Artículos e000151

De peones a campesinos. Un caso de resistencia política y territorial en el Chile central del siglo XX1

From Laborers to Peasants. A case of Political and Territorial Resistance in Central Chile in the 20th Century

Fecha de recepción: 26/10/2020

Fecha de aceptación: 12/01/2021

Fecha de publicación: 05/05/2021

https://doi.org/10.48102/if.2021.v1.n1.151

María Isabel Vera Muñoz*

mariaisabel.veram@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3934-9405

Licenciada en Sociología 

Universidad Alberto Hurtado (UAH)

Chile

Resumen

En este artículo examino las prácticas de resistencia que performan los sujetos en un escenario histórico de pérdida y desposesión. Para ello, analizo las narrativas biográficas de campesinos y campesinas del asentamiento Los Choapinos (ubicado a 106 kilómetros al sur de Santiago), quienes han vivido una relación de posesión y desposesión de tierras producto de fenómenos ecológicos, reformas y contrarreformas de economía política durante los últimos cincuenta años. Mediante entrevistas semiestructuradas y el análisis narrativo temático-estructural, indago en los fundamentos, hitos, sentidos y propósitos que las y los sujetos le otorgan a su historia: frente a un escenario neoliberal donde las agroindustrias se yerguen como estructura laboral hegemónica en el espacio rural, este grupo logra sostenerse como campesinos y campesinas en virtud de su repertorio de acción política, evitando así devenir en proletarios y proletarias o reconfigurarse como personas agropolitanas.

Palabras clave

Campesinado, performatividad, desposesión, resistencia.

Abstract

In this article I examine the resistance practices that perform the subjects in a historical scene of loss and dispossession. For it, I analyze the biographical narratives of peasants women and men of the settlement. Los Choapinos (located to 106 kilometers to south of Santiago), who have lived a relation on possession and dispossession of land as a result of ecological phenomena, reforms and counter-reforms of political economy during last fifty years. Through semi-structured interviews and the thematic-structural narrative analysis, I inquire into the fundamentals, milestones, meanings and purposes that the subjects give to him to their story: in front of a neoliberal scene where agribusiness stands like a hegemonic labor structure in the rural space, this group manages to maintain like peasants by virtue of its repertoire of political action, thus avoiding to in becoming proletarians or reconfiguring themselves as agropolitan subjects.

Keywords

Peasantry, performativity, dispossession, resistance.

Introducción

En 1965, en el marco de la reforma agraria, la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) del gobierno de Chile comenzó a realizar las primeras expropiaciones de tierras no productivas en la zona norte del país. Como consecuencia, entre 1965 y 1970, fueron movilizadas 20 811 familias hacia la zona centro de Chile (Bujes y Espinosa, 2015). La localidad de Los Choapinos en la comuna de Rengo, Región de O’Higgins, a 106 kilómetros de Santiago, fue poblada debido a este desplazamiento. Treinta familias originarias de las localidades de El Tambo, Camisas y Cuncumén fueron reubicadas allí gracias a un acuerdo entre el sindicato agrícola de Salamanca y la CORA. En 1969, una vez asentados, los pobladores construyeron paulatinamente una junta de vecinos, un club deportivo, un comité de agua potable rural, una confederación de trabajadores agrícolas, una lechería, un complejo cunícola y una escuela.

Cuatro años después de la relocalización, con la instauración del régimen civil-militar (1973), sobrevino la contrarreforma agraria (1973-1974): un proceso de devolución de tierras a sus antiguos dueños o de ventas de los terrenos a empresas agroindustriales. Muchas organizaciones campesinas beneficiadas con entrega de títulos de propiedad se vieron obligadas a vender sus predios por falta de créditos y tecnología para mantener su producción en el nuevo contexto económico (Villela, 2019). 

En este escenario de pérdida, que vuelca al campesino hacia la proletarización, y donde las agroindustrias se yerguen como la estructura laboral hegemónica en el espacio rural que erigió la contrarreforma agraria, este artículo ofrece una narrativa analítica que explora las diversas prácticas de vulnerabilidad y resistencia que performan —siguiendo a Butler (2002)— los y las habitantes de Los Choapinos en tiempos y espacios específicos (Harvey, 2012). Sujetos que experimentan una trayectoria inusual al lograr sostenerse como campesinos y campesinas —manteniendo su posesión sobre las tierras— en vez de devenir proletarios y proletarias, y reconfigurarse como sujetos agropolitanos (Canales y Hernández, 2011). Sostengo que en ello existe un sustento social específico en los modos de gestar la resistencia a lo largo de la trayectoria de la comunidad: un repertorio de acción colectiva fundamentalmente político que sobrevino de la experiencia militante de izquierda de la generación precedente que se manifiesta en toda la comunidad —independientemente de la posición política de los sujetos—, lo que construye una subjetividad de lo común basada en la capacidad organizativa, el bien de la comunidad y el país, la reivindicación del campesinado; todo desde una comprensión de la tierra como un espacio disputado y propio en relación a la cual devienen sujetos autónomos y “dignos”.

Campesinado, reforma agraria y contrarreforma en Chile: 
un balance historiográfico

El gran debate intelectual en los años sesenta, con el auge de los centros de investigación latinoamericanos, influyó directamente en la producción de conocimiento sobre la tenencia de la tierra, la organización de los campesinos y los procesos de modernización del agro en Chile. Bajo las “nuevas teorías del desarrollo y la modernización” (Larraín, 2001) y de los estudios sobre la marginalidad (Vekemans y Silva, 1969), se abordó la situación del campesinado que, como lo señalan varios autores,2 había sido sacrificado desde el inicio de la conquista española mediante el mecanismo de la hacienda, el latifundio, establecido para privarlos del control de la tierra, obligándolos a vender su fuerza de trabajo a un costo lo suficientemente bajo como para vedarles el acceso a la educación y la organización social (Chonchol, 1994). Para Medina Echavarría (1969), toda la historia económica, social y política de América Latina es, en parte, la historia de la consolidación de esa unidad económico-social: la hacienda.

Según Jacques Chonchol (1994), el sistema de concentración de la tierra “en pocas manos” generaba una forma social particular que estaba dada por la característica fundamental de la economía campesina, una simbiosis entre la explotación y el hogar: la empresa agrícola y la economía doméstica. Para este autor, existe un estrecho vínculo de colectivismo entre la familia y su comunidad, donde se mantiene la comunidad aldeana de vecinos, producto de una agricultura sedentaria tradicional. Esta concepción estaría en la base de la comprensión del campesinado y ganaría importancia para la puesta en marcha de la reforma agraria durante el gobierno de la democracia cristiana, cuya acción tendió a desplazar la agricultura latifundista —que se mantenía en un severo estancamiento—, permitiendo el acceso a la tierra y el mejoramiento social de la “unidad económica familiar campesina” (Faiguenbaum, 2017).

Para Salazar y Pinto (1999), la tesis de la marginalidad —el fundamento ideológico del programa de promoción popular demócrata cristiano— sustentó una visión pasiva de los sujetos populares: los intelectuales ligados al mundo político asociaron la pasividad de los pobladores con su origen rural y a conductas “conservadoras y tradicionales” (p. 100). Los autores han denunciado que tanto demócratas como fracciones de la izquierda le habían restado protagonismo a la base social, sobre todo “campesina y pobladora” (Salazar y Pinto, 1999, p. 101); “el camino” era guiado por la cúpula de los partidos.

Al no beneficiarse toda la población rural por las políticas de expropiación (Garretón, 2009), se creó una frustración creciente, la cual “explotó” durante el gobierno de la Unidad Popular (UP) (1970-1973) (Chonchol, 1994, p. 295). En palabras de Bengoa (2016), el gobierno de Frei buscó controlar esta “revuelta campesina”, que para las autoridades representaba un extremismo político peligroso para la estabilidad del país; más que “campesinos organizados”, la imagen que representaban estos actores para la clase política era de “bárbaros” (Acevedo, 2016, p. 26).

María Angélica Illanes y Flor Recabal (2014) consideran que la “puesta en marcha” del proceso de reforma agraria fue una preparación del Estado que tenía como fin entregarle herramientas institucionales al gobierno de la UP para acometer la tarea histórica del campesinado chileno. Es durante el proceso de “culminación” de la reforma agraria cuando el campesinado comienza a ser visualizado como sujeto autónomo, capaz de diseñar sus propias políticas y de decidir sus formas de relacionarse (p. 50).

Para Faiguenbaum (2017), lo fundamental de la acción del Estado en este periodo consistió en promover la organización campesina en torno a sus intereses y demandas mediante cooperativas y sindicatos que comenzaron a desplegarse con el proyecto de Ley de Sindicalización Campesina, decretado en 1965. Por ello, en este tiempo se avanzó hacia un pacto “Estado-campesinado”, que suponía el reconocimiento del campesino como sujeto con plena soberanía (Illanes y Recabal, 2014). En efecto, el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario (Indap) desarrolló una labor activa al organizar a los campesinos en los niveles locales, provinciales y nacionales. Como consecuencia, la organización campesina aumentó, llegando a 253 532 campesinos sindicalizados hacia 1971 (Armijo y Caviedes, 1997).

Para el antropólogo e historiador José Bengoa (2016), la “industrialización de los campos” supone la creación de una nueva clase social en Chile: la clase media rural; “una clase de propietarios”, dignos y sin obligaciones de patrones, que incluso podían comprar refrigeradores y cocina a gas, y cuyos hijos irían a las escuelas y universidades (p. 65).

A diferencia de las lecturas de Bengoa (2016), Villela (2019) y otros, quienes plantean que la reforma agraria supone un cambio socioproductivo, institucional y de relaciones de poder innegable y agudo, Bellisario (2013) propone comprender los procesos de reforma como un “todo” que logró la transformación de la vieja estructura agraria del sistema hacendal hacia un desarrollo de corte capitalista. Bellisario se acoge a la tesis que apunta que: 1) el golpe civil-militar no significó un punto de ruptura entre dos periodos históricos, sino que forma parte de un largo proceso de transformación capitalista de la agricultura chilena; 2) lo realizado por los militares [y civiles] fue una contrarreforma “parcial”, ya que “no afectó un importante contingente de beneficiarios, devolviendo sólo una parte de la tierra expropiada a sus antiguos dueños” (p. 160).

