanes, y dijo: ‘bueno, ustedes han
visto lo que pasa en Bolivia y en otras partes, nos vamos a deshacer de todo’.
Mi papá sacó la foto de Allende y la guardó” (Gladys P., comunicación personal,
septiembre de 2019). El mismo 18 de septiembre de 1973 los allanaron. Gladys lo
recuerda así:
Llegaron como a las
cuatro de la mañana. Donde yo vivo hacia calle Norte Chico, ahí pusieron a
todos los hombres. Unos chiquititos en puro slip. Había llovido en
la noche y los hombres afirmados en la malla, ¡esa malla tiritaba! ¡Fue terrible!
Porque nadie a esa hora estaba vestido, algunos lograron ponerse unas chalitas
o unas botitas, pero los otros estaban descalzos ahí ¡y fue terrible!
Pero no allanaron todas las casas, allanaron algunas nomás. (Gladys P.,
comunicación personal, septiembre de 2019)
Gladys
discrepa de Óscar. No cree que todos hayan sido de “izquierda”, “eso
es una caricatura”, aclara. Allanaron algunas casas porque había gente también
de derecha, pero “no nos basábamos en eso, nos basábamos en que queríamos todos
trabajar juntos y salir adelante juntos”. En efecto, esta característica del
“ser aclanado” y “organizado” podía estar ligada fuertemente a la “mística” que
identifica Quielo en torno a la política socialista de los choapinos. Sin
embargo, como en el caso de Margarita, “no militaba y nunca vi nada”, pero de
todos modos participaba en la Junta de Vecinos y la lechería. En el caso de
Aquiles “sólo era simpatizante, pero en el sindicato y en el trabajo igual se
perseguían fines políticos”. Por ello, afirmo que se construyó una identidad en
torno a los “valores” que fomentaba la izquierda —como el compañerismo, la
solidaridad y la organización—, permeando incluso a personas que se
consideraban “alejadas de lo político”, o incluso aún “de derecha”, haciéndolas
convivir y trabajar en el mismo espacio, según los fines que perseguía la
cooperativa.
Gladys,
que aún conserva marcas psicológicas del allanamiento, construye gran parte de
su historia desde el trauma. Esa noche ella se despertó con metralletas en la
cabeza:
De hecho, yo a mi
antejardín [llora], hasta el día de hoy no lo arreglo. Eso no lo he podido
superar [llora] ¿usted vio cómo está mi antejardín? Yo ahí antes
tenía plantado gladiolos y dalias, y cuando llegaron ellos, mi papá de guata
tuvo que ir sacándolos porque ellos creyeron que habíamos enterrado armas. Y yo
les decía que no, que era mi jardín. ¿Y qué podía haber hecho yo a
esa edad? […] ¡Era terrible! Y cómo nos allanaron, eso fue terrible.
(Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019)
Por
su parte, Margarita tiene el recuerdo de algunos allanamientos, a los que no le
presta mayor importancia, sin embargo, recuerda con claridad cuando se llevaron
a los trabajadores brasileños. “Se los llevaron, de un día para otro no
volvieron a trabajar y se acabó la pensión”, recapitula.
Óscar era
presidente del Sindicato de la Sociedad de Servicios Menores del Complejo
Cunícola al momento del golpe de Estado. Como tal, fue buscado por los
militares y su casa fue allanada. Se “salvó” porque lo buscaban con el apellido
de su padrastro:
Me dijeron “andamos a
buscando a Óscar P.” [...] y yo les dije “aquí vive un Óscar, pero soy Óscar
C.” [...] “no —me dijo— si andamos buscando a un Óscar P., lo vamos a pillar a
este gallo”. En la noche me tuve que ir, era un hecho que me iban a volver a
buscar. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)
De
esta manera se inició un proceso de resistencia. Varios choapinos tuvieron que
vivir en clandestinidad muchos años. La afirmación de los sujetos como
campesinos se vio alterada porque, con el golpe de Estado, se comenzaron a
gestar políticas de “restitución de tierras”, es decir, de devolución a
antiguos dueños o compras abusivas por parte de quienes serían los dueños de
las nuevas agroindustrias.
“En
esa época [antes del golpe] era muy lindo ser joven revolucionario,
soñar con cosas y hacerlas realidad” (Quielo, R., comunicación personal,
septiembre de 2019). De hecho, considera que “si no hubiera habido esa mística,
que era hacer las cosas por nuestro país, no lo hacemos”. Así, hacia 1973, los
jóvenes tomaban el protagonismo en el asentamiento; hubo un cambio generacional
que a su vez trajo transformaciones en el campo de la acción política:
orientaban sus acciones de manera creativa para sortear problemas cotidianos,
eran un poco más “rebeldes”, “subversivos”. De este modo ponían en práctica el
repertorio social de acción en torno al “estar juntos”, “aclanados”. Esta fue
la forma clave que tuvieron para mantener la organización, que, a su vez,
estaba dada por un objetivo político común: hacer las cosas por el país, que,
en lo práctico, significaba mejorar la calidad de vida de los sujetos más
desposeídos por medio de una cuestión estructural: el programa de
industrialización y nacionalización que planteaba el gobierno de la UP.
Así,
este sujeto fue capaz de pensarse como “profesional”, “un aporte a la sociedad”
más allá de su “mano de obra” pensada en torno a su fuerza como un “animal de
trabajo”. La idea era ser “campesinos”, miembros de la cooperativa, mantener la
propiedad de las tierras con conocimiento, tener estudios y preparación para el
trabajo de la fruticultura, la lechería y el complejo cunícola. En efecto, este
proyecto de vida se activa en la medida en que existen recursos específicos
para ello: el gobierno de Salvador Allende fue beneficioso para los choapinos
porque existía una política de beneficiar a quienes históricamente habían sido
desplazados: los subalternos, el campesino y el obrero. Gracias a ello, y
tomando la idea del “arquitecto” de Harvey, los choapinos lograron pensar su
espacio con el objetivo de asignarle una utilidad esencialmente humana, de
subsistencia, al mismo tiempo que lo dotaban de significados simbólicos y
estéticos ligados a imaginar la acción comunitaria a un bien a nivel del país.
Sin embargo, con el golpe de Estado, se ven enfrentados ante una nueva
estructura que llegaba para vulnerarlos nuevamente. Por medio de la violencia y
el trauma, les ofrecía volver a ser como sus antepasados; inquilinos y peones,
vulnerados y humillados, sin tierras, pero esta vez dentro del espacio de la
agroindustria.
La dictadura militar, el comienzo de
la pérdida
y la contrarreforma: resistir, mantenerse campesino
o volverse agropolitano
Óscar recuerda
con estas palabras de un exalcalde de Rengo el comienzo de la desposesión:
“ahora somos nosotros los que mandamos, así que usted tiene que andar vueltito
pa’ las murallas” (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019). Pese a
las amenazas, para Óscar este episodio los fortaleció como comunidad.
A diferencia de lo que opina Gladys, quien cree que después del 11 de
septiembre “no volvió a ser lo mismo” porque ya no volvieron a ser “un clan”.
En efecto, la comunidad se fragmentó, bien porque algunos tuvieron que irse
forzadamente del lugar al ser perseguidos políticamente o porque otros se
vieron afectados por las políticas de tierra de la contrarreforma.
A
Gladys le cancelaron la matrícula en el liceo de Rengo “por razones políticas”.
“De hecho, pasaron como diez años que yo no vine a Rengo porque me producía
rechazo eso” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). Así,
ningún joven pudo ir a la universidad. Para Gladys, ése fue el verdadero
hundimiento, el no ser universitario ni profesional.
Óscar recuerda
que en marzo de 1974 llegó un interventor con un “paco” (carabinero); sin
preguntarle a nadie, desbarataron el complejo cunícola, se llevaron las
maquinarias para venderlas, al igual que los conejos que sobrevivieron al
maltrato de los interventores: “No sabían mantenerlos, como despidieron a la
gente que hacía los alimentos, les empezaron a dar pasto y se empezaron a morir
los animales, sacaban montones de animales muertos”. Asimismo, empezaron a
parcelar la cooperativa. A pesar de que aún eran socios legales de la misma,
cada uno se convirtió en “parcelero” que, “a su suerte”, trabajaba su propia
parte del terreno con las maquinarias de la cooperativa que habían sido
“repartidas”. “A uno le tocó un tractor, a otro unas vacas y así”.