Por el contrario, el sociólogo Hugo Villela (2019) postula que las modificaciones violentas introducidas por el régimen civil-militar respecto a la tenencia del recurso de la tierra constituyen una modernización que buscaba homogeneizar el espacio agrario por medio de nuevos mecanismos de control de la población campesina. Villela argumenta que este ordenamiento despolitiza al campesinado mediante una nueva imposición autoritaria que desarticula el movimiento multiclasista de “unidad nacional campesina” (p. 241). En efecto, para Canales y Canales (2013), esta desarticulación que Villela identifica es generadora de una reconfiguración social en el espacio rural, una “agrópolis”: configuración territorial sostenida en la actividad agroindustrial (pp. 31-56).

Este recorrido historiográfico permite comprender que, si bien durante los últimos años se han abordado importantes vacíos de información, hay grandes diferencias respecto a las perspectivas desde donde se han construido las categorías de los y las campesinas, así como las perspectivas frente a los procesos de reforma y contrarreforma. Por ello, esta investigación se nutre de los estudios previos para buscar las fracturas y continuidades en términos identitarios y materiales para este caso, y examinar en qué medida la relación de posesión que sostienen los y las campesinas con la tierra, de acuerdo con la noción de proletarización que aporta Bengoa (2016), afecta la afirmación de los sujetos como campesinos (pequeños propietarios) o sujetos rurales proletarizados (agropolitanos).

Performar un individuo: la construcción de un campesino 
en un proceso sociohistórico de posesión y desposesión

Para analizar la conformación del sujeto campesino propongo seguir el enfoque performativo de Judith Butler (2002, 2017) para examinar a los sujetos como efecto de procesos y, en particular, de los procesos de economía política de la reforma y contrarreforma agraria: la posesión y desposesión de tierras.

Siguiendo la propuesta de la filosofía y pragmática del lenguaje (Austin y Urmson, 1990; Searle, 2000), Austin realiza una distinción entre lo constatativo del lenguaje y lo realizativo o performativo, que dota al habla de un carácter creativo y que, por ende, hace “surgir” realidades bajo circunstancias determinadas.

De este modo, desde una estrategia de análisis sociológico, la performatividad en Butler (2017) comprende el análisis de las prácticas mediante las cuales los sujetos se “ponen en acto” (p. 39), por lo que las diversas prácticas y actuaciones —como la resistencia política en sus diversas aristas— tienen efectos ontológicos en la materialidad y vida de los sujetos. En este sentido, los cuerpos se configuran de acuerdo con los requerimientos que pueda tener la sociedad en un determinado contexto (productivo, cultural, político), creando categorías culturales que configuran sujetos por medio de la construcción de identidad. Esta construcción de identidad no es estática, por lo que las estrategias de resistencia, en un escenario de vulnerabilidad e interdependencia, posibilitan los ejercicios de subversión. De esta manera, es posible pensar la construcción del sujeto campesino en relación con sus capacidades de resistir los procesos históricos de despojo en torno a la tierra. Para Butler (2006), la dependencia y la vulnerabilidad son rasgos constituyentes de los procesos de sujeción y creadoras de posibilidades de transformación.

A nivel metodológico, propongo que ésta es una articulación transdisciplinar que incorpora los estudios históricos al análisis sociológico biográfico, con el fin de generar una genealogía. En un sentido foucaultiano, la genealogía refiere al análisis del origen histórico o la procedencia de lo actual (Bernasconi y Ruiz, 2018), dando cuenta de las rupturas y continuidades a nivel de la historia local e individual en el marco de los estudios de la ruralidad chilena. Según Bernasconi y Ruiz (2018), existe un sustento social a lo largo del tiempo que persiste en las prácticas intencionadas y no intencionadas de actores y cosas, y que figura a los sujetos como un efecto de tales procesos y disputas.

De esta manera, comprendo la construcción de la subjetividad en los sujetos como un proceso, una trayectoria temporal y no un evento. Siguiendo a Charles Tilly (2002), la subjetividad es el resultado del repertorio social de acción que se habilita en los sujetos y que refiere a un conjunto de rutinas y prácticas aprendidas surgidas de las dinámicas de lucha de la comunidad. Estos patrones son aprendidos por medio de la actuación o de la observación y, en consecuencia, los sujetos actúan frente a situaciones conocidas en respuesta a eventos enfrentados, lo que a la vez es una expresión de la historia particular del grupo. Como lo enuncia Mario Garcés (2002), rescato el “saber local” como un “saber identitario” que se construye a partir de la memoria que el sujeto guarda y recrea de su propia experiencia histórica como sujeto colectivo. Por ello, este repertorio se construye históricamente y se desarrolla culturalmente a partir de la capacidad organizativa de los sujetos. Esto se deriva de un diálogo intergeneracional permanente en torno a los procesos de resistencia colectiva frente a la dominación, particularmente sobre los procesos de desposesión de la tierra.

A este respecto, resulta útil comprender el fenómeno de desposesión a partir de los fenómenos de expansión de las industrias agrícolas en los territorios rurales tras el golpe de Estado en Chile, las cuales “valiéndose de medios extraeconómicos, liberan recursos —incluyendo la fuerza de trabajo— para incorporarlos a la producción capitalista, privando a las poblaciones locales de la relación que históricamente han establecido con su medio” (Guerra y Skewes, 2010, p. 451). Esto es lo que David Harvey (2004) atribuye a los procesos de “acumulación por desposesión”, una reificación del concepto de acumulación originaria de Marx y que, como tal, caracteriza al capitalismo neoliberal en razón de las nuevas formas y mecanismos que instala para la generación y acumulación de la riqueza (García, 2018), abriéndose paso en nuevos espacios que aún no habían sido acaparados por el capital.

Para Harvey (2007), el capitalismo va eliminando las barreras espaciales y temporales, introduciendo un “paisaje geográfico” de relaciones, de organización territorial y laboral adecuado a sus propias dinámicas de acumulación (p. 77).

En este sentido, el capitalismo se expande en tanto genera cambios en la construcción social de los sujetos. Esto es lo que Harvey (2004) llama “desposesiones integrales” (p. 118): modificaciones identitarias y culturales como efecto de la vulneración de las condiciones materiales de existencia; en este caso, las formas en que se presenta el espacio rural, en condiciones en las que la producción agrícola es intensiva y no permite —o frena— formas tradicionales del trabajo agropecuario: se modifican las relaciones con la tierra así como las relaciones interpersonales introduciendo a nuevos actores en este contexto.

En términos de García (2018), y a modo de síntesis, la acumulación por desposesión caracteriza a los procesos y formas modernas de despojo en cuanto se mercantilizan más ámbitos de la vida humana.

Por ello, siguiendo el enfoque de Harvey (2004), el despojo de la relación con la tierra es la “gran desposesión” para estos sujetos. En clave de Butler y Athanasiou (2013), existiría una proletarización en masa debido a la pérdida de sus medios históricos de producción, en la que los sujetos deben venderse como mano de obra. Así, esto afecta negativamente los patrones culturales que norman la asociatividad y las relaciones sociales de los individuos (Harvey, 2003), generando a su vez una construcción de identidad con respecto a la otredad, el despojo y la amenaza. Los sujetos, entonces, se construirían sobre su relación con la tenencia de la tierra, pero también sobre su relación con otros: campesinos/agropolitanos (sujetos rururbanos esencialmente dedicados al trabajo temporero e inestable en packings).

Asimismo, Harvey (2003) concibe los espacios como relacionales y en constante actualización por quienes los habitan. Desarrollando la idea de “producción del espacio” de Lefebvre, Harvey plantea que, en los espacios donde se puede gestar la resistencia, producto de “estrategias alternativas y emancipadoras” (p. 11), se posibilita la construcción de un proyecto de los subalternos, orientado a subvertir la reproducción del statu quo mediante la “expansión de su autonomía, la profundización de las prácticas sociales emancipatorias, la construcción de nuevos imaginarios e ideas así como la transformación radical de las relaciones de poder” (p. 11). Los subalternos, recurriendo a Gramsci y Spivak, son sujetos subordinados, oprimidos e instrumentalizados, al mismo tiempo que son dueños de una conciencia política (Gramsci, 2011): clases trabajadoras, campesinos o grupos étnicos. Spivak (1999), desde los estudios feministas, postcoloniales y del postestructuralismo historiográfico, complejiza el concepto acuñado por Gramsci y le asigna una consciencia unitaria al sujeto; éste deja de ser una categoría estática y homogénea, agregando que las mujeres ocupan un doble rol de subalternidad, bajo una estructura colonial y patriarcal. En definitiva, para Harvey (2003), es en los subalternos sobre quienes se deposita la responsabilidad de crear formas materiales para la gestión de nuevas utopías, un sujeto que, bajo la “figura del arquitecto” (p. 320), es capaz de crear espacios físicos y simbólicos insurgentes frente al capital.

Metodología

Un enfoque cualitativo interpretativo postestructuralista guio la investigación base de este artículo. La técnica de producción de datos fue la entrevista biográfica semiestructurada, la cual, según Anderson y Kirkpatrick (2016), se basa en una “guía temática” (p. 634) que indica áreas de interés identificadas a partir de la literatura o de entrevistas realizadas anteriormente; sin embargo, la entrevistadora puede introducir preguntas adicionales para precisar conceptos u obtener más información sobre los temas deseados (Hernández, Fernández y Baptista, 2010).

La entrevista transcurrió como una conversación guiada orientada a fomentar la reflexión sobre sus propias experiencias e historias de vida ligadas a los hitos de la comunidad y su autopercepción e identidad como campesinos y campesinas. Solicité a los y las entrevistadas que describieran los distintos eventos significativos de su trayectoria, los evaluaran y refirieran al efecto de cada uno a nivel personal y comunitario. 

Las cinco personas entrevistadas fueron contactadas mediante nueve visitas a la localidad, donde consulté por referencias a mujeres y hombres que trabajan o hayan trabajado directamente sus tierras (campesinos), cuya historia comience en el valle del Choapa y que hayan estado viviendo hasta la fecha en el asentamiento. Uno de los entrevistados, a quien conocía previamente, actuó como portero acercándome a otras personas y, tras comentar los objetivos de mi investigación, mi grupo de personas entrevistadas se fue conformando con mujeres y hombres de entre 62 y 93 años. Asumí que en los relatos cada quien realizaría un recorrido histórico vinculándose a los procesos de desposesión de su vida y de la comunidad a lo largo de la narrativa, distinguidos también por sus posiciones dadas según su sexo, actividad principal y vinculación política. Es importante destacar que se complementó con un análisis documental.