Fue sistemático,
empezaron a apretar primero por la deuda que tenía cada tipo y después nos
negaron los créditos, entonces ¿qué hacía yo sin plata y encalillado?5 Vendía
[...] eso era lo que pasaba. Entonces [...] yo creo que esto de un comienzo lo
pensaron, de que la forma de recuperar el suelo los grandes, los ricos, era
parcelarlo y quitarle el gravamen para que vendieran, de hecho, aquí fue si de
aquí para allá hay un sólo tipo que tiene ya como [...] diez parcelas, que eran
un beneficio para las familias. (Óscar C., comunicación personal,
septiembre de 2019)
Tras
haber sido forzado a dejar su hogar, Óscar llegó a Macul con
Departamental en Santiago, el día 4 de marzo de 1974. Quielo, compañero suyo en
el Complejo Cunícola lo “enganchó” a trabajar en la casa quinta de un alto
dirigente del Partido Comunista. Óscar tomó esta oportunidad para
“llevarle alimento a alguna gente, que eran compañeros que estaban muertos de
hambre y hacíamos correr un diario, y se lo pasaba a fulano, a fulano”. Óscar relata
que comenzaron a trabajar de forma clandestina “manteniendo la organización y
los contactos”; era peligroso, “pero ahí estábamos, se podía hacer”. En
términos espaciales, la resistencia se fue gestando fuera del espacio propio de
la comunidad y fue disipándose en los lugares que iban habitando los choapinos.
Así, Óscar viajó al norte, pensando en “los compañeros del salitre,
revolucionarios”, pero se dio cuenta de que “eran una porquería de gente, todos
vendidos y puestos a dedo”. A diferencia de los trabajadores del salitre, cree
que los campesinos, antes del golpe, asumían su “tarea histórica” con
organización y preparación, no eran “borregos” como los mineros. De esta forma, Óscar pasó
de ser un militante activo a un defraudado de su partido, así como de los altos
dirigentes a quien admiraba e, incluso, con quienes se identificaba, como
Carlos Altamirano. “¿Por éstos casi me matan?”, se cuestiona.
Óscar al
poco tiempo volvió a Los Choapinos. Su padrastro estaba gravemente enfermo y
estaba a punto de vender su parcela para poder tratarse. “Yo no lo permití,
aunque tenía un trabajo muy bueno en Soquimich, tuve que volver. Fue duro dejar
el lápiz y la calculadora para volver a tomar una pala, pero tenía que volver y
no tengo ningún arrepentimiento”. Al regresar, cuenta que la mayoría de quienes
se habían quedado en el asentamiento estaban “hasta el cogote con las deudas”.
No se “podía hacer mucho” porque nadie quería relacionarse con ellos ni
comprarles hortalizas “porque los choapinos eran todos pelientos”.6 Así,
los primeros años de dictadura no podían trabajar la tierra porque no existían
recursos para poder sembrar o mantener. “La banca no prestaba, no ayudaba,
estaba sólo Indap que no daba abasto, eran millones de hectáreas en Chile en
manos de campesinos, e Indap no tenía la capacidad ni operativa, ni de
recursos, ni económica para ayudarnos a todos” (Quielo R., comunicación
personal, septiembre de 2019). Además, hubo una peste producto de las semillas
que tuvieron que importar desde Estados Unidos: “Si plantábamos sandía,
fracaso; si plantábamos zapallo, fracaso”.
El
sistema de contrarreforma “como estaba dirigido muy inteligentemente por la
dictadura” estaba orientado, en palabras de Quielo, para que los campesinos
perdieran la tierra, por lo que primero empezaron a “ahogarnos con los
impuestos”, “comíamos o pagábamos las deudas”. Por eso, para mucha gente la
tierra empezó a ser más un “problema” que un “beneficio”. “La gente que no
tenía el temple, la firmeza, no resistió no más, porque el sistema está hecho
para eso”, explica (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019).
Muchos no pudieron con las deudas y los embargos y vendieron “a precio huevo”
sus tierras. “Incluso tenían que trabajarle al mismo tipo”, puntualiza Aquiles.
De este modo, como ya “no tenía sentido la cooperativa”, ésta se disolvió
en octubre de 1980 (Figura 4).
“A
don Juan Moreno, que tenía niños chicos, le fueron a ofrecer llevarle azúcar,
harina y todo ese tipo de cosas. Él le arrendaba la parcela, él firmó.
Después el caballero se apoderó de la parcela, y don Juan se quedó sin parcela,
con hijos chicos” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). Así,
la identidad de los sujetos se va construyendo en relación con una otredad, en
oposición a una amenaza que es el “no tener tierras”. Quielo cree que la lógica
con la que actuaban “los milicos” era liquidar las cooperativas, para que
compitieran entre ellos y los “hundieran”. De hecho, “Allende sabía” que, si se
les entregaban los recursos a los campesinos de manera individual, no todos
“iban a poder”.
Figura
4. Documento legal que disuelve la cooperativa “El Choapino” (1980)
Fuente:
Archivo Nacional de Administración. Ministerio de Agricultura, Decreto de Ley
Nº 69
El trabajo tabacalero
Pero “los de la
segunda generación” siguieron trabajando de forma conjunta, pese a la
disolución de la cooperativa. En 1980 notaron que en Chile había una escasez en
la producción de cigarrillos: “Buscamos alternativas para sostener la tierra, y
una de ellas fue buscar cultivos, con empresas de contrato, para que la empresa
pudiera financiar una parte, apoyar con la parte crediticia que en ese tiempo
no estaba al alcance del campesino”, de este modo, comenzaron a montar sus
propios hornos de tabaco. No tenían recursos, entonces ellos (la compañía,
Chiletabacos, hoy British American Tobacco) pasaron “la plata”, lo construyeron
y después se lo “iban descontando” de las ventas. “Pero eran muy abusivos los
contratos. Hacían muchos descuentos por tabaco de primera, de segunda, qué se
yo. Pero era la única forma de subsistir” (Gladys P., comunicación
personal, septiembre de 2019). De hecho, primero fueron de madera, que “fue un
desastre porque se quemaban”, después fueron de adobe y, por último, de
ladrillo (en la actualidad, ver Figura 5).
Figura
5. Cinco de los cuarenta hornos de tabaco de Los Choapinos. Buscan que sean
declarados patrimonio histórico nacional
Fuente:
Autoría propia (septiembre de 2019)
“Pero
era un trabajo horrible, trabajabas un año completo, estabas terminando de
vender y empezabas el almácigo para el trabajo próximo. Y después se fue
muriendo porque empezaron a ponerle impuesto porque el tabaco generaba cáncer.
Aquí el 80 % de los choapinos eran tabacaleros” (Óscar C., comunicación
personal, septiembre de 2019). Así que, nuevamente, buscaron otras formas de
subsistir. A pesar de que jamás perdieron la organización política, la
producción la realizaron de manera particular, “cada uno en su parcelita”.
Algunos, como Óscar, creen que el campesino se constituye sobre la
base del egoísmo:
El campesino es un
tipo egoísta [...] el campesino yo creo que cuando a un tipo le está yendo bien
se olvida del de lado [...] y es lo que ha pasado desafortunadamente en todo el
agro. Porque claro, un tipo le achuntó, plantó árboles y se llenó de
plata [...] mientras el de al lado seguía plantando porotos y cosas por el
estilo, pero nunca fue capaz de echarle una manita. (Óscar C., comunicación
personal, septiembre de 2019)
Para
otros, como Quielo, el campesino es lo contrario, es un sujeto solidario, que
se sostiene de la tierra en comunidad. El pequeño agricultor, para él, en
tiempos en que nadie quiere serlo (porque “el sistema no considera a los
pequeños agricultores, considera al empresario que tiene los grandes viñedos
para la exportación”), es un sujeto “valiente”, “empoderado”, porque lucha por
vivir una vida que les da “libertad”, “pensamiento”, les permite “vivir sano”,
“dormir tranquilos”, lo que se traduce en calidad de vida. “Yo quiero vivir esa
vida, no quiero vivir otra” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de
2019). Aún así, ambos vinculan la “fuerza” y organización campesina particular
de Los Choapinos al triunfo de los movimientos por la democracia a fines de los
años ochenta.