Las entrevistas no superaron los 90 minutos, fueron respaldadas por un consentimiento informado aprobado por el Comité de Ética de la Universidad Alberto Hurtado, se registraron en una grabadora y posteriormente fueron transcritas por la investigadora responsable. Las entrevistas fueron realizadas antes de la revuelta del 18 de octubre de 2019, que mantuvo al país en una aguda crisis social y política, por lo cual no continué mi búsqueda de nuevos entrevistados. Las cinco personas entrevistadas son:

Óscar C. Agricultor, 67 años. Su historia versa sobre trabajo colectivo y los anhelos frustrados de un exmilitante socialista que, tras el retorno de la “democracia”, o “dictadura camuflada”, ha sentido una profunda traición por los gobiernos de centro-izquierda, quienes no lo reconocieron como víctima de un periodo en el que se entregó por la historia que otros construyeron, y donde él siempre fue un personaje secundario. Considera que el Estado ha sido ingrato con los pequeños agricultores, pese a la ayuda de Indap, que los créditos son elevados y las condiciones para trabajar la tierra son muy duras.

Quielo R. Dirigente sindical agrícola, 69 años. Fue concejal socialista. Heredó su militancia de su padre, quien fue el primer gobernador campesino socialista de Salamanca. Participó activamente en Rengo y Santiago en la lucha por la democracia durante la dictadura. Cree que el sistema político y económico está hecho para dejar morir a los pequeños agricultores y que es necesario luchar por un nuevo sistema que los incluya, porque aún son muchos quienes creen que es la forma más sana de vivir.

Gladys P. Agricultora orgánica, 62 años. Se dedicó a ser modista y trabajadora de casa particular la mayor parte de su vida, pero sus orígenes la han llevado a dedicarse a la agroecología para rescatar las raíces campesinas de sus antepasados. Es hija de un padre socialista y hermana de un exonerado político. Por esto, septiembre es un mes triste; ver los videos del bombardeo a la Moneda le recuerda lo crudo del periodo; sin embargo, cree ser más de izquierda cuando lo recuerda y también que es necesario (re)construir desde el cariño y la verdad.

Aquiles A. Extrabajador agrícola, 68 años. Apasionado del futbol, inauguró en Los Choapinos lo que hoy es el Club Deportivo Norte Verde. Aunque le gustaría seguir jugando, sus años no se lo permiten. A pesar de no seguir trabajando directamente la tierra, hoy pertenece al Sindicato de Agricultores del sector. Cree que se necesita apoyo para llevar a cabo la dirigencia de las demandas del mundo campesino. De una familia de comunistas, él sólo era simpatizante, pero creía en los valores que le habían entregado su padre y su abuelo.

Margarita P. Actualmente dueña de casa, 93 años. Llegó a los 43 años a Rengo junto con sus hijas y su esposo, agricultor, quien fue beneficiado por la reforma agraria en Salamanca. Aquí instalaron una lechería y Margarita se dedicó principalmente a tareas del hogar —por ejemplo, cocinar para los trabajadores del sector—. No tuvo militancia política pese a haber participado en la cooperativa y no tiene recuerdos de la represión de la dictadura más allá de algunos allanamientos. Cree que había ciertas cosas en las que ella “no podía meterse”.

Es importante destacar que estos casos no buscan representatividad dentro del territorio, puesto que existen voces distintas a estos cinco casos. En efecto, son las distintas experiencias que dotan de una cierta heterogeneidad a la trayectoria de esta comunidad por medio de disputas y competencias. Justamente, por ello conviven, en el mismo territorio, agropolitanos y pequeños agricultores.

Las entrevistas fueron sometidas a análisis narrativo, definido como una forma de indagación en torno a la práctica narrativa y los relatos que “personas, grupos e instituciones componen en y sobre la vida social” (Bernasconi, 2011, pp. 13-14). En este sentido, entiendo la acción de contar historias como la forma en la que los sujetos otorgan sentido a sus experiencias y las comunican. Como señala Catherine Riessman (2008), el análisis narrativo pregunta no sólo por el contenido, sino también por las intenciones y el lenguaje, y en su vertiente temático-estructural incluye la pregunta por la organización del relato y los componentes de la narrativa.

Esta técnica de análisis me permitió leer, interrogar y analizar las prácticas de vulnerabilidad y resistencia que van performando a cada sujeto en un escenario que tiende drásticamente a la desposesión del campesinado chileno. Para componer el análisis busqué relacionar las historias biográficas y los eventos que estructuran la historia de la comunidad: 1. El fortalecimiento de gobiernos zonales socialistas en el valle del Choapa, la sequía de los años sesenta y el beneficio de tierras por la reforma agraria durante el gobierno de Frei Montalva; 2. El asentamiento y la cooperativa en Rengo, la reforma agraria durante el gobierno de Salvador Allende y el golpe de Estado; 3. La dictadura militar, los allanamientos, la pérdida de tierras y la resistencia a la contrarreforma, la lucha por la democracia. 

Lo importante fue comprender los matices que los sujetos evocan en sus relatos pese a referirse a un mismo episodio. Cada entrevistado tuvo una forma distinta de describir, valorar y reflexionar sobre sus vivencias. Así, ya sea debido a las posiciones de los sujetos en la comunidad, a sus identidades laborales, trayectorias, a sus propios proyectos o comprensiones del mundo social, la composición de la historia de una misma comunidad es heterogénea y compleja: lo que para unos pudo haber sido valorado como una oportunidad, para el otro pudo haber significado una pérdida.

Para abordar los significados que los eventos tienen para los y las entrevistadas, analicé los recursos que movilizó cada sujeto, el modo en que se organizó y con quién se asoció, contra quién tuvo que pugnar y qué sentidos evocan —en este ejercicio— los eventos suscitados. 

Para realizar el análisis trabajé en tres etapas: i) El análisis por caso, donde generé cinco relatos resumidos en primera persona a partir de la transcripción de la entrevista, produciendo una narrativa fluida sobre el relato del sujeto; ii) Interrogación activa de los relatos para responder a las preguntas: ¿qué me quiso contar esta persona?, ¿cómo lo quiso contar?, ¿con qué propósitos?, ¿a qué posiciones de habla apela?, ¿qué habrá querido omitir?, ¿a qué tipo de sujeto corresponde esta narrativa?, ¿quérelaciones de poder pueden ser analizadas dentro de este relato?, ¿cuáles son los ejes articuladores del relato?; iii) Generación de categorías sobre lo dicho en estos relatos, realizando comparaciones entre casos por medio de un proceso de codificación. Dichas categorías representan nodos de significado en torno a los hitos o periodos previamente mencionados, por lo cual realicé un análisis narrativo temático y un análisis estructural atendiendo a los componentes de los relatos que participan de cada uno de estos periodos.

Presentación y discusión de resultados

La vida en Salamanca, la reforma agraria y la migración: 
de inquilinos a campesinos

Hacia 1960, Salamanca era un aislado pueblo del valle del Choapa, al sur de la provincia de Coquimbo, dedicado casi exclusivamente a la agricultura; la población rural de la provincia, según el censo de 1960, alcanzaba un 48.17 % (Instituto Nacional de Estadísticas, 1960, Cuadro 2). Este gran valle se caracterizaba por sus tierras fértiles y su clima, que variaba de altas temperaturas en el verano a muy bajas en el invierno, presentándose entre otoño e invierno los llamados “terrales”, vientos calientes que crean microclimas óptimos para la producción hortícola en las tierras acaparadas por los complejos latifundistas. De una larga trayectoria patronal, una importante cantidad de los habitantes del Choapa trabajaban como inquilinos, medieros o peones en los doce fundos del valle.

Una vida miserable

En el recuerdo de Quielo, hacia 1965 la vida de los trabajadores de los fundos “era una vida terrible, humillante, de trabajo forzado, de mucho sufrimiento” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). Quielo es hijo de una familia de “obligados” —nombre coloquial para los trabajadores asalariados que, para mejorar su calidad de vida, se veían en la “obligación” de arrendar su fuerza de trabajo a la hacienda—:

Nosotros éramos personas, si es que nos consideraban personas, pero éramos entes de segunda clase, al mismo nivel del animal […] Nosotros los campesinos vimos experiencias muy terribles. En los fundos, antes de expropiarlos por la reforma agraria, en los años sesenta, los dueños tenían mejor a los caballos y a las vacas, mejor que a los inquilinos, que vivían en un rancho: mejor vida tenían los animalitos que estaban para la producción, daban leche, daban carne [...] mejor que los seres humanos que estaban ahí. (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019)

Según el relato de Quielo, en la estructura latifundista la legibilidad de los sujetos estaba dada por su clase y, en consecuencia, su propiedad sobre la tierra. Existían dos tipos de sujeto en este sistema campesino colonial: el dominante, el patrón o latifundista, gran propietario de fundos y tierras; y el subalterno —en términos de Gramsci y Spivak—, el peón, gañán o inquilino. Correspondía al primero definir el tipo de vida que tendrían los “seres” que habitaban al interior de su propiedad, como extensiones de ésta. Por ello, los animales, que brindaban leche y carne para la producción, “merecían” vivir en mejores condiciones que los humanos: los inquilinos eran seres de segunda clase en esta visión mercantilizada de los sujetos.

Siguiendo a Spivak, las mujeres sufrían una doble subalternidad al interior de este sistema hacendal. Debido al sistema sexo/género,3 las inquilinas son delegadas a realizar labores domésticas, proveyendo de cuidados básicos y esenciales a los trabajadores, y a realizar tareas consideradas productivas pero feminizadas, como el cuidado de pequeños animales. Además, son constantemente humilladas, maltratadas y abusadas, tanto por sus esposos como por los latifundistas: “Eso se sabía, pero no había cómo pararlo, era lo que le tocaba a las mujeres” (Margarita P., comunicación personal, octubre de 2019). En este sentido, las mujeres hacendadas estaban subordinadas a sus esposos en función del pequeño —pero suficiente— capital económico que respaldaba la autoridad de los hombres al interior de la familia, quienes al mismo tiempo eran oprimidos por los latifundistas: las mujeres eran sujetas de tercera clase, mercantilizadas y sexualizadas.