Epílogo: La lucha por la democracia
Nosotros fuimos parte
importante para recuperar la democracia, porque aquí en Los Choapinos se
hicieron hartas cosas, hartas organizaciones, venía gente de Santiago, de todos
lados, de aquí se elaboraba para otros lados. Nos mantuvimos fuertes […] aquí era
como un circuito cerrado, no entraba nadie. (Óscar C., comunicación personal,
septiembre de 2019)
Nosotros hacíamos las
reuniones políticas clandestinas más grandes de Chile, las mujeres cocinaban
para atender a los invitados, otros cuidaban las entradas para que no entraran
pájaros raros, salíamos en micros para levantar en otras comunas, Peumo,
Coltauco, Graneros, Doñihue […] Llevábamos guitarra, bombo, propaganda,
banderitas y nos parábamos en el centro de la plaza y empezaba el show, con la
bandera del No.7 (Quielo
R., comunicación personal, septiembre de 2019)
Llegaban
hasta 200 personas, se subían a la micro y se iban a otra ciudad. “Eso nos dio
resultados en toda la sexta región para el plebiscito del 88”. Quielo era
integrante del comando del No en Rengo y representaba a todo el sector. “Nos
peleamos con la DC porque invitamos al Partido Comunista [al acto de cierre del
comando del No]”, aun así, “con un tremendo miedo”, llegaron más de 3 000
personas a la plaza de armas. “Después de esa concentración me di cuenta de que íbamos a
ganar”, sentencia Quielo (Comunicación personal, septiembre de 2019).
Pero
no para todos, la reconquista de la democracia significaba una ganancia. Para Óscar, al
igual que para Gladys, se trata de una “dictadura camuflada”. Óscar no
vacila en culpar a otros sobre el devenir de la izquierda en Chile y, con ello,
de los pequeños agricultores. Habían votado por ellos “en un gran esfuerzo” y
mataron la organización de base con “los peores cuchillos”. No fueron los
“sapos”, no fue la derecha, fueron las mismas grandes figuras que les
aseguraban un mejor porvenir:
Lo que nos mató a
nosotros, y nos desencantó a los movimientos de izquierda fueron los mismos
gobiernos de centro-izquierda, porque esos gobiernos no fueron de izquierda.
Ese tipo de gente fueron los que mataron a la organización, mataron las ganas
que uno tenía, fueron traidores con nosotros mismos. Oportunistas en el
momento, se aprovecharon de la situación de llenarse los bolsillos nomás, sin
preocuparse de que por qué estaban allí. (Óscar C., comunicación personal,
septiembre de 2019)
Por
ello, para Gladys (comunicación personal, septiembre de 2019) fue un atropello
del Estado haberlos olvidado; de hecho, busca una reparación, “no una de
dinero, sino una reparación moral”. “Porque la verdad, la verdad es que fue
trágico, negro, y en esta democracia encuentro que claro, estuvimos ahí
contentos todo el asunto, pero no cambió mayormente nada de cómo estábamos”. En
efecto, los créditos “continuaron siendo abusivos, no se piensa en el pequeño
agricultor”.
Asimismo,
Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019) considera imperante que el
Estado reconozca que la gente que produce alimentos es importante, por lo que
debería apoyarla mucho más. En efecto, “Indap cumple una labor importante, pero
lo hace con los recursos que tiene y dentro de lo que la ley le permite”, pero
“necesitamos un Estado más presente, que juegue más a favor de nosotros”.
Lamentablemente, como Aquiles piensa, “la organización es débil y no tiene
fuerza para imponer nuestras demandas”.
De
todos modos, Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019) evalúa que “si
no existiera Indap no habría pequeños agricultores”, porque ya no es el
campesino pobre, ignorante de los años sesenta, es un campesino que sabe leer,
que puede enviar a sus hijos a la universidad. Para él, estos son los
frutos de la reforma agraria, que están cosechando sus nietos: “no en todos los
países se ha realizado reforma agraria, por lo que en esos países los
campesinos son pobres, como si fuera el siglo pasado, otros, lo están recién
haciendo”. Eso sí, cree que deben tecnificarse: “con poca tierra podemos hacer
mucho”, no para ser ricos, pero para tener lo suficiente: “yo no quiero más, ¿para qué
quiero más?”, se cuestiona.
Conclusiones y reflexiones finales
En la actualidad, más
de la mitad de los choapinos conservan sus tierras (o parte de las que
inicialmente les fueron entregadas). Algunos han comprado lotes en otros
lugares, han ampliado y remodelado sus casas, como Aquiles, quien transformó un
horno tabaquero en su living-comedor. Viven rodeados de diversos
cultivos y naturaleza, conviviendo con las amenazantes agroindustrias que se
yerguen imponentes a un costado de la carretera 5 Sur: David del Curto,
Unifrutti, Agrosuper, entre algunas otras. Algunos han optado por cultivar de
forma ocasional y a pequeña escala, mientras trabajan formalmente en
frigoríficos o packings.
No
obstante, este “trocito de independencia” —como un entrevistado señala a su
pequeña parcela— condensa de diversas formas la identidad de los y las
campesinas de Los Choapinos, y resume las motivaciones, razones y sentidos que
evocaron en estos sujetos la movilización conjunta hacia una organización y
resistencia a lo largo de la historia de la comunidad: para los y las
entrevistadas, el ser “pequeños propietarios” de la tierra sostiene en gran
medida su sentido de vida y de lucha colectiva. “Es la tierra por la que
lucharon los papás, ¿cómo no vamos a luchar nosotros por eso?”, arguye Quielo
(comunicación personal, septiembre de 2019).
Si
bien la liberalización del modelo y la promoción estatal de un proceso de
privatización de las tierras (Harvey, 2004) ha dificultado enormemente el modo
de vida de los campesinos al tener que “endeudarse” y “conseguir créditos” para
mantenerse como pequeños productores, en general existe una idea común basada
en su historia para resistir a los intentos de “agropolitanización” de los
sujetos.
Como
lo exponen Alejandro y Manuel Canales (2013), la agrópolis es el resultado de
las expansiones urbanas en localidades “medias” y eminentemente agrícolas en el
contexto de la modernización del agro chileno y el proceso global de producción
industrial. En este sentido, no se configuran como ciudades industriales ni
rurales —en un sentido clásico— sino que son la articulación entre la industria
urbana y el territorio agrícola rural, característico del valle central y los
territorios agrarios en el Chile contemporáneo (p. 37).
Para
efectos de este trabajo, comprendo que, si bien los choapinos que trabajan sus
tierras forman parte de la agrópolis, identitariamente se distinguen de los
agropolitanos debido al modo de vida que llevan, en oposición al trabajo que se
inserta en la industria agropolitana.
En
efecto, para los y las entrevistadas que han sido campesinos toda su vida y han
aprendido tempranamente el oficio de parte de sus padres, el convertirse en
agropolitanos es visto como algo negativo y “lamentable”, porque vinculan la
tierra a una “mejor calidad de vida”, sobre todo al comprenderla como una
herencia no sólo tangible, sino también identitaria, que se cruza con
coordenadas biográficas, políticas, comunitarias y morales.
Es
por esto que, quien no pudo resistir las políticas de despojo de la dictadura,
para ellos hoy es un sujeto que debe sacrificarse también en un sentido moral,
porque debe “venderse” —trabajar a un agroempresario las propias tierras que le
fueron sustraídas— y “someterse” a un modo de vida que no es digno —irregular,
precarizado, que sostiene la agroindustria—.