El valle rojo

En paralelo, los gobiernos zonales (como se les denominaba a los municipios) se fortalecían gracias a la “herencia” de izquierda que se levantaba en la zona desde 1930, llegando a instalar un “valle rojo” que, como Quielo recuerda, “no sabía si le decían valle rojo al Choapa porque en sus cerros se secaba el ají rojo o porque la gente en su mayoría tenía posición política de izquierda”. Así, cuenta que la experiencia del sindicalismo obrero fue esencial para la construcción de este bloque político, cuyos formadores eran “viejos campesinos” que se habían ido a trabajar a las salitreras y, una vez que se jubilaban, regresaban al campo. Su papá había sido uno de ellos:

Había un dictador como Pinochet, el paco Ibáñez le decían […] perseguía gente, la hacían desaparecer, torturaban, la misma historia. Entonces ellos tenían que ir a caballo donde estaban casi todos los predios […] Se formaban cuatro dirigentes campesinos y partían, escondidos en el río, en el monte: en la noche organizaban un sindicato, lo echaban a andar, iban a otro predio y lo echaban a andar. Después lo legalizaban con el inspector del trabajo, con lo que correspondía, y de la noche a la mañana salía la sorpresa: el fuero sindical, así que no los podían tocar los poderosos. (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019)

Con todo y las represalias y apremios, los núcleos se fueron formando: “Había que hacerlo porque los trabajadores no teníamos dignidad” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). En este sentido, las condiciones materiales mínimas para la subsistencia constituían el centro de sus demandas y, gracias al repertorio de acción político gestado a raíz del trabajo minucioso de los formadores sindicales, se fue armando un poder zonal que no tenía precedentes en Chile:

Fue tanta la mística, la fuerza política que se logró en el valle del Choapa, que en esos años mi padre llegó a ser el primer alcalde socialista de Chile: campesino y socialista. Antes eran los puros patrones, los poderosos, el alcalde jamás iba a ser un campesino patipelao’, ese no podía llegar a ser alcalde [ríe]. Él lo logró, él gracias a todo ese trabajo […] El valle de Choapa se compone de tres ciudades: Los Vilos, la costa, orilla del mar; Illapel, treinta kilómetros para acá [al centro]; Salamanca, treinta kilómetros para acá [hacia la cordillera] [ver Fig. 1]. Aquí ganó mi papá […] después ganó un socialista aquí en Illapel […] y después ganó otro acá en Los Vilos, así que el poder comunal lo tenía la izquierda. El Partido Socialista y el Partido Comunista dominaban el valle, porque los patrones eran pocos y los lacayos que siempre hay, entendieron que ese no era el lado de ellos. (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019)

Figura 1. Mapa “valle rojo”: Los Vilos – Illapel – Salamanca

Fuente: Elaboración propia

La reforma agraria

Hacia 1965 se había logrado popularizar el poder central: se habían comenzado a implementar las primeras expropiaciones a fundos en Chile. Quielo asegura que la reforma agraria partió por el valle del Choapa, extendiéndose a todo el país. Los sindicatos lograron “rescatar” la humanidad del partido político en el poder, la democracia cristiana, porque, más allá de exigir “mejores tratos, pagos en las fechas establecidas o mejores escuelas”, demandaban la propiedad sobre las tierras: la tenencia de la tierra —ser un campesino— les entregaría libertad para generar su propio sistema de vida, sin tener que someterse a las humillaciones del patronaje.

Esto pasó con el fundo Chillepín: Quielo recuerda una portada del semanario Vea, donde aparece el dueño del fundo, de apellido Labbé, siendo deportado en camilla “como un cobarde [luego de ser] pillado con gente desnutrida en su fundo, muriéndose de hambre, y él con montones de hectáreas [20 300]” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019).

En una situación donde Chile sufría una escasez de alimentos y se debían importar desde el extranjero, el proyecto de la “estrategia agraria” establecía expropiar terrenos que tuvieran sobre 80 hectáreas de riego básico y que se encontraran en abandono o mala explotación. Así, muchas familias se desplazaron hacia los espacios que habían sido ocupados por el fundo, destinando las antiguas parcelas de cultivo de secano al cuidado de ganado.

Óscar, proveniente del Tambo, trabajó desde temprana edad en las llamadas “sociedades”; espacios de trabajo común, similares al de una cooperativa, y viajaba a Salamanca para vender sus hortalizas, porotos, maíz y papas, dos a tres veces por semana. A pesar de ser un trabajo sacrificado, porque “el campesino era eso, era un animal de trabajo”, cree que la gente no vivía mal, ya que “el valle era muy generoso hace cuarenta o cincuenta años atrás”: vivían en casas pequeñas y de forma modesta, pero aún había agua para la pequeña agricultura y, por ende, había alimento para la subsistencia. Para Óscar, los indicadores de una vida satisfactoria estaban dados por las condiciones materiales del día a día: comida, techo y agua (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019).

La sequía del Choapa

Sin embargo, la sequía de los años sesenta fue muy destructiva: duró ocho años y les quitó toda posibilidad de trabajar. Gladys, quien era una niña de siete años en ese tiempo, recuerda que tenían que viajar kilómetros desde su hogar con su familia para lavar las diferentes hortalizas que producían, puesto que en su pueblo no había agua suficiente. Margarita cuenta que, como su esposo, muchos tenían animales (vacas y caballos en su mayoría) y que estos estaban en una hambruna permanente. Tenían que desplazarse porque quedarse significaba perder a todos sus animales y, con ello, su única fuente de trabajo.

Por ello, “los viejos”, como Óscar nombra a la generación de sus padres, pensaron que el proyecto de reubicación que les ofrecía la reforma agraria sería favorable, más aún cuando para la parcelación les tocaría “poca tierra”. Como recuerda Quielo, “si nos quedábamos ahí era 2,5 hectáreas para cada uno, si nos veníamos para acá teníamos la posibilidad de 10 […] y éramos familias de 9 u 8 hijos” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). “Fueron visionarios”, evalúa Óscar. El sindicato agrícola de Salamanca generó una comisión encargada de visitar los lugares ofrecidos por la CORA, entre ellos, Pan de Azúcar, Buin y Arica, pero como vieron que estaba el río Cachapoal y el río Claro, sumado a que “las extensiones eran inmensas”, decidieron moverse a Rengo, aunque, en palabras de Óscar, “estaba totalmente botado, no había nada, pura zarzamora y harta maleza” (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019).

Finalmente, estas seiscientas hectáreas de extensiones de tierra que habían sido un fundo de unas hermanas francesas resultaron ser la ubicación definitiva del asentamiento de Los Choapinos, en junio de 1969. Primero llegaron los “dueños de casa” y posteriormente, entre septiembre y diciembre, el resto de las familias (véase la Figura 2).

A pesar de haberse movido más de 470 kilómetros “en camiones, en bus, en unas micros chatarra”, como recuerda Aquiles, existe un consenso en evaluar la reubicación como una oportunidad. Por ejemplo, para él, haberse trasladado permitió que los jóvenes tuvieran estudios, “más allá de quinto o sexto básico” y “la posibilidad de elegir” (Aquiles A., comunicación personal, Rengo, octubre de 2019).

El traslado marca un antes y un después en el modo en que se constituye el sujeto. Quien antes fue inquilino o peón, un “obligado”, tras la reforma agraria de 1965 se volvió propietario de la tierra que trabajaba, por lo que social y materialmente se convierte en un campesino: sostiene su identidad como pequeño propietario agricultor que se desliga de las obligaciones patronales. En efecto, su capacidad de acción cambia como resultado de un cruce entre un sujeto reflexivo, con conciencia de clase (en sí y para sí) y una estructura que favorece este cambio de condición del sujeto: los cambios agroproductivos de la reforma agraria, por un lado, y por otro, la sequía. De este modo existe un paso de un individuo que se autopercibe como un explotado, que carece de derechos y de “dignidad” y que, al mismo tiempo, vislumbra cómo alterar su devenir, por lo que, de hecho, implementa diversas estrategias de manera organizada (como las prácticas sindicales) para liberarse colectivamente de las formas de vida hacendal.

Figura 2. Mapa del desplazamiento Salamanca-Rengo (470 km, aprox.) (1969)

Fuente: Elaboración propia

El asentamiento y la cooperativa, la reforma agraria bajo el gobierno de Salvador Allende y el golpe de Estado: el ser campesino y la resistencia

Pese a comprender la migración como una circunstancia beneficiosa, había que sortear cuestiones cotidianas como “separarse de los amigos, los compañeros de la escuela”, aunque para Aquiles, era una “responsabilidad” de la que había que hacerse cargo. Según Gladys, “no podíamos decirle a los papás ‘para qué nos trajeron para acá’, si ya estaba hecho” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). Margarita llegó en 1969 a vivir con su esposo a una lechería, un pequeño terreno “lleno de barro”. Algunos, como Aquiles, se instalaron en un galpón; otros, en algunas mediaguas “bien humildes” entregadas por la CORA.

En efecto, la desposesión no está dada solamente por cuestiones estructurales como las políticas en torno a la tenencia de la tierra, sino también asuntos personales que marcan profundamente la identidad de los sujetos, como la calidad de la vivienda, dejar amistades, la diferencia climática y enfrentarse a un nuevo modo de vivir, opuesto al del “norte”. “Éramos así como bichitos raros, todo el mundo nos miraba y les llamaba la atención nuestros sistemas de vida, porque todos como ‘aclanados’4 y aquí la gente no era así”. Por ejemplo, la diferencia en términos de autonomía entre mujeres era significativa. “Las señoras acá no trabajaban, porque todavía no estaba desarrollada la fruticultura, pero nuestras mamás sí. Eso aquí era novedoso” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019).