Por
ello, bajo un nuevo contexto sociocultural rural, complejo y dinámico,
identifico dos sujetos que realizan el trabajo agrícola: el sujeto
agropolitano, que corresponde a un “proletario rural” y que se desempeña como
mano de obra de las agroindustrias y, por otro lado, el “pequeño campesino”, un
sujeto que, pese a ser el resultado menos probable en esta trama de desposesión
histórica del campesinado chileno, se mantiene como dueño de pequeñas parcelas
(medios de producción). Ambos son resultado de una compleja dinámica de
diversificaciones y transformaciones sociales, donde emergen nuevos actores y
realidades que escapan a las miradas convencionales de los teóricos rurales. En
este sentido, temporeros, empresas exportadoras, plantaciones forestales,
nuevos pueblos rurales y parcelas de agrado forman parte de una nueva dinámica
en la relación capital-trabajo hegemónica identificada por Marx (y
posteriormente por Harvey), que para los choapinos significa volver a las dinámicas
latifundista-inquilino que identifiqué en la primera sección del análisis.
En
oposición a la vida agropolitana, la vida campesina se reafirma como lo
“deseable” sobre la base de un sustento social que se “capitaliza” —en términos
de Bourdieu— a lo largo de esta trayectoria, en cuanto existe una lógica de
“transferencia” o “diálogo” en relación a los saberes y las formas de “hacer”
la resistencia para este grupo. Estos “saberes”, vale decir, provienen de las
formas de socializarse y del repertorio social de acción que los sujetos
comparten, que posee una veta esencialmente política y que se constituye como
un capital cultural —esencialmente masculino— permitiendo su reproducción a
través de las generaciones, e independiente de la posición política del
poblador o pobladora (es político, pero no se reduce a la política partidaria).
De
este modo, existe un consenso en evaluar las “ganancias” de Los Choapinos
(desde su emancipación como inquilinos a su reafirmación como campesinos post
contrarreforma) como una cuestión de “dignidad” básica y de subsistencia; los
“valores” que movían a los militantes de izquierda eran la solidaridad, la
organización y el trabajo conjunto, variables compartidas y apoyadas por el
resto de la comunidad.
A
través de los relatos como ejercicio genealógico, he podido reconstituir en
gran medida la historia de la comunidad y he podido dar cuenta, mediante el
enfoque performativo de Butler, de las estructuras materiales
y discursivas que van constituyendo a los sujetos en un sentido ontológico y
epistémico, es decir, cómo la acción de los sistemas que les subyacen y, en
consecuencia, las resistencias y prácticas que les son respondidas producen a
un sujeto en el marco de las condiciones materiales que sostienen su existencia
(Bernasconi, 2015b, 2011; Bernasconi y Ruiz, 2018).
En
efecto, a partir de las diferentes transformaciones en el campo económico y
político del Chile reciente, pude identificar un mismo sujeto que es figurado
en tres distintos momentos y, por lo tanto, de tres distintas formas: el peón u
obligado, antes de la reforma agraria de Frei Montalva; el campesino, al
momento de la reforma agraria, como dueño de una parcela y miembro de una
cooperativa, y, tras la contrarreforma y la dictadura civil-militar, un campesino laboral e identitariamente
precarizado, inserto en una comunidad fragmentada a causa de la
paralela agropolización de sus pares que sucumbieron ante las políticas
neoliberales en el agro chileno.
A
diferencia de otros ejercicios históricos más tradicionales, planteo que existe
una performación de sujetos producto de disputas,
enfrentamientos y resistencias, que se dan a pequeña escala, desafiando la
política estatal de despojo y vulnerabilidad que produce un sujeto en
específico: el agropolitano. En este sentido, considero que no hay un solo
motivo que responda a la pregunta sobre el por qué la figura del campesino se
sostiene en estos sujetos pese a que sea otra la “esperable”. Sin embargo,
considero que los constantes atropellos a la identidad del pequeño campesino y
campesina mediante la gran desarticulación del movimiento de campesinos y
homogeneización que Villela identifica (falta de créditos y apoyo técnico, en
términos materiales) no logra borrar las motivaciones que se desprenden de una
lucha histórica por la tierra, que, en el caso de Los Choapinos, se intersecta
con una historia de militancia política y pugnas o estrategias para la
obtención de estas tierras, sumadas a una migración en conjunto, que los
enuncia en términos identitarios de una forma distinta al resto de la
población.
Al
mismo tiempo, logro articular el argumento de posesión y desposesión en esta
historia, mediante cada narrativa y trayectoria vital singular.
Como Óscar, existen
sujetos defraudados por los partidos, comprometidos y que, empero haber dado su
vida por un ideal común en medio de la transición a la democracia y de las
negociaciones políticas cupulares, fueron olvidados, dejando fuera a partisanos
que, en efecto, hacen y sostienen los movimientos sociales. Existen también sujetos
como Quielo, activamente militantes y que optan por sumergirse en una política
institucional, u otros como Aquiles, que optan por permanecer sindicalizados,
sin comprometerse con partidos.
También
existen mujeres como Gladys que, a pesar de no tener las capacidades iniciales
para trabajar en el sector agroecológico, logran salir del espacio doméstico
destinado para ellas. En este sentido, sostengo que se ha pensado
históricamente al campesinado como un movimiento masculino, pero académicamente
no se ha abordado la pregunta de cuáles son las subjetividades femeninas que
han aportado a la lucha campesina. Por ello, considero que pese a que son las
mujeres quienes esencial e históricamente realizan labores domésticas, dichas
labores también forman parte del colectivo, puesto que son funcionales a una
comunidad que logra ciertos objetivos en la medida en que las mujeres logran
cubrir los aspectos domésticos de la comunidad, sin los cuales no podría
sostenerse el cambio social.
En
este sentido, y aunque existen elementos comunes a lo largo de los cambios en
relación con la posesión de la tierra que dan cuenta de la permanencia de un
tipo de familia en que los patrones de género se mantienen inalterados (en el
caso de Margarita y su familia, por ejemplo), surgen nuevos recursos que no
dependen únicamente del traspaso político generacional que
identifico, sino que se crean y activan en un nuevo escenario cultural: Gladys
logra sostenerse como trabajadora agroecológica pese a ser ésta una
labor esencialmente masculina en las zonas rurales. Asimismo, participa
activamente en la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri)
e insta a sus vecinas a sumarse a dicha agrupación.
Para finalizar,
tras realizar un acucioso repaso de material secundario en torno a la identidad
de sujetos rurales, sostengo que existen grandes vacíos en dicha materia. Por
ello, he intentado contribuir a llenar un vacío específico en el campo de las
narrativas biográficas desde una perspectiva sociológica y performativa,
específicamente en el caso de los y las campesinas chilenas durante la segunda
mitad del siglo XX. Con este fin, he ofrecido un análisis según las etapas
históricas de un proceso económico y político que, ciertamente, influyó en la
manera de trabajar, vivir e identificarse de “seres cambiantes, históricamente
situados, culturalmente integrados, aunque dinámicamente narrados” (Bernasconi,
2015a, p. 98).
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1 Este
artículo corresponde a una adaptación de la tesis de la autora para optar al
grado de Socióloga y es parte del proyecto Fondecyt Regular 1190834 “Más allá
del paradigma de la víctima: genealogías de dispositivos de performación de
sujetos de la violencia política. Chile, 1973-2018”, a cargo de la Dra. Oriana
Bernasconi Ramírez (Departamento de Sociología, UAH).
2 Ver
los trabajos de Góngora (1960), Chonchol (1994), Barraclough y Fernández
(1974), Kay (1978), Loveman (1976), Bengoa (1980, 2016), Falabella (1970),
Valdés (2007) y Tinsman (2009).
3 Término
acuñado por la antropóloga Gayle Rubin en El tráfico de mujeres: Notas
sobre la “economía política” del sexo (1975). Refiere al conjunto de
disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica (la
realidad sexual material) en productos de la actividad humana (producción
basada en lo cultural, particularmente en el género).
4 Modismo
chileno que hace referencia a quienes andan en grupos (viven “en clan”).
5 Modismo
chileno que hace referencia a estar endeudado, deber mucho dinero.
6 Alguien
vulgar o pobre.
7 El
“No” o Concertación de Partidos por el No fue una opción y movimiento que se
opuso a la ratificación de Augusto Pinochet en el poder hasta el año 1997, en
el plebiscito nacional de 1988.
* Socióloga de
la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Sus líneas de investigación son
sociología del individuo, memoria y derechos humanos, historia y teoría social,
estudios rurales.