Los primeros meses

Pese a considerarse una “comunidad unida”, hubo pugnas entre quienes escogieron primero este lugar para vivir, como el caso de Óscar, y otros quienes “no estaban contemplados”. Sin embargo, lo más complejo en términos de sostenimiento se dio cuando, al llegar a Rengo, tuvieron que enfrentarse a un déficit de materiales básicos para emprender un proyecto de vida. Gladys (comunicación personal, septiembre de 2019) relata que “sacábamos el pie fuera [de la mediagua] y estábamos en el barro”. Ella no veía a esas casas como un “hogar”, sino para cumplir con tareas puntuales, como el descanso. Como venían del norte “y aquí en esos años llovía mucho”, sus ropas no estaban preparadas para soportar el clima. Muchos niños y niñas se enfermaron debido a la exposición prolongada al frío, desde resfriados comunes hasta neumonías. Asimismo, el agua era un problema urgente: 

Una vez que se instaló la gente, nos encontramos que aquí el sector no tenía agua para beber, que fue un problema terrible, entonces, pucha, nos empezamos a enfermar, porque si bien es cierto, nosotros en el sector nuestro [en el norte] no teníamos agua potable, teníamos un agua de vertiente de muy buena calidad. Llegamos acá y teníamos que hacer lo mismo, tratamos de hacer un pozo, una noria ¡y qué! si el agua está como a sesenta metros acá... Ahora el agua del Cachapoal es limpia, pero en ese tiempo era como del color del Milo, era imbebible: la gente empezó a hacer unos inventos, a echarle a unos tambores arena y les ponían agua de esta sucia y ahí se filtraba, y esa era el agua que bebíamos. Entonces la gente que no estaba acostumbrada, se enfermaron varios. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

En el nuevo asentamiento se revelan nuevos hitos de desposesión: de tener “buenas” casas y un trabajo estable, además de agua limpia y bebible, pasaron a tener mediaguas y agua sucia que los enfermaba. “Se siguió” porque se organizaron “los de arriba y los de abajo” y exigieron agua potable para su sector. “Llamaron a varias autoridades”, recuerda Gladys (comunicación personal, septiembre de 2019), “entre ellos a la compañera María Elena Carrera, senadora, que le dijo a mi papá: ‘cómo vas a tener a tus hijos y tu gente tomando esa agua’ y mi papá fue con ella en su auto a la Municipalidad, hablaron con el alcalde ¡y altiro llegó el camión!”.

No obstante que el beneficio del agua sólo estaba contemplado para “beber”, fueron cultivando tierras para sembrar; ahí fue cuando la reforma agraria les entregó maquinarias, pasando a ser este asentamiento una cooperativa que “era legal, iba con escritura”. Así, comenzaron a plantar manzanos y cerezos. Óscar, en cuyo relato el trabajo es fundamental, cuenta que se movió “a hacer patria acá, a trabajar”, aun así, era una visión distinta del trabajo a la que se tenía siendo inquilino; para él, la reforma agraria venía a cambiar todas esas concepciones del hombre como un “animal de trabajo”, sobre todo “cuando ganó la Unidad Popular”.

Una vida digna

En 1970 celebraron el triunfo de la Unidad Popular. “Nos dio un reimpulso el presidente Allende […] fue para nosotros una revolución, dado que ya los primeros meses de su gobierno empezaron a construir las viviendas definitivas para nosotros los campesinos”, “no eran de lujo, pero eran de muy buena calidad” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). Así, el periodo, comprendido entre 1970 y 1973, fue para Margarita el “renacer de la comunidad”: fortalecieron la junta de vecinos y lograron construir una escuela. Además, como el deporte era visto como algo de “jóvenes sanos, de buenas costumbres”, en 1970, Aquiles, Quielo y otros jóvenes choapinos fundaron el Club Deportivo Norte Verde (Figura 3). Óscar fue el presidente del club en dos periodos.

Figura 3. Fotografía del Club Deportivo Norte Verde (1970)

Fuente: Propiedad de Aquiles A.

En el contexto de una época de aspiración utópica y convicción política, los jóvenes comenzaron a participar en organizaciones sindicales: en 1970 establecieron una confederación de trabajadores agrícolas, la Confederación Nehuén. Según el juicio de Óscar, los sindicatos permitieron un trabajo más “unificado”, gracias a “el pensamiento político” que heredaban de sus padres. Esto “trajo oportunidades de mejor calidad de vida para los habitantes del sector”:

La mayoría de nuestra gente era toda gente de izquierda, eran todos los chicos inquietos, y tomamos contacto con unos muchachos que andaban con un proyecto para criar conejos. Ese proyecto era del SAG [Servicio Agrícola Ganadero], entonces nos dijeron a nosotros y nosotros le dijimos a los viejos. Ellos se reunieron con estos chiquillos que andaban con este proyecto ¿y qué ofrecían? ¡necesitaban treinta hectáreas para montar el proyecto! Era crianza, una curtiembre, un matadero y un sector para cultivar el alimento. Entonces, a cambio de eso, de esas treinta hectáreas, ellos se comprometían a poner agua potable, con pozo de captación. Entonces los viejos, digamos, visionarios, dijeron “ya está”, y ahí salió el agua. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

En cuanto se instaló el Complejo Nacional Cunícola, la mayoría de los jóvenes comenzaron a trabajar allí. El Servicio Agrícola Ganadero (SAG) le entregó a la cooperativa “jaulas, animales y alimento” para que ellos los criasen y pudiesen proveer de “carne y abrigo” a “la gente del campo, la más desabastecida”, cuenta Óscar. “Para esos años el campesino veía la carne tarde, mal y nunca, estaban desnutridos”, detalla Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019).

En esa época se había firmado un convenio del gobierno de la UP con el gobierno alemán, que tenía como objetivo fomentar la industrialización en Chile. “Vino a beneficiar a Rengo, se creó el embalse de Los Cristales en la alta cordillera del río Claro y, con eso, la construcción de pozos de captación de agua en Los Choapinos”. “Esa fue la primera APR [agua potable rural] de Chile”, recapitula, y gracias a ello, “a los tres o cuatro años de llegar” finalmente lograron cultivar en tierra fértil, después de haber encontrado un terreno “todo erosionado”. “Fuimos pioneros en plantar frutales, los primeros manzanales, viñas, almendros, duraznos; como cooperativa estábamos proyectados, teníamos sueños, podíamos soñar” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019).

El trabajo con animales era un asunto muy importante para los choapinos. “[A los conejos] les teníamos comida de primera calidad, había que peinarlos”, relata Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019). Al igual que a las vacas de la lechería, que fueron el resultado de un convenio entre el gobierno chileno y el argentino. “Llegaron treinta terneras preñadas desde Argentina” que, como estaban fecundadas de forma artificial no “sabían” parir. En abril de 1973 a las 11 de la noche partieron a buscar un veterinario: “Pérez de Arce era el apellido, se alojaba en el Hotel de Rengo, nos había venido a visitar por los conejos”. “No nos quería recibir al principio, pero si no lo llevábamos, las vaquitas se iban a morir: ‘abre la puerta por la buena o te la abrimos por las malas’, le dije [ríe], esa fue mi acción más subversiva en ese tiempo” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). Al final, las vacas “se salvaron” y empezó a funcionar la lechería de la cooperativa:

[La lechería] era, pero top, top, top. Había una maternidad. Era súper top eso. Y toda la gente trabajaba y era bien rentable, porque nadie estaba tan individualista como ahora. Todos trabajábamos juntos porque si íbamos a salir adelante, íbamos a salir todos juntos. Yo ayudaba a leer algunas cosas porque no todos sabían leer, eran muy pocos los que leían. Pero yo a los viejitos los ayudaba para que entendieran las cosas: los estatutos, por ejemplo. Yo ahí les leía. (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019)

Gladys realizaba labores de lectura con quienes no sabían leer en esa época, que de hecho eran la mayoría. Cree que pudo haber sido un factor que influyó en la firma de contratos abusivos en la contrarreforma. Por eso, para los padres era de vital importancia que los niños y las niñas fueran a los colegios —y a las universidades—. “Todos los papás querían que nosotros estudiáramos, y eso generó hartos recursos y podíamos ir a estudiar. Se suponía”. Existía una idea, ligada a la “dignidad” que era la de “surgir”, “salir adelante”. Los campesinos habían sido tan humillados y sometidos que buscaban “alcanzar el sueño” de ser profesionales, no sólo para “tener plata”, sino para “demostrar” que no sólo eran “mano de obra”, que podían hacer “cosas importantes por el país”. “Es que de hecho venían ingenieros, arquitectos, agrónomos; una quería ser así, ayudar, hacer cosas importantes” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019).

“Venían unos trabajadores brasileños al complejo”, rememora Margarita (comunicación personal, octubre de 2019), “yo les cocinaba, tenía como una pensión acá en la casa”. Ésa fue una época en la que califican como “muy unida”, “de comunidad” y “participación”. La cooperativa funcionaba como un núcleo no sólo para unir trabajadores y con ello ampliar la producción, sino que también, en este contexto sociopolítico de “expectativas revolucionarias”, el trabajo mancomunado les permitía “soñar” con un mejor porvenir para “Chile y la comunidad”. Esto, en definitiva, era asegurar las condiciones materiales básicas para un “vivir digno” de los campesinos y obreros: tener comida, agua, y ahora incluso educación, que los campesinos alcanzaran la “cultura”.

También —y pese a la militancia socialista de los líderes— se relacionaron con la Iglesia Luterana. “Nos donaron la industria de telares”, recuerda Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019), “siete containers con maquinaria para que nosotros tomáramos la lana del conejo angora y la transformáramos en artículos de vestuario”. Buscaban exportar sus creaciones, “como chombas e hilo”. Hacia 1973, estaban esperando la llegada de unos ingenieros alemanes que les ayudarían en el ámbito técnico de la producción. “En septiembre llegaban, desgraciadamente llegó el golpe, que nos quitó todo” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019).

El golpe de Estado

El golpe de Estado civil-militar de 1973 generó un quiebre político a nivel nacional y, con ello, un antes y un después en la comunidad. “Se sabía que éramos de izquierda”, cuenta Óscar. Presentían que serían duramente castigados. “Mi papá estaba escuchando la radio Magallanes, y dijo: ‘bueno, ustedes han visto lo que pasa en Bolivia y en otras partes, nos vamos a deshacer de todo’. Mi papá sacó la foto de Allende y la guardó” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). El mismo 18 de septiembre de 1973 los allanaron. Gladys lo recuerda así:

Llegaron como a las cuatro de la mañana. Donde yo vivo hacia calle Norte Chico, ahí pusieron a todos los hombres. Unos chiquititos en puro slip. Había llovido en la noche y los hombres afirmados en la malla, ¡esa malla tiritaba! ¡Fue terrible! Porque nadie a esa hora estaba vestido, algunos lograron ponerse unas chalitas o unas botitas, pero los otros estaban descalzos ahí ¡y fue terrible! Pero no allanaron todas las casas, allanaron algunas nomás. (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019)

Gladys discrepa de Óscar. No cree que todos hayan sido de “izquierda”, “eso es una caricatura”, aclara. Allanaron algunas casas porque había gente también de derecha, pero “no nos basábamos en eso, nos basábamos en que queríamos todos trabajar juntos y salir adelante juntos”. En efecto, esta característica del “ser aclanado” y “organizado” podía estar ligada fuertemente a la “mística” que identifica Quielo en torno a la política socialista de los choapinos. Sin embargo, como en el caso de Margarita, “no militaba y nunca vi nada”, pero de todos modos participaba en la Junta de Vecinos y la lechería. En el caso de Aquiles “sólo era simpatizante, pero en el sindicato y en el trabajo igual se perseguían fines políticos”. Por ello, afirmo que se construyó una identidad en torno a los “valores” que fomentaba la izquierda —como el compañerismo, la solidaridad y la organización—, permeando incluso a personas que se consideraban “alejadas de lo político”, o incluso aún “de derecha”, haciéndolas convivir y trabajar en el mismo espacio, según los fines que perseguía la cooperativa.

Gladys, que aún conserva marcas psicológicas del allanamiento, construye gran parte de su historia desde el trauma. Esa noche ella se despertó con metralletas en la cabeza:

De hecho, yo a mi antejardín [llora], hasta el día de hoy no lo arreglo. Eso no lo he podido superar [llora] ¿usted vio cómo está mi antejardín? Yo ahí antes tenía plantado gladiolos y dalias, y cuando llegaron ellos, mi papá de guata tuvo que ir sacándolos porque ellos creyeron que habíamos enterrado armas. Y yo les decía que no, que era mi jardín. ¿Y qué podía haber hecho yo a esa edad? […] ¡Era terrible! Y cómo nos allanaron, eso fue terrible. (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019)

Por su parte, Margarita tiene el recuerdo de algunos allanamientos, a los que no le presta mayor importancia, sin embargo, recuerda con claridad cuando se llevaron a los trabajadores brasileños. “Se los llevaron, de un día para otro no volvieron a trabajar y se acabó la pensión”, recapitula.

Óscar era presidente del Sindicato de la Sociedad de Servicios Menores del Complejo Cunícola al momento del golpe de Estado. Como tal, fue buscado por los militares y su casa fue allanada. Se “salvó” porque lo buscaban con el apellido de su padrastro:

Me dijeron “andamos a buscando a Óscar P.” [...] y yo les dije “aquí vive un Óscar, pero soy Óscar C.” [...] “no —me dijo— si andamos buscando a un Óscar P., lo vamos a pillar a este gallo”. En la noche me tuve que ir, era un hecho que me iban a volver a buscar. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

De esta manera se inició un proceso de resistencia. Varios choapinos tuvieron que vivir en clandestinidad muchos años. La afirmación de los sujetos como campesinos se vio alterada porque, con el golpe de Estado, se comenzaron a gestar políticas de “restitución de tierras”, es decir, de devolución a antiguos dueños o compras abusivas por parte de quienes serían los dueños de las nuevas agroindustrias.

“En esa época [antes del golpe] era muy lindo ser joven revolucionario, soñar con cosas y hacerlas realidad” (Quielo, R., comunicación personal, septiembre de 2019). De hecho, considera que “si no hubiera habido esa mística, que era hacer las cosas por nuestro país, no lo hacemos”. Así, hacia 1973, los jóvenes tomaban el protagonismo en el asentamiento; hubo un cambio generacional que a su vez trajo transformaciones en el campo de la acción política: orientaban sus acciones de manera creativa para sortear problemas cotidianos, eran un poco más “rebeldes”, “subversivos”. De este modo ponían en práctica el repertorio social de acción en torno al “estar juntos”, “aclanados”. Esta fue la forma clave que tuvieron para mantener la organización, que, a su vez, estaba dada por un objetivo político común: hacer las cosas por el país, que, en lo práctico, significaba mejorar la calidad de vida de los sujetos más desposeídos por medio de una cuestión estructural: el programa de industrialización y nacionalización que planteaba el gobierno de la UP.

Así, este sujeto fue capaz de pensarse como “profesional”, “un aporte a la sociedad” más allá de su “mano de obra” pensada en torno a su fuerza como un “animal de trabajo”. La idea era ser “campesinos”, miembros de la cooperativa, mantener la propiedad de las tierras con conocimiento, tener estudios y preparación para el trabajo de la fruticultura, la lechería y el complejo cunícola. En efecto, este proyecto de vida se activa en la medida en que existen recursos específicos para ello: el gobierno de Salvador Allende fue beneficioso para los choapinos porque existía una política de beneficiar a quienes históricamente habían sido desplazados: los subalternos, el campesino y el obrero. Gracias a ello, y tomando la idea del “arquitecto” de Harvey, los choapinos lograron pensar su espacio con el objetivo de asignarle una utilidad esencialmente humana, de subsistencia, al mismo tiempo que lo dotaban de significados simbólicos y estéticos ligados a imaginar la acción comunitaria a un bien a nivel del país. Sin embargo, con el golpe de Estado, se ven enfrentados ante una nueva estructura que llegaba para vulnerarlos nuevamente. Por medio de la violencia y el trauma, les ofrecía volver a ser como sus antepasados; inquilinos y peones, vulnerados y humillados, sin tierras, pero esta vez dentro del espacio de la agroindustria.

La dictadura militar, el comienzo de la pérdida 
y la contrarreforma: resistir, mantenerse campesino 
o volverse agropolitano

Óscar recuerda con estas palabras de un exalcalde de Rengo el comienzo de la desposesión: “ahora somos nosotros los que mandamos, así que usted tiene que andar vueltito pa’ las murallas” (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019). Pese a las amenazas, para Óscar este episodio los fortaleció como comunidad. A diferencia de lo que opina Gladys, quien cree que después del 11 de septiembre “no volvió a ser lo mismo” porque ya no volvieron a ser “un clan”. En efecto, la comunidad se fragmentó, bien porque algunos tuvieron que irse forzadamente del lugar al ser perseguidos políticamente o porque otros se vieron afectados por las políticas de tierra de la contrarreforma.

A Gladys le cancelaron la matrícula en el liceo de Rengo “por razones políticas”. “De hecho, pasaron como diez años que yo no vine a Rengo porque me producía rechazo eso” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). Así, ningún joven pudo ir a la universidad. Para Gladys, ése fue el verdadero hundimiento, el no ser universitario ni profesional.

Óscar recuerda que en marzo de 1974 llegó un interventor con un “paco” (carabinero); sin preguntarle a nadie, desbarataron el complejo cunícola, se llevaron las maquinarias para venderlas, al igual que los conejos que sobrevivieron al maltrato de los interventores: “No sabían mantenerlos, como despidieron a la gente que hacía los alimentos, les empezaron a dar pasto y se empezaron a morir los animales, sacaban montones de animales muertos”. Asimismo, empezaron a parcelar la cooperativa. A pesar de que aún eran socios legales de la misma, cada uno se convirtió en “parcelero” que, “a su suerte”, trabajaba su propia parte del terreno con las maquinarias de la cooperativa que habían sido “repartidas”. “A uno le tocó un tractor, a otro unas vacas y así”.

Fue sistemático, empezaron a apretar primero por la deuda que tenía cada tipo y después nos negaron los créditos, entonces ¿qué hacía yo sin plata y encalillado?5 Vendía [...] eso era lo que pasaba. Entonces [...] yo creo que esto de un comienzo lo pensaron, de que la forma de recuperar el suelo los grandes, los ricos, era parcelarlo y quitarle el gravamen para que vendieran, de hecho, aquí fue si de aquí para allá hay un sólo tipo que tiene ya como [...] diez parcelas, que eran un beneficio para las familias. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

Tras haber sido forzado a dejar su hogar, Óscar llegó a Macul con Departamental en Santiago, el día 4 de marzo de 1974. Quielo, compañero suyo en el Complejo Cunícola lo “enganchó” a trabajar en la casa quinta de un alto dirigente del Partido Comunista. Óscar tomó esta oportunidad para “llevarle alimento a alguna gente, que eran compañeros que estaban muertos de hambre y hacíamos correr un diario, y se lo pasaba a fulano, a fulano”. Óscar relata que comenzaron a trabajar de forma clandestina “manteniendo la organización y los contactos”; era peligroso, “pero ahí estábamos, se podía hacer”. En términos espaciales, la resistencia se fue gestando fuera del espacio propio de la comunidad y fue disipándose en los lugares que iban habitando los choapinos. Así, Óscar viajó al norte, pensando en “los compañeros del salitre, revolucionarios”, pero se dio cuenta de que “eran una porquería de gente, todos vendidos y puestos a dedo”. A diferencia de los trabajadores del salitre, cree que los campesinos, antes del golpe, asumían su “tarea histórica” con organización y preparación, no eran “borregos” como los mineros. De esta forma, Óscar pasó de ser un militante activo a un defraudado de su partido, así como de los altos dirigentes a quien admiraba e, incluso, con quienes se identificaba, como Carlos Altamirano. “¿Por éstos casi me matan?”, se cuestiona.

Óscar al poco tiempo volvió a Los Choapinos. Su padrastro estaba gravemente enfermo y estaba a punto de vender su parcela para poder tratarse. “Yo no lo permití, aunque tenía un trabajo muy bueno en Soquimich, tuve que volver. Fue duro dejar el lápiz y la calculadora para volver a tomar una pala, pero tenía que volver y no tengo ningún arrepentimiento”. Al regresar, cuenta que la mayoría de quienes se habían quedado en el asentamiento estaban “hasta el cogote con las deudas”. No se “podía hacer mucho” porque nadie quería relacionarse con ellos ni comprarles hortalizas “porque los choapinos eran todos pelientos”.6 Así, los primeros años de dictadura no podían trabajar la tierra porque no existían recursos para poder sembrar o mantener. “La banca no prestaba, no ayudaba, estaba sólo Indap que no daba abasto, eran millones de hectáreas en Chile en manos de campesinos, e Indap no tenía la capacidad ni operativa, ni de recursos, ni económica para ayudarnos a todos” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). Además, hubo una peste producto de las semillas que tuvieron que importar desde Estados Unidos: “Si plantábamos sandía, fracaso; si plantábamos zapallo, fracaso”.

El sistema de contrarreforma “como estaba dirigido muy inteligentemente por la dictadura” estaba orientado, en palabras de Quielo, para que los campesinos perdieran la tierra, por lo que primero empezaron a “ahogarnos con los impuestos”, “comíamos o pagábamos las deudas”. Por eso, para mucha gente la tierra empezó a ser más un “problema” que un “beneficio”. “La gente que no tenía el temple, la firmeza, no resistió no más, porque el sistema está hecho para eso”, explica (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). Muchos no pudieron con las deudas y los embargos y vendieron “a precio huevo” sus tierras. “Incluso tenían que trabajarle al mismo tipo”, puntualiza Aquiles. De este modo, como ya “no tenía sentido la cooperativa”, ésta se disolvió en octubre de 1980 (Figura 4).

“A don Juan Moreno, que tenía niños chicos, le fueron a ofrecer llevarle azúcar, harina y todo ese tipo de cosas. Él le arrendaba la parcela, él firmó. Después el caballero se apoderó de la parcela, y don Juan se quedó sin parcela, con hijos chicos” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). Así, la identidad de los sujetos se va construyendo en relación con una otredad, en oposición a una amenaza que es el “no tener tierras”. Quielo cree que la lógica con la que actuaban “los milicos” era liquidar las cooperativas, para que compitieran entre ellos y los “hundieran”. De hecho, “Allende sabía” que, si se les entregaban los recursos a los campesinos de manera individual, no todos “iban a poder”.

Figura 4. Documento legal que disuelve la cooperativa “El Choapino” (1980)

Fuente: Archivo Nacional de Administración. Ministerio de Agricultura, Decreto de Ley Nº 69

El trabajo tabacalero

Pero “los de la segunda generación” siguieron trabajando de forma conjunta, pese a la disolución de la cooperativa. En 1980 notaron que en Chile había una escasez en la producción de cigarrillos: “Buscamos alternativas para sostener la tierra, y una de ellas fue buscar cultivos, con empresas de contrato, para que la empresa pudiera financiar una parte, apoyar con la parte crediticia que en ese tiempo no estaba al alcance del campesino”, de este modo, comenzaron a montar sus propios hornos de tabaco. No tenían recursos, entonces ellos (la compañía, Chiletabacos, hoy British American Tobacco) pasaron “la plata”, lo construyeron y después se lo “iban descontando” de las ventas. “Pero eran muy abusivos los contratos. Hacían muchos descuentos por tabaco de primera, de segunda, qué se yo. Pero era la única forma de subsistir” (Gladys P., comunicación personal, septiembre de 2019). De hecho, primero fueron de madera, que “fue un desastre porque se quemaban”, después fueron de adobe y, por último, de ladrillo (en la actualidad, ver Figura 5).

Figura 5. Cinco de los cuarenta hornos de tabaco de Los Choapinos. Buscan que sean declarados patrimonio histórico nacional

Fuente: Autoría propia (septiembre de 2019)

“Pero era un trabajo horrible, trabajabas un año completo, estabas terminando de vender y empezabas el almácigo para el trabajo próximo. Y después se fue muriendo porque empezaron a ponerle impuesto porque el tabaco generaba cáncer. Aquí el 80 % de los choapinos eran tabacaleros” (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019). Así que, nuevamente, buscaron otras formas de subsistir. A pesar de que jamás perdieron la organización política, la producción la realizaron de manera particular, “cada uno en su parcelita”. Algunos, como Óscar, creen que el campesino se constituye sobre la base del egoísmo:

El campesino es un tipo egoísta [...] el campesino yo creo que cuando a un tipo le está yendo bien se olvida del de lado [...] y es lo que ha pasado desafortunadamente en todo el agro. Porque claro, un tipo le achuntó, plantó árboles y se llenó de plata [...] mientras el de al lado seguía plantando porotos y cosas por el estilo, pero nunca fue capaz de echarle una manita. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

Para otros, como Quielo, el campesino es lo contrario, es un sujeto solidario, que se sostiene de la tierra en comunidad. El pequeño agricultor, para él, en tiempos en que nadie quiere serlo (porque “el sistema no considera a los pequeños agricultores, considera al empresario que tiene los grandes viñedos para la exportación”), es un sujeto “valiente”, “empoderado”, porque lucha por vivir una vida que les da “libertad”, “pensamiento”, les permite “vivir sano”, “dormir tranquilos”, lo que se traduce en calidad de vida. “Yo quiero vivir esa vida, no quiero vivir otra” (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019). Aún así, ambos vinculan la “fuerza” y organización campesina particular de Los Choapinos al triunfo de los movimientos por la democracia a fines de los años ochenta.

Epílogo: La lucha por la democracia

Nosotros fuimos parte importante para recuperar la democracia, porque aquí en Los Choapinos se hicieron hartas cosas, hartas organizaciones, venía gente de Santiago, de todos lados, de aquí se elaboraba para otros lados. Nos mantuvimos fuertes […] aquí era como un circuito cerrado, no entraba nadie. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

Nosotros hacíamos las reuniones políticas clandestinas más grandes de Chile, las mujeres cocinaban para atender a los invitados, otros cuidaban las entradas para que no entraran pájaros raros, salíamos en micros para levantar en otras comunas, Peumo, Coltauco, Graneros, Doñihue […] Llevábamos guitarra, bombo, propaganda, banderitas y nos parábamos en el centro de la plaza y empezaba el show, con la bandera del No.7 (Quielo R., comunicación personal, septiembre de 2019)

Llegaban hasta 200 personas, se subían a la micro y se iban a otra ciudad. “Eso nos dio resultados en toda la sexta región para el plebiscito del 88”. Quielo era integrante del comando del No en Rengo y representaba a todo el sector. “Nos peleamos con la DC porque invitamos al Partido Comunista [al acto de cierre del comando del No]”, aun así, “con un tremendo miedo”, llegaron más de 3 000 personas a la plaza de armas. “Después de esa concentración me di cuenta de que íbamos a ganar”, sentencia Quielo (Comunicación personal, septiembre de 2019).

Pero no para todos, la reconquista de la democracia significaba una ganancia. Para Óscar, al igual que para Gladys, se trata de una “dictadura camuflada”. Óscar no vacila en culpar a otros sobre el devenir de la izquierda en Chile y, con ello, de los pequeños agricultores. Habían votado por ellos “en un gran esfuerzo” y mataron la organización de base con “los peores cuchillos”. No fueron los “sapos”, no fue la derecha, fueron las mismas grandes figuras que les aseguraban un mejor porvenir:

Lo que nos mató a nosotros, y nos desencantó a los movimientos de izquierda fueron los mismos gobiernos de centro-izquierda, porque esos gobiernos no fueron de izquierda. Ese tipo de gente fueron los que mataron a la organización, mataron las ganas que uno tenía, fueron traidores con nosotros mismos. Oportunistas en el momento, se aprovecharon de la situación de llenarse los bolsillos nomás, sin preocuparse de que por qué estaban allí. (Óscar C., comunicación personal, septiembre de 2019)

Por ello, para Gladys (comunicación personal, septiembre de 2019) fue un atropello del Estado haberlos olvidado; de hecho, busca una reparación, “no una de dinero, sino una reparación moral”. “Porque la verdad, la verdad es que fue trágico, negro, y en esta democracia encuentro que claro, estuvimos ahí contentos todo el asunto, pero no cambió mayormente nada de cómo estábamos”. En efecto, los créditos “continuaron siendo abusivos, no se piensa en el pequeño agricultor”.

Asimismo, Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019) considera imperante que el Estado reconozca que la gente que produce alimentos es importante, por lo que debería apoyarla mucho más. En efecto, “Indap cumple una labor importante, pero lo hace con los recursos que tiene y dentro de lo que la ley le permite”, pero “necesitamos un Estado más presente, que juegue más a favor de nosotros”. Lamentablemente, como Aquiles piensa, “la organización es débil y no tiene fuerza para imponer nuestras demandas”.

De todos modos, Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019) evalúa que “si no existiera Indap no habría pequeños agricultores”, porque ya no es el campesino pobre, ignorante de los años sesenta, es un campesino que sabe leer, que puede enviar a sus hijos a la universidad. Para él, estos son los frutos de la reforma agraria, que están cosechando sus nietos: “no en todos los países se ha realizado reforma agraria, por lo que en esos países los campesinos son pobres, como si fuera el siglo pasado, otros, lo están recién haciendo”. Eso sí, cree que deben tecnificarse: “con poca tierra podemos hacer mucho”, no para ser ricos, pero para tener lo suficiente: “yo no quiero más, ¿para qué quiero más?”, se cuestiona.

Conclusiones y reflexiones finales

En la actualidad, más de la mitad de los choapinos conservan sus tierras (o parte de las que inicialmente les fueron entregadas). Algunos han comprado lotes en otros lugares, han ampliado y remodelado sus casas, como Aquiles, quien transformó un horno tabaquero en su living-comedor. Viven rodeados de diversos cultivos y naturaleza, conviviendo con las amenazantes agroindustrias que se yerguen imponentes a un costado de la carretera 5 Sur: David del Curto, Unifrutti, Agrosuper, entre algunas otras. Algunos han optado por cultivar de forma ocasional y a pequeña escala, mientras trabajan formalmente en frigoríficos o packings.

No obstante, este “trocito de independencia” —como un entrevistado señala a su pequeña parcela— condensa de diversas formas la identidad de los y las campesinas de Los Choapinos, y resume las motivaciones, razones y sentidos que evocaron en estos sujetos la movilización conjunta hacia una organización y resistencia a lo largo de la historia de la comunidad: para los y las entrevistadas, el ser “pequeños propietarios” de la tierra sostiene en gran medida su sentido de vida y de lucha colectiva. “Es la tierra por la que lucharon los papás, ¿cómo no vamos a luchar nosotros por eso?”, arguye Quielo (comunicación personal, septiembre de 2019).

Si bien la liberalización del modelo y la promoción estatal de un proceso de privatización de las tierras (Harvey, 2004) ha dificultado enormemente el modo de vida de los campesinos al tener que “endeudarse” y “conseguir créditos” para mantenerse como pequeños productores, en general existe una idea común basada en su historia para resistir a los intentos de “agropolitanización” de los sujetos.

Como lo exponen Alejandro y Manuel Canales (2013), la agrópolis es el resultado de las expansiones urbanas en localidades “medias” y eminentemente agrícolas en el contexto de la modernización del agro chileno y el proceso global de producción industrial. En este sentido, no se configuran como ciudades industriales ni rurales —en un sentido clásico— sino que son la articulación entre la industria urbana y el territorio agrícola rural, característico del valle central y los territorios agrarios en el Chile contemporáneo (p. 37).

Para efectos de este trabajo, comprendo que, si bien los choapinos que trabajan sus tierras forman parte de la agrópolis, identitariamente se distinguen de los agropolitanos debido al modo de vida que llevan, en oposición al trabajo que se inserta en la industria agropolitana.

En efecto, para los y las entrevistadas que han sido campesinos toda su vida y han aprendido tempranamente el oficio de parte de sus padres, el convertirse en agropolitanos es visto como algo negativo y “lamentable”, porque vinculan la tierra a una “mejor calidad de vida”, sobre todo al comprenderla como una herencia no sólo tangible, sino también identitaria, que se cruza con coordenadas biográficas, políticas, comunitarias y morales. 

Es por esto que, quien no pudo resistir las políticas de despojo de la dictadura, para ellos hoy es un sujeto que debe sacrificarse también en un sentido moral, porque debe “venderse” —trabajar a un agroempresario las propias tierras que le fueron sustraídas— y “someterse” a un modo de vida que no es digno —irregular, precarizado, que sostiene la agroindustria—. 

Por ello, bajo un nuevo contexto sociocultural rural, complejo y dinámico, identifico dos sujetos que realizan el trabajo agrícola: el sujeto agropolitano, que corresponde a un “proletario rural” y que se desempeña como mano de obra de las agroindustrias y, por otro lado, el “pequeño campesino”, un sujeto que, pese a ser el resultado menos probable en esta trama de desposesión histórica del campesinado chileno, se mantiene como dueño de pequeñas parcelas (medios de producción). Ambos son resultado de una compleja dinámica de diversificaciones y transformaciones sociales, donde emergen nuevos actores y realidades que escapan a las miradas convencionales de los teóricos rurales. En este sentido, temporeros, empresas exportadoras, plantaciones forestales, nuevos pueblos rurales y parcelas de agrado forman parte de una nueva dinámica en la relación capital-trabajo hegemónica identificada por Marx (y posteriormente por Harvey), que para los choapinos significa volver a las dinámicas latifundista-inquilino que identifiqué en la primera sección del análisis.

En oposición a la vida agropolitana, la vida campesina se reafirma como lo “deseable” sobre la base de un sustento social que se “capitaliza” —en términos de Bourdieu— a lo largo de esta trayectoria, en cuanto existe una lógica de “transferencia” o “diálogo” en relación a los saberes y las formas de “hacer” la resistencia para este grupo. Estos “saberes”, vale decir, provienen de las formas de socializarse y del repertorio social de acción que los sujetos comparten, que posee una veta esencialmente política y que se constituye como un capital cultural —esencialmente masculino— permitiendo su reproducción a través de las generaciones, e independiente de la posición política del poblador o pobladora (es político, pero no se reduce a la política partidaria). 

De este modo, existe un consenso en evaluar las “ganancias” de Los Choapinos (desde su emancipación como inquilinos a su reafirmación como campesinos post contrarreforma) como una cuestión de “dignidad” básica y de subsistencia; los “valores” que movían a los militantes de izquierda eran la solidaridad, la organización y el trabajo conjunto, variables compartidas y apoyadas por el resto de la comunidad.

A través de los relatos como ejercicio genealógico, he podido reconstituir en gran medida la historia de la comunidad y he podido dar cuenta, mediante el enfoque performativo de Butler, de las estructuras materiales y discursivas que van constituyendo a los sujetos en un sentido ontológico y epistémico, es decir, cómo la acción de los sistemas que les subyacen y, en consecuencia, las resistencias y prácticas que les son respondidas producen a un sujeto en el marco de las condiciones materiales que sostienen su existencia (Bernasconi, 2015b, 2011; Bernasconi y Ruiz, 2018).

En efecto, a partir de las diferentes transformaciones en el campo económico y político del Chile reciente, pude identificar un mismo sujeto que es figurado en tres distintos momentos y, por lo tanto, de tres distintas formas: el peón u obligado, antes de la reforma agraria de Frei Montalva; el campesino, al momento de la reforma agraria, como dueño de una parcela y miembro de una cooperativa, y, tras la contrarreforma y la dictadura civil-militar, un campesino laboral e identitariamente precarizado, inserto en una comunidad fragmentada a causa de la paralela agropolización de sus pares que sucumbieron ante las políticas neoliberales en el agro chileno.

A diferencia de otros ejercicios históricos más tradicionales, planteo que existe una performación de sujetos producto de disputas, enfrentamientos y resistencias, que se dan a pequeña escala, desafiando la política estatal de despojo y vulnerabilidad que produce un sujeto en específico: el agropolitano. En este sentido, considero que no hay un solo motivo que responda a la pregunta sobre el por qué la figura del campesino se sostiene en estos sujetos pese a que sea otra la “esperable”. Sin embargo, considero que los constantes atropellos a la identidad del pequeño campesino y campesina mediante la gran desarticulación del movimiento de campesinos y homogeneización que Villela identifica (falta de créditos y apoyo técnico, en términos materiales) no logra borrar las motivaciones que se desprenden de una lucha histórica por la tierra, que, en el caso de Los Choapinos, se intersecta con una historia de militancia política y pugnas o estrategias para la obtención de estas tierras, sumadas a una migración en conjunto, que los enuncia en términos identitarios de una forma distinta al resto de la población.

Al mismo tiempo, logro articular el argumento de posesión y desposesión en esta historia, mediante cada narrativa y trayectoria vital singular. 

Como Óscar, existen sujetos defraudados por los partidos, comprometidos y que, empero haber dado su vida por un ideal común en medio de la transición a la democracia y de las negociaciones políticas cupulares, fueron olvidados, dejando fuera a partisanos que, en efecto, hacen y sostienen los movimientos sociales. Existen también sujetos como Quielo, activamente militantes y que optan por sumergirse en una política institucional, u otros como Aquiles, que optan por permanecer sindicalizados, sin comprometerse con partidos.

También existen mujeres como Gladys que, a pesar de no tener las capacidades iniciales para trabajar en el sector agroecológico, logran salir del espacio doméstico destinado para ellas. En este sentido, sostengo que se ha pensado históricamente al campesinado como un movimiento masculino, pero académicamente no se ha abordado la pregunta de cuáles son las subjetividades femeninas que han aportado a la lucha campesina. Por ello, considero que pese a que son las mujeres quienes esencial e históricamente realizan labores domésticas, dichas labores también forman parte del colectivo, puesto que son funcionales a una comunidad que logra ciertos objetivos en la medida en que las mujeres logran cubrir los aspectos domésticos de la comunidad, sin los cuales no podría sostenerse el cambio social.

En este sentido, y aunque existen elementos comunes a lo largo de los cambios en relación con la posesión de la tierra que dan cuenta de la permanencia de un tipo de familia en que los patrones de género se mantienen inalterados (en el caso de Margarita y su familia, por ejemplo), surgen nuevos recursos que no dependen únicamente del traspaso político generacional que identifico, sino que se crean y activan en un nuevo escenario cultural: Gladys logra sostenerse como trabajadora agroecológica pese a ser ésta una labor esencialmente masculina en las zonas rurales. Asimismo, participa activamente en la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri) e insta a sus vecinas a sumarse a dicha agrupación.

Para finalizar, tras realizar un acucioso repaso de material secundario en torno a la identidad de sujetos rurales, sostengo que existen grandes vacíos en dicha materia. Por ello, he intentado contribuir a llenar un vacío específico en el campo de las narrativas biográficas desde una perspectiva sociológica y performativa, específicamente en el caso de los y las campesinas chilenas durante la segunda mitad del siglo XX. Con este fin, he ofrecido un análisis según las etapas históricas de un proceso económico y político que, ciertamente, influyó en la manera de trabajar, vivir e identificarse de “seres cambiantes, históricamente situados, culturalmente integrados, aunque dinámicamente narrados” (Bernasconi, 2015a, p. 98).

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1 Este artículo corresponde a una adaptación de la tesis de la autora para optar al grado de Socióloga y es parte del proyecto Fondecyt Regular 1190834 “Más allá del paradigma de la víctima: genealogías de dispositivos de performación de sujetos de la violencia política. Chile, 1973-2018”, a cargo de la Dra. Oriana Bernasconi Ramírez (Departamento de Sociología, UAH).

2 Ver los trabajos de Góngora (1960), Chonchol (1994), Barraclough y Fernández (1974), Kay (1978), Loveman (1976), Bengoa (1980, 2016), Falabella (1970), Valdés (2007) y Tinsman (2009).

3 Término acuñado por la antropóloga Gayle Rubin en El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo (1975). Refiere al conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica (la realidad sexual material) en productos de la actividad humana (producción basada en lo cultural, particularmente en el género).

4 Modismo chileno que hace referencia a quienes andan en grupos (viven “en clan”).

5 Modismo chileno que hace referencia a estar endeudado, deber mucho dinero.

6 Alguien vulgar o pobre.

7 El “No” o Concertación de Partidos por el No fue una opción y movimiento que se opuso a la ratificación de Augusto Pinochet en el poder hasta el año 1997, en el plebiscito nacional de 1988.

* Socióloga de la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Sus líneas de investigación son sociología del individuo, memoria y derechos humanos, historia y teoría social, estudios rurales.